Ǫue sean personas
Juani Alemán Hernández
La obra de Zygmunt Bauman, uno de los sociólogos más destacados de nuestra época, resulta esclarecedora al abordar un tema que inquieta profundamente: la tiranía de los adolescentes en una era marcada por el consumismo, la inmediatez y la gratificación instantánea. Hoy en día, enfrentamos una realidad en la que los jóvenes parecen valorar, por encima de todo, el éxito personal y el placer inmediato, impulsados por una sociedad que fomenta la competencia y la validación externa. Como padres y educadores, muchas veces, sin darnos cuenta, contribuimos a alimentar esa competitividad que convierte a los niños en hedonistas, moldeando su carácter hacia una vida centrada en el individualismo y la satisfacción personal.
Bauman, en su análisis de la "modernidad líquida", subraya cómo las estructuras sociales y las relaciones humanas se han vuelto frágiles y efímeras, afectando profundamente el desarrollo emocional de los jóvenes. Esta desconexión emocional que describe es cada vez más evidente: muchos adolescentes, desde temprana edad, solo se centran en sí mismos, en ganar y en superar a los demás, lo que los lleva a desarrollar una conducta impulsiva, egocéntrica y, en algunos casos, manipuladora. El contexto consumista en el que crecen, bombardeados por la constante oferta de nuevos productos, alimenta esta visión competitiva, centrada en lo superficial y en lo inmediato, relegando lo duradero y lo esencial a un segundo plano.
Además, los jóvenes viven en una incertidumbre constante, derivada de la precariedad de los empleos y la volatilidad del mundo laboral actual. Esto no solo genera ansiedad sobre su futuro, sino que los empuja aún más hacia el individualismo, priorizando su bienestar personal sobre los valores tradicionales que antes cohesionaban a la sociedad. Ante este panorama, los padres nos encontramos en una posición crucial: tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos no solo para que sean competitivos, sino para que sean conscientes de sus responsabilidades hacia los demás.
La educación en valores comienza en el hogar. Es allí donde los jóvenes observan, aprenden y absorben nuestras actitudes hacia el mundo. Si los adultos actuamos con empatía, solidaridad y capacidad para postergar la gratificación, estamos proporcionando a nuestros hijos las herramientas necesarias para desarrollar una
visión más equilibrada y sensible ante las necesidades de los demás. Enseñarles a entender que la libertad no consiste en ignorar a los otros, sino en asumir con responsabilidad las consecuencias de nuestras acciones, es fundamental para contrarrestar el hedonismo que domina esta era digital.
Byung-Chul Han, en su obra sobre la "sociedad del cansancio", ofrece una crítica relevante al analizar cómo la obsesión contemporánea por el éxito ha generado individuos no solo emocionalmente agotados, sino también profundamente alienados. Esta alienación se manifiesta en una desconexión social que afecta especialmente a los jóvenes, quienes, en su búsqueda constante de logros y placeres inmediatos, pierden el sentido de comunidad y el compromiso con algo más grande que ellos mismos. Por ello, es imperativo enseñarles a manejar sus impulsos, a reflexionar y a desarrollar prácticas de autorregulación emocional que los ayuden a encontrar un equilibrio en sus vidas.
El desafío es grande, pero no imposible. Debemos inculcar en nuestros hijos la importancia de postergar el placer inmediato y de centrarse en objetivos a largo plazo que les permitan construir una vida más significativa y plena. Al hacerlo, fomentamos una generación más empática y solidaria, consciente de que el verdadero bienestar no proviene solo del éxito individual, sino del compromiso con los demás y con la sociedad.
Establecer reglas claras sobre el uso de la tecnología y ofrecerles un marco ético desde el cual puedan reflexionar sobre el impacto de sus decisiones es esencial para contrarrestar la influencia negativa del entorno digital. Al enseñarles a equilibrar el disfrute con la responsabilidad, no solo los preparamos para enfrentar los retos de un mundo incierto, sino también para que encuentren sentido y propósito en sus vidas más allá del consumismo y la validación externa. Darles tareas y responsabilidades según la edad les ayuda a entender que todos tenemos deberes y que su comportamiento impacta en los demás. La combinación de amor, estructura y orientación les permitirá crecer con una autoestima saludable sin necesidad de imponer su voluntad a los demás.
En última instancia, no existen manuales definitivos para la educación de los hijos. Sin embargo, el ejemplo que les damos y nuestra capacidad para enseñarles a ver más allá de sus propios intereses puede ser la herramienta más poderosa para ayudarlos a convertirse en individuos no solo exitosos, sino también
comprometidos y sensibles hacia los demás. Así, estaremos contribuyendo a una sociedad más justa y equilibrada, donde la empatía, la responsabilidad y la solidaridad prevalezcan sobre el individualismo y la inmediatez.
Es difícil a veces, pero es nuestra responsabilidad que sean PERSONAS.