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Bananaria

Por Francisco Pomares

 

 

El periodista Angel Tristán inventó hace años el término Bananaria, un topónimo en absoluto imaginario, que recrea nuestra realidad local, y nos recuerda que –si no estuviéramos en Europa- entre otras muchas cosas, esta región habría sucumbido ante el saqueo sistemático de que ha sido objeto, ante la intolerancia sectaria de muchos de los que hoy nos mandan y ante la desigualdad creciente que nos convierte en la vergüenza del mundo desarrollado. Ahí están los datos de la OCDE: España es la nación dónde más ha crecido la desigualdad desde el inicio de la crisis. Cada vez más riqueza en manos de menos gente, y más pobres y más injusticia a nuestro alrededor.

 

En fin, Tristán ha publicado un nuevo libro, 'La democracia saquedada', en el que pasa revista a estos últimos años de despilfarro, corrupción y crisis que empaparon con su lluvia fina nuestra vida hasta dejarnos instalados en este lodo pegajoso de pobreza, desigualdad y desánimo. Desde que le conozco, al periodista Tristán le definen dos obsesiones informativas, que se mantienen en el escritor Tristán. Una es el despilfarro del dinero público: a Tristán, que podría muy bien ser gallego si no lo fuera de hecho por venia consorte, se le considera miembro emérito de la cofradía del puño. Pero no por falta de generosidad: Tristán es todo lo contrario a un personaje tacaño. Tristán defiende la prudencia y el sentido común en el gasto público porque cree –con razón- que el nuevorriquismo que se convirtió en religión de nuestros gobernantes desde principios de los 80, con los fastos y excesos de la Expo, hasta finales de la década pasada -30 años seguidos tirando la casa por la ventana- no podía acabar bien. Como efectivamente ha ocurrido. La otra obsesión de Tristán, hermana gemela de la primera, es la corrupción. Tristán cree que la golfería y la mamandurria son consustanciales a ciertas formas de hacer política, y lleva denunciando desde siempre los hábitos magalómanos y depredadores de nuestras canteras nacionales y locales de sinvergüenzas. Porque en latrocinio, la política canaria nunca se ha quedado atrás ni ha tenido que recibir lecciones. Siempre ha jugado en primera división. En eso no estamos a la cola de las regiones españolas. Somos de hecho una de las comunidades donde más y mejor se despilfarra y se roba. Aunque no siempre se denuncia: en Canarias funcionaba una cierta omertá, una suerte de contemporización tercermundista con la corrupción, que era casi una seña de identidad de un periodismo empobrecido y dependiente hasta que colegas como Tristán la rompieron, contando además con la bendición de sus medios. Si algo bueno trajo la abundancia fue el fortalecimiento económico de la empresa periodística. Respondiendo a una frase que en Prensa Ibérica fue casi un santo y seña para la independencia, aquella que acuñó Javier Moll (o a él se le atribuye) y que asegura que “donde abunda la publicidad resplandece la verdad”, Tristán y otros muchos -a los que citaré cuando me inviten a presentar sus libros- disfrutaron de una extraordinaria etapa de libertad e independencia, que –en el caso que nos ocupa- contaminó a toda la redacción de La Provincia cuando a Tristán le tocó asumir el mando de un periódico que entonces capitaneaba Guillermo García-Alcalde. Carlos Sosa, otro amigo común, suele recordar que a Tristán le pusieron la proa muchos poderosos, y cómo uno de ellos, que hoy luce banda de ministro, se atrevió incluso a pronosticar con bastante acierto el preciso momento de su cese. Como periodista, Ángel siempre ha sido un tipo incómodo: bajo su dirección se publicaron algunas historias para no dormir que van desde el olvidado caso ‘Salmón’, prescrito tan oportunamente como ha prescrito hace pocos días el caso ‘Forum’, hasta las trapisondas segovianas del empresario de cámara del paulinato, Miguel Concepción, o las penúltimas aventuras de las Cajas antes de que vinieran de fuera a hacer bulto (y caja) con lo que quedaba de nuestros ahorros. Pero en fin, eso son peleas pasadas, casi todas perdidas, como corresponde. Porque el valor de un periodista no se mide necesariamente por la relación de sus éxitos o sus victorias, sino por el catálogo de sus empeños. Tristán se empeñó mucho más de lo que tocaba. Ahora les toca el turno a otros. A Tristan (y a mí) lo que nos toca es ir pensando en jubilarnos.

 

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