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Un médico canario en la tragedia de Valencia

Jorge, el traumatólogo tinerfeño que no dudó en salir a la calle y ayudar de manera voluntaria a heridos y enfermos

 

  • Lancelot Digital
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    Yeray G. Nuez en Tiempo de Canarias recoge la historia de Jorge Morales Rodríguez, médico, traumatólogo para más señas, de Santa Cruz de Tenerife, que lleva instalado en Valencia 8 años, y al que las inundaciones provocadas por la gota fría o la dana, llámenlo como quieran, y de las que este martes se cumplen ya una semana, lo obligaron a desempeñar su profesión de una manera diferente. En su hospital casi no había actividad ya que las lluvias torrenciales impedían que llegaran ambulancias, que circulara cualquier vehículo. Las calles se habían convertido en ríos que todo lo arrastraban.

     

    Como si de una guerra se tratase, y así se presentaba el escenario, este facultativo no dudó en ponerse en marcha, se acercó hasta la localidad de Alfafar y junto a otros compañeros comenzó a tratar, de manera voluntaria, a los heridos y enfermos de la zona. “Al no haber ningún tipo de centro de salud ni nada, porque estaban totalmente inundados e inutilizados, encontramos un centro de jubilados y allí nos reunimos, conseguimos juntarnos varios grupos de médicos y empezamos a recoger medicamentos que la propia gente nos traía”.

     

    “Date cuenta”, continúa Jorge, “que durante los primeros días no llegaban las ambulancias ni los equipos de emergencias”, por lo que eran los vecinos “los que nos surtían de vendas, medicamentos de los pisos altos que no se habían inundado y todo lo que nos hiciera falta”. Además, al no haber electricidad y apenas agua, la tarea se volvía más complicada. Aún así pudieron organizarse en varios grupos y comenzar a visitar a los enfermos y heridos en los domicilios, sobre todo a la gente mayor. Todo funcionaba a través del boca a boca, “ya que si había alguien que necesitaba atención fuera de la zona que estábamos cubriendo, venía y nos decía, por ejemplo, mi madre tiene heridas, y está muy mal, y nosotros nos movíamos”.

     

    "Así, en imágenes", relata este médico y voluntario, "fue impactante haber tenido que entrar a varias casas con grandes charcos de agua, y para poder acceder tener que subirnos a puertas de madera, tumbadas por los vecinos, que flotan en el agua; tienes que hacer equilibrio, saltar de una puerta a otra hasta que consigues entrar en la vivienda". En total, "con el mío, éramos tres equipos de médicos voluntarios movilizados, que hemos hecho unos 30 domicilios con diferentes tipos de enfermos dentro". Y luego, “en el centro de jubilados donde instalamos nuestra consulta, por decirlo de alguna manera, pasaron unas 50 personas”. En general “hemos atendido a gente con golpes, agobiadas, con cuadros de ansiedad, gente mayor a la que le hacía falta medicamentos para la glucosa, la tensión y que lo habían perdido todo”.

     

    Y para desarrollar esta encomiable labor, como no podía ser de otra manera, “el Gobierno no nos ha ayudado”, es más, continúa Jorge, “la Consellería de Sanidad nos dijo que lo que estábamos haciendo estaba prohibido, que dejáramos de hacerlo y que nos fuéramos de allí. Obviamente no nos fuimos”. Pero no sólo eso, prosigue, “sino que una gestora de Sanidad que se puso en contacto con nosotros nos intentó expedientar, a una enfermera y a mí, por haber montado un suministro ilegal de medicamentos”. También “intentamos que colaboraran con nosotros desde un centro de salud que estaba a dos calles de aquí, pero inundado, para que nos enviaran equipos y la consejería se negó”. Al final, y gracias a la vocación que muchos sienten por esta profesión, “los compañeros que estaban en ese centro se vinieron a trabajar con nosotros”.

     

    Eso sí, "pasa que no teníamos luz, ni generadores, no teníamos casi policía por lo que no existía seguridad, pero menos mal que la gente se portó muy bien". Aún así, "en ese momento éramos conscientes de que si no había policía en el centro de salud, mañana estaría saqueado; por lo que la idea era que se quedase un médico y un enfermero encerrado con los medicamentos, bajo llave, para que no entrara nadie, claro; o si hubiese, de milagro, policía, pues se podría dejar abierto de manera permanente como un centro de urgencias y de consultas".

     

    La cruda realidad que supera cualquier ficción

     

    Las imágenes que se ven en televisión y en las redes “son las que son”, pero el golpe de realidad distópica que produce estar ante un escenario de guerra, con las calles inundadas por el fango, los coches amontonados, enseres personales, muebles, etc, es indescriptible. “Verte por allí caminando con el fango por los tobillos, escuchar los comentarios de la gente, ver sus caras de desolación es algo que no se puede explicar con palabras".

     

    Este traumatólogo chicharrero tiene claro que, aunque no se puede dar un número estimado “la cifra de fallecidos va a seguir subiendo, efectivamente. Hay mucha gente que se ha quedado atrapada en sótanos y garajes hundidos bajo el agua y el fango”. Y cuando “vas caminando durante los desplazamientos de un lugar a otro oyes a la gente diciendo, de aquí hemos sacado dos cuerpos, de aquí tres; y no una o dos veces, sino muchas veces más”.

     

    Jorge hace especial hincapié en las “muertes secundarias”. Esas que no se contabilizarán como fallecimientos propios de las inundaciones pero que se derivan directamente de ellas. Se trata de aquellas enfermedades que necesitan ser tratadas en centros hospitalarios, con medicación y controles, y que la realidad en la que se encuentra inmersa la provincia lo impide. Por ejemplo, “el caso de una paciente que hemos atendido, que estaba muy mal y que en un hospital se hubiera podido salvar, pero no hay manera, no se podía trasladar”, relata el tinerfeño con la voz entrecortada.

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