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¿Por qué emigran los jóvenes africanos? (III)

Por José Segura Clavell

  • Lancelot Digital
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    Quería abundar hoy en esta serie de reflexiones que he hecho en las últimas tres semanas sobre los motivos que empujan a los jóvenes africanos a subirse al cayuco. Estamos despidiéndonos del mes de octubre con unas cifras de llegadas que directamente se codean con los meses más intensos de la llamada ‘crisis de los cayucos’, que vivimos en primera persona en el año 2006.

     

    Canarias concluirá este mes con cerca de 28.000 personas llegadas en pateras o cayucos, una cifra que, obviamente, ha puesto patas arriba nuestro sistema de acogida. Ha forzado a tomar medidas de emergencia como acomodarlas en lugares improvisados como garajes de comisarías o antiguos acuartelamientos.

     

    La situación ha vuelto a despertar el interés de medios de comunicación, políticos y administraciones. Hemos vuelto a leer y escuchar críticas procedentes de otras autonomías al hecho de que se hayan derivado personas hacia la península. Declaraciones, que, sin duda, provocan el resurgimiento de discursos xenófobos.

     

    Me agradaría ver, y hasta ahora casi no lo he visto, a los responsables políticos de nuestra tierra (diputados nacionales, senadores, diputados regionales, consejeros de Cabildo, concejales de ayuntamiento, etc…)  a pie de muelle, viendo cómo llega un cayuco a puerto.

     

    No hay mejor fuerza moral para rebatir a los que critican las derivaciones hacia la península que explicar lo que se ve y lo que siente una noche de frenética actividad en el muelle de la Restinga, o en el de Los Cristianos, o cómo es hablar con los jóvenes recién llegados en un centro de menores acogidos. Esa es la mejor receta para entender y poder explicar el esfuerzo, sacrificio y dimensión del fenómeno que tenemos delante. Cuánto nos gusta que nos califiquen de señorías, pero cuán poco, a veces, ponemos en práctica lo del señorío humanístico.

     

    El esfuerzo que se está haciendo es enorme. Por ejemplo, a principios de verano, el Gobierno de Canarias tenía a su cargo a 2.500 menores no acompañados, una cifra que ha subido hasta 4.400 menores en este momento. Precisamente esta semana hemos tenido en Casa África un encuentro organizado por la Federación de Asociaciones de Africanos en Canarias (FAAC) y la Asociación Starup Canarias, que lidera Sonja Arup y es también responsable del magnífico proyecto Clave A, por el que cualquier menor (canario o extranjero) que haya sufrido abusos o trata tiene un mecanismo discreto y sencillo por el que pedir ayuda inmediata a las autoridades.

     

    El objetivo de esta iniciativa era reflexionar con expertos sobre la forma de garantizar un entorno seguro para todos esos niños y adolescentes que llegan aquí sin tutela familiar y a los que debemos proteger, acompañar y ayudar en todos los aspectos, sin olvidar obviamente la sanación mental y física de una travesía larga, en muchos casos de años, peligrosa y traumática.

     

    Me enorgullece que hayamos acogido este encuentro, que consagraba sus esfuerzos, de la mano de personas con mucha experiencia y mucha humanidad, a mejorar nuestra sociedad y responsabilizarnos de las tareas que nos corresponden en un momento en el que, además, el sufrimiento de algunos se convierte en acicate para las infamias xenófobas y el racismo de algunos.

     

    Patrick Kabou, un abogado senegalés formado en la Universidad de La Laguna y que trabaja con migraciones en Francia, nos explicaba que nuestra forma de empatizar y de poner a la persona y el contexto en el centro están marcando tendencia también en otros países, donde empiezan a preguntarse por qué hay personas que arriesgan su vida por pisar nuestro territorio y comienzan a centrarse en la humanidad que nos une.

     

    Creo que debemos sentir orgullo: incluso estando en un momento de saturación de nuestra capacidad de acogida a las personas arribadas, no perdemos en ningún momento el trato humano hacia quienes se bajan de un cayuco tras siete, ocho, nueve o diez días de navegación. Vaya, pues de nuevo por delante mi homenaje y profundo agradecimiento a todas las personas que en primera línea atienden con la mejor voluntad, pasión, educación y hasta una sonrisa a aquellos que, poniendo un pie en tierra, abandonan el que sin duda habrá sido el periodo más peligroso y difícil de su existencia.

