Nieves Rodríguez, escritora y autora de “Tierra quemada”
“Los lanzaroteños hemos sabido renacer de las cenizas, fortificarnos en las desgracias y renovarnos”
-Eres filóloga, pero ¿cómo y por qué empiezas a escribir?
Desde que tengo uso de razón. Desde que aprendí a escribir. Recuerdo el diario rojo que me regaló mi madre, con una llave dorada y un candado. ¡Como me gustó ese regalo! Allí podía escribir mis secretos. También que un día desapareció para siempre. Tengo también un recuerdo muy vívido, ya en la Secundaria, en clase de matemáticas, que no me gustaban nada, escribiendo pequeñas novelas sobre mis amigas y yo, historias de amor, remedos de las novelitas de Corin Tellado que devoraba en aquel entonces. Así como unos cantan o bailan, yo escribo para pensar, para recordar, para analizar, para no olvidar y porque no sé hacer otra cosa mejor.
-¿Eras una gran lectora y te mueve el amor a la literatura o en tu familia había escritores?
Mi familia es muy humilde, mi padre marinero y mi madre de origen campesino. No sé dónde nace el amor a la literatura, mi madre nos contaba cuentos para dormir, igual viene de ahí. Esperaba ese momento, aunque fuera la misma historia repetida de los cabritillos y el lobo. Somos muchos hermanos, nueve. Mi madre nos daba dinero el domingo para el cine y lo que sobraba mi hermana se compraba golosinas y yo un tebeo. ¿Por qué siendo educadas igualmente y con tres años de diferencia a mí me apasionaba leer y a ella no? Ojalá lo supiera de donde viene ese placer que encontraba en la lectura para poder inculcárselo a mi alumnado. Pero no lo sé. Mi hermana mayor era maestra y recuerdo que me regalaba siempre libros. “Mujercitas” de Louisa May Alcott o “Sandokan” fueron mis primeros libros.
-Has hecho guiones de cine o televisión, ¿en qué se diferencia a la hora de escribir una novela?
El estilo, el enfoque, son diferentes formatos, pero en el fondo es todo lo mismo. No he hecho guiones de cine, pero si pequeñas aportaciones de guiones para cortometrajes. Creo que todo es producto de mi hiperactividad, tengo exceso de creatividad, en todo lo que veo, escucho o siento, encuentro una posibilidad de expresión artística. También escribo teatro, yo misma escribo las escenas para que mis alumnos las representen en días como el 25 N (El día contra la violencia de género) o el 8 de marzo. También escribo artículos en prensa digital o incluso emborrono poemas para mí misma. Cuando te gusta escribir, todo es poco. Escribo, escribo, escribo y la vida a veces no me da para todo lo que me gustaría escribir.
-Hablemos de Tierra Quemada, ¿por qué has querido contar esta historia?
La pregunta que me hice, creo que fue el origen de la novela, fue preguntarme precisamente cómo es que nadie antes había escrito sobre un hecho tan crucial para la isla de Lanzarote como este. La sucesión de explosiones y erupciones volcánica en una isla, alejada de los centros de poder, durante seis años y el abandono de sus gentes por parte de los gobernantes, me parecía una historia tremenda que había que contar. Por otro lado, el paisaje volcánico y el malpaís, siempre me han parecido de una belleza fascinante. El volcán a nivel simbólico representa la belleza y la destrucción. A nivel literario es un elemento muy potente, sobre todo porque expresa las fuerzas imprevisibles de la naturaleza, pero también la capacidad de regeneración, entroncar esto con el carácter del pueblo de Lanzarote fue todo uno. Escribo muchas veces para tratar de comprender y conocer nuestra historia oculta, cómo nos modela la naturaleza y las circunstancias. Después de leer sobre lo sucedido en aquella época, pensé que había suficientes elementos interesantes y desconocidos para una gran mayoría para trabar una historia alrededor de este hecho.
-¿Cómo te has documentado o es todo imaginación?
