Canarias: una tierra para todos
Por Carlos Alonso, presidente del Cabildo de Tenerife
Hay personas que viven la Navidad como una fiesta del reencuentro con la familia, con los que están lejos y vuelven, con el recuerdo de los que tienen menos. Y hay pueblos que viven todo el año con la urgencia permanente de atender a los menos favorecidos. Sin embargo, a pesar de estos días navideños la política de Canarias ha estado sacudida por el viento de un enorme egoismo.
Los cuarenta años de democracia, libertad y autogobierno de Canarias han forjado un pueblo más justo, más unido y más solidario de lo que nunca fue esta tierra. El milagro de nuestras islas fue acabar con el caciquismo, con el analfabetismo, con el subdesarrollo y con la marginación. Echando la vista atrás, las islas de la emigración han cambiado mucho. Ya nadie considera que irse a Fuerteventura sea un destierro. Y la solidaridad ha creado un desarrollo importante en islas donde antes sólo reinaba la pobreza, la subsistencia y donde tener un par de alpargatas era un privilegio.
Es verdad que la riqueza no ha sido igual para todos. Dentro de las grandes islas hay comarcas en donde queda mucho por hacer. Y hay islas que siguen siendo pobres y despobladas. Donde para ir a un especialista médico hay que coger un avión. Donde para que tus hijos estudien una carrera hay que hacerles la maleta. Donde para encontrar trabajo hay que marcharse. Pero el cuarenta años hemos logrado cambiar mucho la geografía social de Canarias y hemos llevado más servicios, más infraestructuras y más calidad de vida a la periferia de la insularidad.
La base de que lo hayamos logrado es que creamos un sistema de delicados equilibrios políticos. Los fundadores de la autonomía construyeron un pacto de contrapesos en el que favorecieron desproporcionalmente a favor de los más débiles, de los que menos fuerza, población y riqueza tenían: las llamadas islas menores. Hoy, cuarenta años después, resurge una voz en Canarias que quiere destruir lo que hemos construído. Desde Gran Canaria, algunos apelan al hecho de que las dos grandes islas concentran la mayor población de la región y que ese hecho debe inspirar no solo el reparto del dinero sino las cuotas de poder político.
Es un hecho que las dos grandes islas participan proporcionalmente más en los presupuestos de la Comunidad Autónoma, porque además de tener la mayor población (o precisamente por ello) tienen el mayor número de parados, el mayor número de hospitales, de empresas, de plazas hoteleras, de infraestructuras de comunicación o de centros educativos. Y también es un hecho que en Canarias hemos creado un sistema de solidaridad a favor de las islas que cuentan con menos recursos. Ambas realidades han coexistido sin problemas durante muchos años.
Pero en los últimos tiempos se ha instalado un discurso insularista y radical que predica la importancia de una isla sobre las demás; las necesidades de una isla sobre las demás; los merecimientos y esperanzas de una isla sobre las demás. Un supuesto desequilibrio contra una isla que justifica que hay que tratarla mejor que a las demás. La memoria es frágil, así que conviene recordar. El origen de la llamada "triple paridad" está en la defensa que hicieron conjuntamente los representantes de las islas menores con el apoyo de una izquierda que en aquellos años apostaba por la defensa de los más débiles. Quien defiende que las islas menores o no capitalinas tengan siempre los mismos diputados que las dos mayores fue, además del senador palmero Acenk Galván, el diputado Jordi Solé Tura, catedrático de Derecho político y portavoz del Grupo Comunista. Porque el Parlamento canario se concibió como una cámara mixta, que representaba tanto a la población como a los territorios: una especie de congreso y senado en la misma institución.
El devenir de los años ha demostrado que aquel sistema complejo de equilibrios y contrapesos ha funcionado. Pero el insularismo no es un sarampión pasajero, sino un endemismo canario. Y de nuevo se vuelven a escuchar voces que reclaman más dinero y mas poder para unas islas capitalinas que durante décadas han crecido y se han desarrollado atrayendo un flujo de población interior al calor de las mejores oportunidades de vida y de servicios que se ofrecen en estos territorios.
Estamos entonces en el debate sobre dos ideas de Canarias. Una que propone apostar por un desarrollo equilibrado de todos los territorios de la región, lo que implica discriminar positivamente a favor de aquellos que padecen una doble insularidad. Y otra, que pretende enajenar del debate el factor "isla" y defiende que allí donde existen más personas hay que concentrar el grueso de las inversiones y el desarrollo. Tenerife, hasta hoy, se siente partícipe de una idea solidaria en la que se defienden las políticas necesarias para tirar de las islas no capitalinas y especialmente de las tres islas más pobres de Canarias, que son las de nuestra provincia.
Sin embargo, desde hace algunos años, el discurso que emana desde algunas tarimas de Gran Canaria es un agresivo planteamiento de liderazgo económico y político regional. Muchos líderes de Las Palmas afirman que su isla es maltratada, que es la que más aporta a la riqueza regional y la que menos recibe proporcionalmente y han llegado a afirmar que la autonomía no ha hecho sino postergar y perjudicar su desarrollo. Pero a pesar de ese discurso, no dudan en afirmar, al mismo tiempo, que todo obedece a la influencia de un insularismo tinerfeñista. El debate sobre el Plan de Desarrollo de Canarias es el perfecto ejemplo: el cabildo de Gran Canaria, con todo su poder, y alguna fuerza política presente mayoritariamente en esta isla, se oponen a una fórmula solidaria aceptada indiscutiblemente por el resto de las seis islas.
Estamos como en ese viejo chiste. Un conductor que circula en dirección contraria por una autopista y escucha por la radio que hay un coche que va en dirección contraria por la carretera en la que va. Y el conductor afirma: "¿Uno? ¡Hay un montón!". Esa es en resumen, la verdad de la historia. En Canarias hay seis islas que viajan en una dirección de solidaridad y una que va en sentido contrario, aunque ellos crean que son los demás.