     

    Antes de abandonar el tema del racismo, quisiera rebatir unas elucubraciones en las que se mantiene que los cayucos llegan a Canarias tras haber sido remolcados o puestos en el agua por grandes embarcaciones. Ante esto quiero afirmar con rotundidad y en mayúsculas: NO, NO EXISTEN LOS BARCOS NODRIZA.

     

    Resulta que, en este ámbito de las migraciones, en Canarias y en toda la península, hay gente que se considera experta en migraciones de la misma manera que tanta gente ejerce de seleccionador español de futbol y dicta las alineaciones cada vez que llega un partido.

     

    El ‘a mí me ha llegado de buenas fuentes que sí hay barcos nodriza’ lo he escuchado mucho últimamente, y es rotundamente falso. Los verdaderos expertos en esta materia, nuestras fuerzas de seguridad, y las personas que buscan esas embarcaciones en la mar y les atienden al llegar a nuestras costas, desmienten categóricamente este tipo de rumores y nos repiten, constantemente, que jamás se han dado casos de barcos nodriza que acerquen embarcaciones más pequeñas hasta nuestras islas.

     

    Quienes opinan que es una posibilidad real deberían primero interesarse por la cultura marinera de estos países de África occidental para entender que sí es posible que 320 personas viajen diez días seguidos en un cayuco. Esas embarcaciones son utilizadas para la pesca en Senegal, y habitualmente salen a alta mar y están cinco, seis, siete o los días que haga falta faenando hasta que consiguen todo el pescado que necesitan. El tipo de lesiones y problemas médicos que se detectan al atenderlos en tierra se corresponde además con ese tipo de travesías largas y azarosas.

     

    Otra infamia que creo que debo rebatir de forma contundente es la que directamente insinúa que la llegada de cayucos nos pone en el disparadero del yihadismo y la violencia terrorista, como si tantas llegadas aumentasen la posibilidad de que sean terroristas los que se suben a la patera. Y eso, insisto, es rotundamente falso.

     

    Al respecto, esta semana hablamos en Casa África del Sahel y de la inseguridad de los países de la región, que es cierto que sufre un espectacular auge de la violencia yihadista. Las dos expertas que nos explicaron lo complicada que se está poniendo la región nos advirtieron –por si hiciera falta repetirlo- que no existe vínculo entre migración y yihadismo y reiteraron que los datos evidencian que esa vinculación es alarmista y tiene una profunda carga de xenofobia al querer identificar migrantes con delincuentes o hasta potenciales terroristas, buscando generar con ello el miedo entre la ciudadanía.

     

    Una de las expertas, la señora Niagalé Bagayoko, fue taxativa al asegurar que jamás se da una llegada masiva de personas procedentes de zonas en conflicto en el Sahel, ya que suelen trasladarse a puntos más seguros dentro de sus propios países o en el vecindario. Solo en Burkina Faso en estos momentos hay dos millones de desplazados internos. Y en los cayucos que llegan estos días, no se encuentra este tipo de perfil.

     

    Como escribí el otro día, la principal causa de este repunte es la inestabilidad, crisis económica y política de nuestro vecino Senegal. Mame Cheikh Mbaye, senegalés y presidente de la Federación de Asociaciones de Africanos en Canarias, lo corroboró diciendo que en estos momentos, la de Senegal «es una realidad que hay que afrontar«: aún conociendo bien los riesgos de la travesía, la desesperanza y absoluta falta de expectativas en el futuro que se ha generado en el país hace que muchos jóvenes no tengan ningún miedo a la perspectiva de morir en el intento. «Antes venían los jóvenes fuertes, ahora vienen las mujeres con sus niños«, nos señaló.

     

    Me gustaría cerrar este artículo con las palabras de uno de los expertos que estuvieron en la actividad de menores migrantes esta semana: «no hacen falta millones de euros, solo hace falta una voluntad real de facilitar la integración como objetivo fundamental a la hora de diseñar una respuesta a la presencia de menores migrantes no acompañados«.

     

    José Segura Clavell, Director general de Casa África

     

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