Más allá de la polémica de los Centros Turísticos
La reciente sentencia obligando al Cabildo a desalojar uno de los siete Centros Turísticos de la isla, la Cueva de los Verdes, (una decisión judicial que no obstante será recurrida por la primera institución insular), no sólo ha generado una fuerte polémica acerca del riesgo que supondría la posibilidad de fragmentar la unidad de gestión de los Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo de Lanzarote, sino que también vuelve a reabrir el debate sobre la función y el papel de los mismos.
Independientemente de la propiedad de cada uno de los centros, no puede haber ningún tipo de fisuras por parte de todos los agentes sociales, económicos, institucionales y políticos de la isla en torno a que la unidad de explotación de los mismos, centralizada en el Cabildo, debe ser algo incuestionable y una condición irrenunciable para todo el pueblo de Lanzarote. La gestión de la red de los CACT debe seguir siendo concebida como una unidad indivisible, pues su hipotética fragmentación abriría la posibilidad de diferentes modelos de negocio cuyas consecuencias podrían ser muy perjudiciales para todo el conjunto de la isla de Lanzarote.
Creados hace medio siglo, e impulsados por el entonces presidente Pepín Ramírez, no podemos olvidar que los siete Centros turísticos de Lanzarote se constituyeron, en su conjunto e inseparablemente, en la joya de la corona de la isla, una red que conforma un patrimonio de valor cualitativo incalculable, propiedad de todos y cada uno de los lanzaroteños. Este sello distintivo y singular, global, único e indivisible, que proyecta toda Lanzarote más allá de nuestras fronteras, mostrando un lugar tan excepcional como único en el mundo, fue creado gracias a la genialidad y la amplia visión de un hombre extraordinario, un conejero adelantado a su tiempo y fuera de lo común, como lo fue César Manrique, que supo como nadie convertir a Lanzarote en el paradigma de que la relación entre el hombre y la naturaleza no sólo puede dar como resultado intervenciones de increíble belleza, sino que puede ser totalmente respetuosa, sostenible y generadora de bienestar para la población.
De hecho, la genialidad de Manrique también estuvo en concebir los Centros Turísticos como una fuente de riqueza y de ingresos que revirtiera en beneficio de todos los lanzaroteños, fundamentalmente a través de dos vías: por un lado, mediante la creación de puestos trabajo para muchos hijos de esta tierra, y por otro, a través de la generación de recursos que se destinasen después al resto de todo el pueblo de Lanzarote, en forma de inversiones, dotaciones y servicios públicos, así como de políticas sociales. Pero el espíritu con el que nacieron los Centros Turísticos fue degenerando, y durante muchos años, demasiados, lo que se concibió como un motor impulsor y productor de riqueza, se convirtió en justo lo contario: una pesada deuda y carga económica que hemos tenido que pagar entre todos los lanzaroteños, debido a una gestión pública pésima (por ser benévolos y utilizar un eufemismo) y a unos convenios laborales leoninos y completamente inasumibles.
En los últimos años, se ha logrado dar la vuelta a lo que nunca debió ocurrir y la mejora de la gestión ha sido más que evidente. Pero quizá debamos volver a replantearnos todos los lanzaroteños, ya no sólo la incuestionable e indiscutible unidad de explotación de la red de Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo de Lanzarote, sino en seguir avanzando en más modernas y efectivas formas de gestión que no supongan tener que seguir continuando con partes de la explotación, como la restauración, que siguen dando pérdidas, cuando cambiando el modelo dejarían de darlas. Es más, no hay por qué renunciar a que los Centros Turísticos generen aún más beneficios para todos los lanzaroteños, cuando podrían hacerlo. Y es un imperativo el buscar cómo hacerlo.