Hay una parte histórica importante, pero ya lo digo en el epílogo, no soy historiadora, pero sí que me tuve que documentar mucho sobre lo sucedido con autores clásicos como Viera y Clavijo, George Glass, Verneau, Millares Torres, Hernández Pacheco, Carmen Romero, y especialmente la tesis doctoral de José de León en su trabajo “Lanzarote bajo el volcán. Los pueblos y el patrimonio sepultados por las erupciones del SXVIII”. En esa tesis descubrí en el anexo los testimonios orales que aún quedaban de los familiares y descendientes de aquella tragedia. Los textos históricos, por su deseo de rigor científico, son a veces muy densos, solo aptos para especialistas o amantes de la historia. La literatura en cambio se puede tomar la licencia de contar la historia de otra manera, de forma más amena o poética. Es lo que creo que he hecho. La base es real y documentada, pero las historias, las relaciones entre los personajes las inventé, como no podía ser de otra manera. Le di vida al cura Andrés Curbelo, relaté lo que pudo haber ocurrido y aproveché los nombres de los y las asesinadas por la Inquisición y acusados de herejes para que formaran parte para siempre de esta historia.
-El miedo hace aflorar nuestros peores instintos, ¿cómo crees que vivió esa situación toda aquella pobre gente?
No sé, creo que hay diferentes miedos. Pero el miedo que debieron sentir nuestros antepasados en el primer tercio del siglo XVIII debió ser terrible. No sólo porque veían cada día cómo la lava destruía sus pueblos y los sepultaba sino porque perdían toda su vida: la casa, las tierras, los enseres y animales, y lo que es peor, toda posibilidad de supervivencia. Sólo les quedaba emigrar al norte de la isla o a otras islas. Precisamente, este mismo miedo es el que empuja cada día a cientos de africanos a lanzarse al mar en pateras y cayucos, arriesgando su vida, para sobrevivir o morir en el intento. La historia siempre se repite, de un lado o de otro. Es inevitable la comparación con lo que sucede hoy en día. Si en aquella época los habitantes de Lanzarote, a pesar de las continuas explosiones, fueron obligados por las autoridades a permanecer en la isla para guardar y custodiar los granos que se exportaban a las demás islas, estos se acabaron rebelando e intentaban huir de cualquier forma porque luchaban por su vivencia como ahora lo hacen los inmigrantes.
-En la actualidad, ¿sería distinto? ¿Jugarían los medios de comunicación y las redes sociales un papel en todo el drama?
Lo hemos visto en la Palma, los medios de comunicación se lanzaron a trasmitir diariamente el curso de la lava, la pérdida de las viviendas de los palmeros. Los políticos y gobernantes se hicieron la foto y prometieron, pero poco de lo prometido se ha cumplido. A los habitantes de las zonas afectadas se les destinó a vivir en contenedores de hierro y aún todavía hay gente sin casa. Los medios de comunicación de masa se rigen por la inmediatez, siempre ocurre algo más urgente y feroz que solapa la anterior noticia. Hoy casi nadie, salvo los canarios, se acuerdan de los habitantes de la Palmas que todavía siguen reclamando medidas urgentes y un protocolo para estos casos. Tal vez, la sobreinformación nos esté avocando a una especie de ataraxia, vemos y procesamos todo como un espectáculo televisado, pero somos incapaces de interiorizarlo, de ponernos en el lugar del otro, tal vez como una forma de defensa o un deseo egoísta de no ser perturbado por nada. La literatura debe despertar conciencias, señalar, meter el dedo donde duele y decirle al lector “oye, despierta, esto pasa, entérate”.
-La isla es lo que es hoy en día debido a aquellos acontecimientos, pero ¿crees que se perdió parte de nuestra historia?
