La naturaleza, entorno fundamental para los enfermos en los hospitales
Mari Mar Duarte
"La creencia de que las plantas y los jardines son beneficiosos para los pacientes se remonta a más de mil años y aparece no solo en las culturas asiáticas sino también en las occidentales".
Cuenta Pepe, un sanitario del antiguo Hospital Insular, de aquella época que Isabel "se les iba" en una gran hemorragia y con las bolsas de sangre que le inyectaban en las múltiples transfusiones, por momentos llegaba a la vida, sonriente, sonrojada y agradecida, suplicando que no la dejaran morir, que era madre de cinco hijos y cuando volvía la incontrolable hemorragia, causada por este último y complicadísimo parto, la fuera dejando en silencio.
Cuando se recuperaba, los médicos salían a hablar, a fumar y a descansar a la plaza Dr. José Molina Orosa, frente a la entrada principal, pero al poco rato, volvía a salir Susana Medina, la joven enfermera, despavorida y gritando desde la puerta:
— ¡Otra vez!
— ¡ Se nos va...!
Y corriendo para dentro otra vez.
Fueron once las bolsas de sangre que recibió Isabel aquel día. Se agotó la de su grupo sanguíneo tanto en el hospital como en el cuartel y finalmente, a primera hora de la tarde, Isabel falleció.
Pepe, decidió no casarse, decía que la vida de un médico no la aguanta nadie, ni ellos mismos. Pasado el tiempo, piensa en ese "baño de bosque" que se daba con la escasa pero necesaria vegetación para sanos, enfermos y para los los que se preparan para irse. Ese pequeño parque donde hacía sus escapadas para meditar, pensar en su propia vida, rezar por los enfermos y agradecer por los "salvados". Con esa arquitectura simple y cercana que ideó Manrique. Todo el espacio te invitaba a sentarte, a pasar de un mundo a otro, por un rato.
Pensaba en las tres araucarias, Araucaria araucana, que están entrando al hospital a la izquierda, como veían pasar la felicidad y la tristeza cada día. Esas tres Marías, lloraron las penas y sonrieron también, a su manera, las alegrías. Por los que se iban y por los que llegaban.
Crecían lo más rápido posible con el objetivo de llegar a todas las plantas del edificio, de ofrecer ese verdor, tan necesario cuando la enfermedad te deja inamovible, a merced de los estudios y las decisiones de otros.
Poder ver esa gota de naturaleza te anima a no deprimirte y a sentir la esperanza que te llama desde la ventana de la habitación cada día.
Son historias para recordar, de los árboles de Arrecife.