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La derrota de Europa en el Sahel

Francisco Pomares

 

  • Lancelot Digital
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    Tras la retirada de sus tropas de Malí, Burkina Faso y Níger, Francia intentó en los últimos meses una estrategia de ajuste de su cooperación militar y civil con los países que albergan bases militares francesas -Senegal, Costa de Marfil, Chad y Gabón- pero tanto Senegal como Chad han anunciado la cancelación de los acuerdos de Defensa con Francia, en un nuevo revés a la política de Macron en el Sahel y sus alrededores. La situación de la región, que se extiende a través del norte de África desde Senegal hasta Sudán, se ha convertido en un escenario de crisis que combina inestabilidad política, conflictos armados y gravísima pobreza, y provoca una creciente preocupación, no solo por las consecuencias locales, sino por su repercusión en otras zonas, como Canarias, que enfrenta un considerable aumento de la presión migratoria derivada de estas crisis.

     

    En los últimos años, la política del Sahel ha sido marcada por una creciente violencia e inestabilidad: en Malí, dos golpes consecutivos en 2020 y 2021 colocaron al país en manos de una junta militar que aún lucha por consolidar su poder, en Burkina Faso, el ejército tomó el control en 2022, y en Níger, otro golpe en 2023 complicó aún más la ya compleja situación geopolítica de la región. Estos episodios son reflejo de una desconfianza de la población hacia los gobiernos civiles, aquejados por una corrupción endémica e ineficaces frente a la amenaza de los grupos yihadistas. Organizaciones vinculadas a Al Qaeda y al Estado Islámico han incrementado sus ataques en zonas rurales, desplazando a comunidades enteras y dejando un rastro de crímenes. Más de dos millones y medio de personas han sido desplazadas por los conflictos armados, agravando una crisis humanitaria sin precedentes. El Sahel es además una de las zonas más pobres del planeta. La agricultura y la ganadería, de las que dependen millones de personas, están en un mal momento: las sequías recurrentes, la desertificación y la reducción de las lluvias han llevado a una caída drástica en la producción de alimentos. Según el Programa Mundial de Alimentos, más de 30 millones de personas se enfrentan al hambre. Una población joven que representa más del 60 por ciento del total, sufre a la ausencia de oportunidades laborales y de expectativas, lo que lleva a que cada vez más jóvenes se incorporen a grupos armados, aumentando la inestabilidad política, la inseguridad económica y retroalimentando la pobreza. El deterioro de las condiciones en el Sahel provoca un aumento considerable de los flujos migratorios hacia Europa, y Canarias se ha convertido en el principal punto de llegada, la puerta abierta al continente. La ruta migratoria del Atlántico, la más peligrosa del mundo, ha registrado un incremento en el número de personas que arriesgan sus vidas para cruzar el océano en embarcaciones precarias. Son personas que huyen de la pobreza, la falta de expectativas y los conflictos armados. La llegada masiva de migrantes supone un desafío logístico y social para Canarias, que gestiona la acogida y distribución en condiciones claramente insuficientes.

     

    La comunidad internacional ha intentado responder a la crisis del Sahel con intervenciones militares y programas de desarrollo, aunque con resultados limitados. La operación Barkhane, liderada por Francia para combatir el terrorismo, se retiró de Malí en 2022 después de enormes tensiones con las autoridades militares surgidas del golpe, instaladas en un discurso muy agresivo con la antigua metrópoli, que está contagiando a otros países cercanos. La retirada francesa –precedida de la española, tras once años de cooperación y después de haber entrenado 20.000 soldados- dejó un vacío de seguridad que ha sido ocupado en parte por los paramilitares rusos de Wagner, que han establecido alianzas con gobiernos de la región, como el de Malí. También China, con una política muy agresiva centrada en el acceso a los recursos africanos, ha aumentado su presencia económica en el Sahel, invirtiendo en infraestructura y minería. Se trata de inversiones que ofrecen oportunidades para el desarrollo, pero provocan un enorme impacto negativo en las comunidades locales.

     

    El futuro del Sahel depende de la capacidad de sus gobiernos y de la comunidad internacional para rehacer lazos perdidos y enfrentar conjuntamente problemas muy complejos. A corto plazo, es esencial reforzar la seguridad, proporcionar ayuda humanitaria y estabilizar las instituciones. Pero las soluciones a largo plazo deberían ocuparse de la educación y la creación de empleo para las generaciones más jóvenes. En este contexto, Europa tienen un papel crucial que jugar. Y Canarias, situada en la primera línea de esta crisis, debe ser consciente de que la respuesta no puede ser sólo local. Lo que está en juego es una estrategia global que aborde tanto las consecuencias como las causas de la inestabilidad de la región más pobre del mundo.

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