Nuestra historia no se perderá mientras haya gente que la cuente, así que habrá que darnos prisa porque nuestros abuelos se mueren. Como te conté, en la tesis doctoral de Pepe de León en “Lanzarote bajo el volcán. Los pueblos y el patrimonio sepultados por las erupciones del SXVIII”, hay una adenda final con testimonios orales de los descendientes de quienes lo vivieron y lo cuentan. Saber que todavía quedaban esas evidencias de nuestro pasado no contado, creo que fue el punto de inflexión para comenzar a narrar esta historia. Considero importantísimo contar nuestra historia, rescatar nuestro patrimonio oral, literario, para poner en valor nuestra historia y contar con voz propia y que no nos lo cuenten desde fuera. Deberíamos apostar más por lo que se hace aquí, que nuestras expresiones artísticas se exporten a la península, que se proyecte al exterior, que se conozca lo que se hace en las islas y que se dé a conocer nuestra cultura. Estas islas no son solo playa, turismo y carnavales, sino que también hay mucha cultura y mucho potencial artístico. Se debería promocionar y potenciar más a los autores locales y demandar a los gobernantes que proyecten al exterior nuestra rica historia y posicionarla en el lugar que corresponde, porque en caso contrario, estaremos abocados a lo que está sucediendo: la aculturación, es decir, recibir con los brazos abiertos todo lo que viene de afuera pero no dar valor a lo se hace dentro.
-Las erupciones, ¿cambiaron de alguna manera el carácter de los lanzaroteños?
Sí, fue un antes y un después en la isla. Esto lo han dicho historiadores y arqueólogos como José de León Hernández. Imagínate, pasar de tener todo a no tener nada, de vivir con el miedo en el cuerpo durante seis años, escuchando constantemente el rugir y las detonaciones del volcán. Esto debe dejar una marca indeleble en cualquier persona. Creo que nos hizo, de alguna forma, temerosos e inseguros, (si no puedes dominar la naturaleza estás a expensas de ella) pero también con una capacidad de resiliencia enorme. Hemos sabido renacer de las cenizas, fortificarnos en las desgracias y renovarnos. Esta capacidad de lucha contra las adversidades nos ha marcado una identidad propia estoica y práctica. La historia de esta tierra, la piratería que sufrió, las razzias, la hambruna que azotó durante años, la sequía, todo ello nos hizo más fuertes, por eso mi dedicatoria es al pueblo de Lanzarote por las muchas penurias que ha pasado a lo largo de su historia.
-Hablando de la parte más técnica, ¿Cuánto tiempo has tardado en escribir este libro y cuántos ejemplares se han editado?
No lo sé, tal vez dos años, considerando el estudio del tema y la documentación histórica. Pero, a pesar de que escribo deprisa, corrijo lento porque soy muy perfeccionista en la escritura. Nunca estoy contenta del todo, siempre pienso que le puedo dar otra vuelta más y mejorarlo. Me pasa con todo lo que escribo. Pero luego llega un momento donde me digo que debo ponerme un límite y decir “basta” ahí lo dejo, porque la historia nunca se acaba de corregir y mejorar. Podría estar reescribiéndola eternamente. Creo que se han editado mil ejemplares, pero si la cosa sigue tan bien como hasta ahora, creo que tendrá que haber una segunda edición porque la acogida está siendo muy buena. Solo recibo parabienes y felicitaciones. Estoy algo abrumada por las críticas y la acogida. Me gusta que, incluso personas muy mayores o quienes apenas lee, me digan que les ha gustado la novela. ¿Qué más se puede pedir?
-¿Estás trabajando ya en otra obra?
Siempre. Llevo casi veinte años con una novela muy compleja, con muchas ramificaciones, tramas y personajes, a la que vuelvo y abandono, en igual medida, cada cierto tiempo. Pero creo que está vez, en unos meses también le diré “basta” ahí te quedas, te dejo inacabada o no, porque hay historias que se te pegan a la piel y acaban convirtiéndose en obsesiones. Y esta historia me temo que lo es, forma parte también de nuestra historia oculta, la que nunca nos enseñaron o la que algunos quisieron tergiversar a su favor. Está basada en un hecho real, el secuestro o el auto secuestro de Eufemiano Fuentes. Es una novela social más que novela negra. Me ha llevado mucho tiempo la investigación, porque hay muchos temas paralelos en la trama como el incipiente movimiento independentista que surgió en Canarias por esa época, ya nadie recuerda que también los independentistas canarios presos fueron amnistiados. Hay testimonios reales de algunos de sus miembros, por lo tanto, hay un trabajo inmenso de investigación sobre la sociedad de la llamada transición democrática. Es una novela y una tela de araña, una especie de puzle que estoy resolviendo, aun sabiendo, que nunca acabaré de poner la última pieza.