PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Otro muñeco roto que asciende al Olimpo

   

Artículo de opinión de Guillermo Uruñuela, redactor Lancelot Digital 

 

  • Guillermo Uruñuela
  • Cedida
  •  

    Llegó la confirmación de un fallecimiento engendrado hace décadas que se consumó en el día de ayer. Diego Armando desapareció arrastrando las miserias mortales que todos padecemos en silencio. Maradona, sin embargo, ascendió elegantemente, con cierto toque macarra y canchero hacia el Olimpo. Esta dicotomía es la que más nos ha descolocado y he visto cómo todos han intentado realizar un sobreesfuerzo para comprenderla; para elegir, intentando borrar parte de su existencia para ensalzar únicamente la que gambeteaba en una moqueta verde.

     

    Diego no se entendería sin Maradona y al revés tampoco. Su vida y su obra están firmadas con la misma rúbrica pese a que muchos se afanen en quedarse con Jekyll y desechar a Hyde. Incluso él caía en su propia trampa y se preguntó a sí mismo, públicamente, cómo hubiese sido su carrera sin las drogas, sin las mujeres, el alcohol y el desenfreno. Y miraba a cámara con cara desconcertada porque esa cuestión tiene la misma respuesta que las relacionadas con Dios.

     

    No hubiese sido posible separar al uno del otro, repito, porque entonces estaríamos ante otro futbolista. Las cosas ocurrieron así y no de otra manera. Maradona ganó el Mundial que su país necesitaba cuando el olor a sangre de esos jóvenes que apenas sabían coger un fusil en las Malvinas aún era intenso. Tenía que ser ese año 86 porque la historia así lo quiso. ¿Estaríamos hablando de otro alcance si esa copa dorada no la hubiese alzado el 10 gordito? Puede que sí. O no. Tampoco encontraremos descanso imaginándonos algo que no sucedió.

     

    Su leyenda se alargó con cada tropiezo y defenestró a la persona. Lo amaban. Maradona fue el futbolista de todos. De pudientes y pobres. Construyó un mundo a su alrededor que no tenía lógica. Seguramente la gente quiso hacerlo; situarlo en un lugar divino que no le corresponde a ningún ser humano. Porque es insoportable esa carga.

     

    Ha tenido una vida acorde a lo que fue. El denominador común que une a los mitos es ese precisamente. Su talento, su duende no se cimenta sobre una existencia estable y confortable. Queen no hubiese sido sin Freddie y éste, a su vez, no se hubiese rasgado la garganta si al llegar de un concierto le esperase una mujer, unos críos, un remanso de paz. Hendrix murió bebiendo vino, colocado y las cuerdas de su guitarra seguramente se prepararon con antelación para los acordes de una temprana despedida. Dostoyevski sintió el frío siberiano entre rejas mientras su mente componía obras que han pasado a la historia de la literatura. Hunter S. Thompson creó profundos artículos con los sentidos colapsados. Las crisis mentales y el desequilibrio que acompañó a Van Gogh se plasmó en "Girasoles".

     

    Diego Armando, por si no se lo había contado, murió. Maradona, sin embargo, se convirtió en otro muñeco roto más que descansa en el empíreo de aquellos ídolos que nos han ayudado a entender el mundo tal y como lo asumimos los intrascendentes mortales. 

    Comentarios (0)