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Los jóvenes y el móvil

Por Tomás M.-Barona Zerolo

 

Alexander Graham Bell (Edimburgo, Escocia, Reino Unido, 3 de marzo de 1847-Beinn Bhreagh, Canadá, 2 de agosto de 1922), ha sido considerado, hasta el año 2002, el inventor del teléfono. El inventor fue un italiano llamado Antonio Meucci, que fue el auténtico inventor del teléfono en el año 1834. En 1876, Meucci llevó a Bell ante la justicia para establecer s prioridad. Los modelos de funcionamiento de Meucci se habían perdido, según se informaba, por exactamente el mismo laboratorio de Western Union en donde Bell condujo sus experimentos. Meucci perdió su caso debido a la carencia de la evidencia material de sus invenciones. El trabajo de Meucci, como el de muchos otros inventores del periodo, fue basado en principios acústicos anteriores. Sin embargo, debido a los esfuerzos del miembro del Congreso Vito Fossella, la resolución 269 de la cámara de Representantes de los Estados Unidos el 11 de junio de 2002 indicó que el trabajo de Meucci en la invención del teléfono debe ser reconocido, aunque no es una decisión irrevocable. Meucci falleció pobre y amargado y jamás vio la gloria y el reconocimiento de su talento, el cual chocó con su escaso conocimiento del inglés y su poca desenvoltura ante las artimañas legales y los ingentes intereses económicos de las grandes corporaciones de Estados Unidos.

Hoy en día nadie conoce a Meucci, y, todos conocemos a Bell. Así es la vida. El caso es que el invento del teléfono supuso un extraordinario avance para la humanidad. El 25 de enero de 1915 Alexander Graham Bell envió la primera llamada telefónica transcontinental, desde el 15 de Day Street en la ciudad de Nueva York, que fue recibida por Thomas Watson en la 333 de Grant Avenue en San Francisco, California. Se adjunta fotografía del Sr. Bell y del momento histórico de la primera llamada telefónica a distancia. La Bell Telephone Company fue creada en 1877 y para 1886, más de 150.000 personas en los Estados Unidos poseían teléfonos.

Ya en el siglo XX el teléfono se convirtió en un elemento tecnológico de uso común. Recuerdo en mi infancia el teléfono de la casa de mis padres. Hace años, yo soy mayor. Era la época de la “centralita”. El método consistía en descolgar el teléfono, marcar el 9, y esperar. De repente se oía la voz de una señorita que decía: “Centralita, dígame?”. Y yo le contestaba con una cifra de 3 números. Por ejemplo el 435, que era el teléfono de los padres de mí mejor amigo. Al poco tiempo, unos ruidos extraños por el auricular, y, al fin, la voz de mi amigo. Era maravilloso. Era todo tan humano. Yo nunca conocí a “la centralita”, pero, creo, que algo de ella estuve enamorado. Era mi amor platónico,” mi centralita”. Adjunto teléfono de aquella época y de “la centralita”.

Pasaron los años, y los adelantos tecnológicos se fueron produciendo, y, los teléfonos, fueron cada vez más numerosos y más perfeccionados. El teléfono era habitual en las mayorías de los hogares. Ya no solo los habían en los hogares sino en plena calle: La cabina telefónica.

Todos recordamos aquella estupenda película TV: La cabina. Gran película. Magnífica interpretación del gran actor José Luis López Vázquez.

Luego, hace 15 años aproximadamente, apareció otro gran invento: EL MÓVIL. Todos sabemos que es un teléfono móvil. Creo que todos nosotros tenemos uno. Hasta los niños. Al principio eran enormes. Pesaban como medio kilo. 

Las ventajas que ofrecían éste nuevo invento eran enormes. No había que ir a la cabina y esperar en la cola. Yo tuve uno. Era como llevar una mochila contigo. Eran muy caros y sólo algunos podían tener el lujo de poseer uno. Yo fui uno de esos afortunados. La pena es que no lo he conservado pues podría ser pieza de museo.

 

Siguieron pasando los años y el móvil fue reduciendo progresivamente su volumen, su peso y su precio empezó a ser accesible para la mayoría. Incluso lo regalaban. Hoy todo el mundo tiene un móvil. Adultos, jóvenes, hasta incluso niños.

 

Y ahora quiero comentarles el motivo de mi escrito: Los jóvenes y el móvil. Todos llevan su móvil como si fuera una extensión de sus cuerpos. No pueden estar sin el dichoso móvil. Estar sin móvil, para ellos, sería como una castración. Permanentemente el móvil en sus manos. Permanentemente mirando el móvil. Permanentemente enviando y recibiendo mensajes. Permanentemente enviando y recibiendo “whassup”. Permanentemente, y esto es lo grave. ausentes de la realidad que les rodea. Todo una tragedia. Todo una pérdida de tiempo. Toda una vida perdida. A ello habría que añadir los “selfies”. Todo el día fotografiándose ellos mismos. Todo los días fotografiando en donde están, lo que están haciendo, las vacaciones que están disfrutando, sus hijos, su coche, su moto, ….., todo. Todo una demostración de su ego. Todo una mentira. Pretenden hacer ver que son felices, cuando, en realidad no lo son. Toda una realidad virtual. Hoy en día casi todo es virtual. La realidad tal cual ha desaparecido.

 

El estar permanentemente con el móvil tiene sus consecuencias. La juventud se evade de su soledad con el móvil. No se enfrentan a sus propias soledades. Huyen de la soledad utilizando el móvil. Y a la soledad hay que hacerle frente. Es un reto para cualquier ser humano si, de verdad, quiere ser humano. El enfrentarse con sus respectivas soledades y vencerla tiene un resultado maravilloso. La persona empieza a tener, lo diré en inglés: “conversation with yourself”, es decir, una conversación con uno mismo. Esto es cierto. Se consigue. Hay “alguien” dentro de nosotros que nos habla. Su conversación es sabia. Una conversación muy interesante. Todos podemos conseguirla. Pero hay que estar presto a ella. Y el móvil es un gran impedimento.

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