De bailes y males
Andrea Bernal
El problema de las cifras es que convierten a nuestros muertos en una abstracción, a cada niño en un número, y apenas se alcanza a sentir el cuerpo, los brazos amputados, el sollozo del terror.
Las abstracciones, las ideas, las imágenes, la repercusión, hacen pensar también que los peores males son invisibles. Se ejecutan desde un pensamiento previo, una lógica anterior. Se disfrazan.
Mechthild von Magdeburg fue una mística alemana que vivió entre 1212 y 1283. Durante muchos años se alojó en el monasterio Helfta de Turingia, y como la conocida Hildegard von Bingen, tenía visiones.
Parece que las místicas alemanas nos son lejanas en el tiempo, pero no es así.
Mechthild elabora una interesante teoría mística que acompaña del verbo bailar. Bailar hace no tener los pies en el suelo, y bailar es necesario: “El espíritu tiene que poder moverse también en un baile inacabable”.
Si no traspasamos fronteras no bailamos, y podemos morir. El movimiento constituye nuestro ser. Estamos vivos porque somos trashumantes, vivos porque estamos en movimiento. Algo muy distinto a ser forzados a movernos, a no permitirnos “bailar” en libertad.
Cada nación próxima a Palestina tiene que abrir, tiene que aprender un baile común y humanitario.
El baile de Mechthild es necesario.
Pero la mística no solo habló del alma y su concepción de la misma. También dio explicación del bien y del mal y criticó la hipocresía de la iglesia.
Mechthild decía que “al mal le gusta disfrazarse”. Es así.
Si el mal aparece y se esconde en múltiples formas, rostros, gestos, palabras – se disfraza-, corremos el peligro, al posicionarnos, de crear de él algo opaco, negarlo, pensar en su imposible final.
No son otros los culpables, no soy yo. No son los otros, somos todos.
¿Quién cuestiona cuánta responsabilidad tiene Europa en sus conflictos?
Hemos de mirar a través de las máscaras del mal, y como la semana pasada, dar voz a Hannah Arendt, porque nuestra labor es comprender. Y comprender no es justificar.