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“Yolanda y los libros olvidados”

Juani Alemán Hernández

 


Yolanda era una niña a la que le encantaba leer. Cada día, después de clase, iba a la pequeña biblioteca que estaba cerca de su casa.


Una tarde, mientras exploraba los estantes, escuchó una voz que la llamaba. Algo asustada, buscó de dónde venía el sonido y tomó un libro.


Oye, Yolanda, ¿sabes quién soy? —preguntó el libro. No lo sé... pero, ¿qué te pasa? —respondió ella, intrigada.


Soy el diccionario canario y ya apenas me quedan letras, estoy triste, como ves, sólo en la E, está enralado.


Yolanda se estremeció cuando vio cómo los libros de Mararía, Panza de Burro y otros que descansaban en la estantería empezaron a moverse, sus páginas revoloteando como si un viento invisible las agitara. Al principio pensó que era una ilusión, pero entonces una voz surgió de entre las hojas:


—¡Ayúdanos! Nuestros relatos se están desvaneciendo… hemos perdido todas nuestras letras. La voz era quebrada, como un eco lejano que venía desde el fondo de los propios libros. Yolanda, todavía atónita, se acercó con cautela.


Cada página estaba en blanco, el alma de las historias había desaparecido, dejando sólo un vacío desolador.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó, más a sí misma que a los libros.

Una página de Mararía se dobló en un leve movimiento, y apareció una palabra escrita como por arte de magia: Imagina. Yolanda entendió entonces lo que

debía hacer. Cerró los ojos, tomó un lápiz y, con el corazón lleno de recuerdos y sueños, comenzó a escribir. Las letras, al posarse en el papel, se alzaron como aves y volvieron a llenar las páginas vacías, devolviéndole a los libros la vida que habían perdido.


La voz era triste y apesadumbrada, como un eco que salía desde el fondo de los propios libros. Yolanda, todavía atónita, se acercó con precaución. Cada página estaba sin letras y el alma de las historias se había esfumado, dejando solo un vacío penoso.


Pero la tarea era ardua. ¡Claro que sí! Mañana hablaré con mis amigos.

Hacerles entender lo que pasaba a sus amigos no fue fácil, pero al día siguiente logró llevarlos a la biblioteca. Al entrar, cada uno tomó un libro y empezó a leer en voz alta. Mientras lo hacían, el diccionario comenzó a recuperar las palabras que escuchaba, llenando sus páginas, con olor de alegría.


—Escaldón de gofio, silbo gomero, lapas, burgaos, enyesque, tenderete, cochafisco, decían Andrey y Alexander con entusiasmo. Mi madre, decía Alexander me pega una jalá como no lea.


Tira parriba Valeria y lleva ese libro a casa, para que lo leas mientras mamá te prepara una rala de gofio, porqué estás desparecía.


Barrancos, islas Canarias, sancocho de cherne, mojo, torrijas con miel de palma, cuantas palabras pronunciaba emocionada, tarareando canciones canarias mientras repetía, esas palabras.



Yolanda disfrutaba cerrando los ojos y sintiendo en aquella lectura, el olor a, salitre y a buchito de café que hacía su madre cada mañana.
Poco a poco, la biblioteca se fue llenando de niños deseosos de aprender y descubrir más sobre su cultura. Gracias a ellos, el diccionario recuperó todas sus palabras, y las tradiciones canarias volvieron a cobrar vida. Se llenó de magia y de olor a páginas de colores vivos.


Con el tiempo, Yolanda, consagraba mucho tiempo en ir por los pueblos a dar vida a las bibliotecas de los colegios; acompañada de su gran amigo, el diccionario canario, de esa forma los niños deseaban que la sirena sonara en la hora del recreo; para salir corriendo a la biblioteca del colegio.
Se oían aquellas voces, dulces de nuestro hablar canario. Por megafonía

 

cada niño pronunciaba las palabras que habían aprendido, me desalo decía Santiago; cuando cogía el micrófono en secretaría. Y así poco a poco nunca más, ningún libro lloraría por sentirse abandonado y sin palabras. Que poco pesaba su bolso y cuantas toneladas de sabiduría llevaba consigo.
Ahora Yolanda; se regocija pensando en cómo las bibliotecas escolares de su isla están abarrotadas de niños, que margullan en las escondidas páginas de los libros.
Que ningún niño se pierda ese tesoro tan preciado como es nuestro saber canario. Leer es cerrar los ojos y abrirlos al mundo, te sentirás en lo alto de La Caldera de Taburiente, viendo desde lo alto toda la belleza.

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