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… y el mundo que viene, más después

  • Lancelot Digital
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    El sábado escribí una tira que titulé ‘El mundo que viene’, basada en algunas de las ideas del informe del Bank of América. Para mi sorpresa (estaba seguro de que a nadie iba a preocuparle una higa las reflexiones y preocupaciones que a un periodista local pudiera producirle un informe del máximo representante del capitalismo estadounidense), se produjo una inesperada avalancha de guasaps y correos de amigos, colegas y lectores, algunos bastante enfadados conmigo por el tono pesimista de mi visión –no sólo la mía, también la del Bofa– de lo que nos espera en el futuro más inmediato.

     

    Algún apreciado colega me pidió una aportación más alejada de los afanes y preocupaciones del inmediato presente, sobre esos cambios trascendentales y disruptivos que va a sufrir la Humanidad de aquí a cincuenta o setenta años. No soy un experto, ni pretendo serlo, apenas un persistente lector –desde mi juventud- de revistas científicas y un apasionado defensor de las tesis de Harari, periodista e historiador que se ha convertido -probablemente- en el filósofo más influyente –y también más discutido- del presente siglo. Su ‘Homo Deus’ –secuela no oficial de ‘Sapiens’– es, a mi juicio, una muy certera aproximación a los cambios que vamos a experimentar en los próximos años, como humanos y como sociedad. La mayoría de los lectores de mi generación los considerarán ciencia ficción, aunque la ciencia ficción que leímos nosotros no fue especialmente certera al predecir un futuro plagado de coches voladores, cohetes, viajes en el tiempo, robots humanoides y teletransportación, donde no existían ni los móviles, ni internet, y la Inteligencia Artificial siempre estuvo en guerra con nosotros.

     

    Probablemente el futuro nos traerá poco de lo que anunciaron las pelis de nuestra infancia y juventud. Sin duda, dentro de 50 años, los estadounidenses (si Trump no se pelea con Elon Musk) o los chinos, habrán establecido ya una colonia permanente en Marte. No habremos desplazado a la superficie del planeta rojo un millón de personas, como espera Musk -convencido de que eso le hará más rico aún-, pero es más que probable que ya se pueda hablar de la existencia de una humanidad marciana. Es probable que para entonces los cohetes sean algo completamente desfasado, que se utilicen ascensores espaciales con cableado de nanohilos de diamante o algo aún más duro, anclados por un lado a la Tierra y por otro a estaciones que giren en órbita geoestacionaria. De allí partirán con destino a La Luna, a Marte y a los otros planetas del sistema solar, incluso a los gigantes gaseosos, naves mucho más grandes, que ya no tendrán de desafiar la gravedad terrestre, La humanidad habrá trascendido la Tierra, pero aquí abajo seguiremos intentando acabar definitivamente con el carbón y el petróleo, soportando entre grado y medio y tres grados más de temperatura, cultivando masivamente las tierras vírgenes de la Antártida, e intentando controlar el calor con nanotecnología incorporadas a los edificios, las placas solares y la ropa y reduciendo la agresividad del viento con gigantescos molinos eólicos. La nieve habrá desaparecido casi por completo del planeta, y decenas de ciudades costeras serán ya inhabitables. Pero en 2080 las energías verdes serán dominantes, los choches y transportes serán todos eléctricos y sin conductor y la energía de fusión empezará a ser económicamente rentable y accesible. Nuestra sociedad será más vieja y más desigual, pero –en general- la mayoría de la gente estará atendida por los Estados y las corporaciones. La ciencia médica habrá progresado tanto que los ricos podrán reproducir partes de su cuerpo con impresión 3D y se mantendrán jóvenes usando células madre. La manipulación genética será más barata y curará casi todas las enfermedades degenerativas. La medicina aumentará la vida de los ricos. La picotecnología y la cuántica desarrollarán herramientas y objetos de escala atómica, que influirán en nuestra calidad de vida, muy controlada por la inteligencia artificial. Las sociedades autoritarias garantizarán un mínimo común de bienestar, y las sociedades en las que pervivan hábitos o tendencias democráticas, serán probablemente más desiguales que las actuales y por tanto más conflictivas. La función pública tenderá a menguar, al menos en sus actuales formatos. La ingeniería de infraestructuras, la producción industrial y la agricultura estará controlada por robots. La mayoría de los humanos vivirán trabajando muchas menos horas que en el presente, su rol en la economía será más el de consumidores que el de productores. La violencia, tanto de grupos como individual, y las enfermedades mentales, serán las dos grandes preocupaciones públicas. La cultura vivirá en las pantallas, y la inteligencia podrá mejorarse con implantes. El papel habrá desaparecido como soporte para la escritura, y los periódicos que hoy conocemos serán un recuerdo de museo.

     

    La buena noticia es que, sin periódicos, no tendrán ustedes por qué leer especulaciones de un viejo y ocioso periodista de provincias.

     

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