La vaca invisible
El paisaje de Lanzarote puede ser un susurro salino, un viento mohíno, un eco trashumante o cualquier otra cosa. Pero lo que no ha de ser es un vergel húmedo, de verde oscuro, pastoso y lluvioso, con olor a bosta. Aún así, ocurre un fenómeno insólito: la vaca.
No hay hocicos húmedos en la isla, hundiéndose en la tierra; ni ubres colgantes llenas de promesas lácteas. En Lanzarote, la vaca es un concepto, una idea colonial sobre cómo debe ser nuestra fauna, un precepto platónico atrapado en las señales de tráfico, a pesar de la imposibilidad de la vaca.
En Lanzarote nos encontramos con la paradoja de la señalética que alerta sobre algo que no existe. La ceniza volcánica que convierte cualquier paseo en algo poético, por ejemplo, sí que existe. Los bramidos roncos al amanecer, no. Las cabras, alimentadoras de familias, sustentadoras de pueblos, creadoras de queso, son. El ganado de otros lugares más lluviosos, en Lanzarote no tienen razón.
Podríamos sustituir a la vaca por la cabra. O mejor aún, por el camello, un símbolo que nos conecta con nuestra historia, con los intercambios africanos que moldearon las islas, con la memoria de las coladas de lava. El camello camina como un verso largo entre la prosa del jable. Un camello en la señal no solo sería más honesto, sino que haría de cada curva una invitación a entender dónde estamos.
El camello en nuestras carreteras sería una declaración de intenciones, porque el problema de la vaca invisible no es su imposibilidad, sino la desconexión entre el símbolo y el significado. Cambiar esa silueta es un ajuste práctico, pero sobre todo un acto de justicia cultural. Es permitir que el paisaje y sus habitantes, dialoguen de manera justa, sin mostrar al mundo lo que no somos. Aquí estamos. Aquí estuvimos. Aquí seguimos. Es permitir que el paisaje hable su propio idioma, que los niños y niñas lo aprendan, que los visitantes lo entiendan.
Convertir los tránsitos por la isla en un gesto de autoafirmación y sobre todo de integridad con nuestro pasado, porque ninguno de nuestros antecesores transportó a lomos de una vaca.
Que piensen "aquí no estoy en cualquier parte”. El cambio es pequeño; quizá, la manera más pequeña y silenciosa de recordar quiénes somos, pero las revoluciones comienzan con gestos insignificantes. A veces, basta con borrar una vaca.