Europa, ante un futuro incierto
Francisco Pomares
Suele decirse que en Canarias siempre hemos tenido una especial sensibilidad europea. No es del todo cierto. Aunque sí es verdad que en los años clave de la negociación de nuestra integración parcial en Europa, y con el debate sobre cambio de Opción, el diseño del vínculo con Europa fue una preocupación ampliamente extendida en sectores políticos, empresariales, sindicales y académicos que se hizo sentir también en los medios. Fue un tiempo de efervescencia, que duró hasta la fijación de un modelo que garantizaba la llegada de fondos europeos específicos para las islas. Desde entonces, nuestra preocupación por el devenir del proyecto europeo –del propio futuro de Europa- fue menguando en el debate público, hasta reducirse hoy a una espectante vigilancia del marco de ayudas y canonjías a las empresas de las islas.
El año 2025 va a suponer cambios trascendentes en Europa. Algunos de ellos podrían incluso poner en riesgo la existencia de la misma Unión. Canarias sólo es una potencia en ocio, no vamos a determinar lo que ocurra, pero sería razonable recuperar el interés por lo que le espera a Europa, más allá de la preocupación por lo que podamos sacar de su presupuesto.
El problema al que nos enfrentamos de forma inminente en es sin duda lo que supondrá para Europa –y especialmente para Ucrania- la asunción de la presidencia estadounidense por Donald Trump. Es imposible predecir que hará alguien tan imprevisible como Trump, cómo intentará cumplir su promesa de acabar con la guerra de Ucrania en un día, y donde nos llevará su presidencia. Lo que es obvio es que la guerra seguirá siendo el asunto prioritario de la agenda europea. Zelenski se resiste a hablar de paz sin recuperar el territorio ocupado por Putin, pero la opción de negociar con Rusia gana terreno en Bruselas, empujada por la convicción de que Trump reducirá o incluso retirará la contribución de su país al esfuerzo de guerra, e intentará forzar un acuerdo. El riesgo de una escalada bélica que afecte a otros países del continente es real. Por eso, la inversión de los países europeos en Defensa será probablemente otro asunto clave de este año. Trump exigirá a los miembros de la OTAN un mayor compromiso con el gasto en Defensa, con propuestas de llegar hasta el 3,5 por ciento del PIB, que sólo Polonia alcanza. El caso de España, con un gasto de apenas el 1,28 por ciento, implica la necesidad de incrementos significativos, que el Gobierno Sánchez no puede siquiera plantear a sus socios de izquierda, mientras Europa busca reforzar su autonomía estratégica, en un contexto donde la dependencia europea de Estados Unidos y el futuro de Ucrania meten muchísima presión.
A los problemas de Defensa se suman los de Seguridad: la gestión de la inmigración se ha convertido en una prioridad, y Europa vive en cambio de tendencia, un incipiente consenso sobre las tesis de Giorgia Meloni de explorar centros de internamiento para emigrantes fuera de las fronteras europeas. España se opone a ese formato, como al aumento del presupuesto en Defensa, y defiende mejorar la cooperación para el desarrollo económico de los países de origen. Es una solución a largo plazo que contrasta con la demanda de resultados prácticos de la mayoría de líderes europeos. Polonia -que ostenta la Presidencia del Consejo en el primer semestre de 2025-, considera la migración el asunto central de su agenda, y la Comisión evalúa ya los costes y la viabilidad legal de los campos de internamiento.
Por último, la economía europea se enfrenta a desafíos ligados a la baja productividad, la pérdida de poder adquisitivo de sus clases medias y el coste desorbitado de la transición ecológica. Sectores clave como la industria, parecen haber perdido la batalla frente a los baratos coches chinos y las multas por incumplimiento de objetivos climáticos. Los más beneficiados por la tradición europea de redistribución –el sector agrícola, los territorios más pobres…- se van a enfrentar a crecientes dificultades para seguir recibiendo el mismo trato. Y eso provocará crisis institucionales.
El futuro no parece muy tranquilizador. Europa se enfrenta a la necesidad de redefinir sus políticas y su modelo de ayudas en un momento de recesión de sus principales economías, de rechazo social a la fortísima presión migratoria, y de riesgo de extensión de la guerra en el continente. Todo ello en el contexto de los desafíos que comportan la incorporación de la Inteligencia Artificial a la economía y la toma de decisiones, los problemas del calentamiento global y la necesidad de gastar ingentes recursos en descarbonizar la economía.
Ese es el panorama en el que nos encontramos, con Canarias en riesgo de perder sus ayudas, España caminando en dirección contraria a la marcha de Europa, y el país y el planeta gobernado por los peores líderes de su historia reciente. No hay muchos motivos para ser especialmente optimista éste 2025.