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Los tuits que cargó el diablo


Francisco Pomares

 

 

La política española tiene una habilidad única para las contradicciones, pero lo del ministro Urtasun con Karla Sofía Gascón roza el esperpento. Hasta hace unos días, el gobierno progresista sacaba pecho y presumía de su compromiso con la diversidad, la inclusión y los derechos LGTBIQ+. Pero desde que se supo que la primera actriz trans nominada a los Oscar no ha sido siempre de la cuerda y en el pasado pensó y tuiteó barbaridades como un excesivo cualquiera, la actriz ha perdido todo su encanto como triunfadora y perfecta representante de la nueva España. Anda ahora llorando por las esquinas sin encontrar ni en su país ni en su productora ni en ningún lado, la más mínima compasión. Ya no responde a lo que se espera de una trans presentable. Ha pasado de ser de izquierdas a ser una facha vociferante que detesta a los musulmanes, piensa como un energúmeno machista y hasta puede que vote a Vox.


La historia es tan absurda que casi parece un meme: una española hace historia en la industria cinematográfica internacional y el ministro de Cultura, que debería estar apoyando la opción de Oscar del país, no sólo opta por desentenderse de la polémica y mirar para otro lado, sino que se despacha con unas declaraciones en las que asegura que la chica buena de antes ya no vale: “sus tuits no representan a la sociedad española. Su candidatura queda empañada”. O sea, que el ministro no apoya la nominación a los Oscar una actriz española, porque en el pasado expresó opiniones sobre el Islam que él no comparte. La España nacionalcatolica e inquisitorial, la que cree que todo el mundo debe pensar lo mismo, responder a una única moral y a un pensamiento políticamente correcto –o sea, al suyo- ha regresado travestida de progresismo. Si los tuits de Gascon en vez de decir que el Islam es una infección, hubieran dicho que es la Iglesia Católica la que nos infecta… ¿Alguien cree que el ministro le habría retirado su apoyo? ¿Recibió Gascón alguna crítica por decir que Bolsonaro y Trump son fascistas? ¿Qué es lo que puede pensarse y decirse y qué lo que está prohibido?


A ver, creo que si cancelamos a todo el que no se mueve en los códigos de lo que la cultura oficial considera política y moralmente aceptable, y lo hacemos no en base a las opiniones actuales del cancelado, sino en base a las que haya podido expresar en el pasado, acabaremos borrando socialmente a todo el mundo.


Con algo más de estilo que el de la señora Gascón, la periodista Oriana Fallaci dijo hace tres décadas lo mismo que ella, y nadie pensó que hubiera que bajarla del mundo y esconderla. Pensamos que en su visión hipercrítica y sesgada del islam había razones y excesos y que era su convicción feminista, el rechazo al trato aberrante de la mujer por los sectores más fanatizados del Islam, lo que hacía a Fallaci pasarse unos pueblos y emitir un juicio global incorrecto.


Es verdad que los tuits de Gascón de hace unos años no encajan con la cultura de corrección que impera. La señora ocultaba un oscuro historial de opiniones provocadoras e impresentables. Colgó algunos exabruptos controvertidos sobre la izquierda, el feminismo e incluso la identidad. Sí, eso hizo. En una sociedad que asumiera como un bien la libertad de opinión debería importarnos un comino. No mezclaríamos sus creencias con sus méritos profesionales. Pero en esta sociedad nuestra del doble rasero, la corrección política no perdona y el progresismo de cartón piedra se tambalea en cuanto alguien se sale del tiesto y sorprende con un guion sin el preceptivo nihil obstat de los guardianes del decoro progresista.


Gascón anda ahora perdida, implorando tregua, pero la pobre lo tiene crudo: la política de reconocimiento y apoyo tiene su letra pequeña, sólo se aplica si eres un icono perfecto e impecable, sin pasado, sin opiniones de outsider. La maquinaria institucional se vuelca hasta extremos de pura indecencia con cualquiera que encaje con su discurso: si una película española huele a premios, ahí están las fotos del sofá con el ministro, los discursos pomposos, los hashtags de rigor.


Pero ahora que una actriz trans alcanza lo que ninguna otra en la historia del cine -con una fabulilla musical bastante intrascendente, por cierto-, el Gobierno le tira tomates. Lo de Urtasun con Gascón es ejemplo de ése progresismo de escaparate, ése activismo de salón, que se pone en guardia en cuanto aparece una figura no del todo moldeable.


En fin, cuando la diversidad y la igualdad se convierten en herramientas de agit-pro, acaban por devorar a sus héroes. Le pasó a Errejón, tan modosito hoy como un ministro sumarísimo cualquiera, presentando en los tribunales su cara de niño bueno, pero incapaz de recuperarse nunca de lo que él mismo sembró.


Para correr su misma suerte, ser expulsada del mundo, a la pobre Gascón no le hizo falta siquiera bajarse la bragueta. Le bastó con ser ella misma: imperfecta, deslenguada y brutal. De derechas.

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