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De la blasfemia de la vaca (y otras estulticias)

Francisco Pomares

 

  • Lancelot Digital
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    El mismo día que el ministro Ábalos comparece ante el Supremo y elige ampararse cínicamente en su sustituto Oscar Puente, el país gasta sus neuronas en decidir a qué imbecilidad se apunta con renovado entusiasmo. Hay dónde elegir: está el ya clásico debate sobre los vestiditos nocheviejunos de la Predroche, con los que Antena 3 ha logrado mantenerse como ganadora en la guerra por la audiencia doméstica en las Campanadas. Pedroche, esa chica lista y monilla que ha logrado convertir la imaginativa exposición de su epidermis en un must televisivo, perdió el último combate a los puntos (medio punto de share) por primera vez en años. Como los sondeos de la tele permiten interpretaciones, es verdad que el traje vestal de la Predoche ganó el minuto de oro, que debe ser cuando le ingresan el cheque de Atresmedia en su cuenta corriente, y también logró el récord de ofrecer al público -y de una tacada- más tetas llorosas de las que jamás se hayan visto en la pequeña pantalla blandidas por una única fémina empoderada. Ni la Bandini lograría superar tal hazaña, aunque es verdad que se lo trabajó más: doña Rigoberta incluso canta, que no es poco. En fin, que los intensos comentarios sobre el atrevimiento de la Pedroche, su desinhibida valentía, su progresismo lacrimal, lácteo y reivindicativo, la elegancia de su atuendo, si está preñada o no, o sobre un lunar que parece que le está saliendo en el occipucio, no dejan lugar a dudas sobre el creciente impacto de la tontez en las tribus de la nación.

     

    Si la Pedroche no le pone lo bastante para hacerse fan, está también el otro debate cretino del momento, que es sobre un Corazón de Jesús de raza lechera, y sobre esa señora mayúscula que dicen que se llama LolaChus y hace de pareja cómica del cómico Broncano. Consciente de la dificultad de superar los derroches de exposición de la Pedroche –no por falta de materia prima de calidad- pues doña Lola optó por el viejo sistema de la provocación pura y dura: ofreció a sus millones de espectadores la imagen de una simpática vaquita con sus cuernos y todo, estratégicamente colocada sobre la estampa de un Cristo de corazón sufriente y radiante, logrando casi instantáneamente el objetivo deseado: enardecer al personal y contribuir alegremente al deporte nacional de la temporada -¡que ya no es el fútbol, antiguos!-, sino ciscarse concienzudamente en la madre del otro.

     

    Esa media España que en La 1 parecen consideran la enemiga, entró al trapo a la provocación de doña Chus en perfecto orden de combate: primero las falanges negras, después los dolidos cristianos ofendidos por la guasa con retranca, y por último el señor obispo, que el nuestro es un país en el que sin que aparezca un obispo nadie se toma en serio nada. Doña Chus… objetivo logrado: conseguir que el ministro Bolaños salga a defenderla, como si fuera usted la afligida parienta de don Pedro enamorado. Fuerte estado de la cosa, una ramplona broma de cómica logra el objetivo estratégico encomendado a Broncano por su señorito: seguir dividiendo al país, insistir en el cabreo, clasificarnos como fachas o progresistas, azules o rojos, del Barsa o del Real, ateos o cristianos… y no dejar de hacerlo a la mínima oportunidad, incluso entre una y uva, hasta convertir una nada solemne estupidez irrespetuosa, en un asunto de alcance nacional y debate público. La blasfemia de la vaca, nuevo hito histórico del sanchismo, tras la amnistía que nunca sería, las marchas por Ferraz en apoyo a Pedro el dudoso, o los fastos inminentes para celebrar él óbito hace ya medio siglo del desenterrado. Que la vaquita nos proteja y nos guarde, Amén.

     

     

    Hace años leí en algún lado que el último recurso de un columnista es comentar un programa de la tele. Me avergüenza confesar que intenté escurrir el bulto, pero ando tan desesperado ante el principio de abulia cerebral que nos aqueja que he decidido sumarme con afán de pedagogo la tendencia: doña Chus podía haberse ahorrado perfectamente su horterada de mal gusto, pero desde que Les Luthiers decidieron retirarse hace dos años, el humor transita con absoluta infacundia en los límites mismos del mal gusto y la provocación. Doña Chus ha logrado el que probablemente sea el mayor éxito de su carrera: que la mitad del país sueñe con someterla a un proceso rápido de depilación. Dicen que el odio a los cómicos es propio de gente de derechas (excepto en el caso de que el cómico vote a Vox, por ejemplo, en cuyo caso el odio cambia de bando). Porque defender el derecho a ser irreverente de una cómica, es una cosa; y otra asumir esta cultura de ahora que convierte en delito de odio reírse de/con las suegras, los maricas, las rubias, los gordos como doña Chus, los cojos como yo, los gitanos o los musulmanes. Es la nuestra una cultura que considera divertido faltar el respeto a los cristianos, y digo yo que será por eso de la otra mejilla. La mejilla tuerta de Salman Rushdie sabe perfectamente a qué me refiero. Aunque doña Chus quizá no caiga…

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