Manuel Darias, el agente chicharrero de la TIA
El crítico tinerfeño de cómics mantuvo durante años una intensa amistad con el recién fallecido Ibáñez al que consideraba uno de sus autores preferidos
Nada más leer la primera historieta sobre Mortadelo y Filemón en El Pulgarcito, el especialista tinerfeño en cómics, Manuel Darias tuvo claro que aquellos personajes iban a formar parte de su vida. Y automáticamente otro tanto ocurriría con su autor, Francisco Ibáñez, fallecido recientemente lo que ha dado lugar a que ya sea una legión los admiradores que están llevando a cabo sus personales homenajes a este creador, entre ellos Darias.
Cuando se le pregunta si efectivamente es su autor preferido el crítico tinerfeño recurre a la que se ha convertido ya en su principal muletilla para salir del paso ante esta recurrente pregunta sin ofender a demasiada gente: “Está entre los cinco primeros. Cada vez que escribo sobre alguno de los que más me gustan siempre digo lo mismo”. Pero sin duda Ibáñez está en ese pelotón de ganadores, formado también por Vázquez, Carlos Jiménez o Escobar… “es que hay muchos matices distintos entre ellos”.
El flechazo con los dibujos de Ibáñez fue instantáneo desde que Darias siendo apenas un adolescente de 15 años disfrutó de las primeras aventuras de los dos Técnicos de Investigación Aeroterráquea (TIA) y de forma automática se convirtió en cualificado representante de la imaginaria agencia en la Isla.
En tres ocasiones viajó Ibáñez en Tenerife y en todas ellas estuvieron en contacto porque en su faceta como crítico y más aún admirador, Darias le había realizado un par de entrevistas en los periódicos La Tarde y luego en el Diario de Avisos en los que ha mantenido durante medio siglo una página dedicada al TBO. La primera vez trascendió la visita y el agobio por parte de periodistas y admiradores llegó al punto de que Darias siempre ha sospechado que acabó por estropearle las vacaciones.
Cada vez que el padre de Mortadelo y Filemón visitaba Tenerife, permaneció acompañado del experto tinerfeño gran parte del tiempo, lo que les permitió establecer una intensa amistad que continuaba a través de las cartas. Otro tanto ocurría en los salones del cómic de Barcelona en los que ambos coincidían en las primeras horas antes de que empezaran los agobios multitudinarios de estas citas. En varias ocasiones Ibáñez le regaló viñetas en las que aparecía Darias, la más apreciada por éste, una representación de las Meninas de Velázquez donde el tinerfeño aparece en el fondo ocupando el lugar del pintor.
Al contrario de lo que asegura el actor Carlos Areces, un absoluto fanático de Ibáñez y coleccionista de la práctica totalidad de su obra compuesta por unas 25.000 páginas, el crítico tinerfeño cree que al dibujante no le molestaba dar entrevistas y que incluso era demasiado amable con la prensa y seguidores. Más aún cuando atendía a los lectores en la firma de libros en las que se explayaba haciendo dibujos y hablando con los asistentes, por muy desesperadamente larga que fuese la cola. Que lo era de forma invariable.
Precisamente, una de las principales características que resalta el crítico tinerfeño de Ibáñez es lo cariñoso y cercano que era con todos aquellos que se acercaban a él y personalmente lo pudo comprobar cuando lo acompañó a las firmas que tuvieron lugar en el Parque García Sanabria o en la Plaza de España.
Otra diferencia entre Darias y Areces es que el primero asegura que Ibáñez recordaba toda su obra mientras que el actor dice que muchas veces le presentaba los originales que obtenía tras una larga búsqueda y el dibujante sólo reconocía los trazos pero no los ubicaba en el tiempo ni en el espacio. Su principal influencia, según confesó a Darias y ya era conocido, fue el dibujante Váquez autor de las Hermanas Gilda, Anacleto Agente Secreto… incluso admitió que lo consideraba mejor dibujante y autor que él mismo. “Me decía que jamás alcanzaría su perfección, su forma de dibujar, esa capacidad de dar movimiento a las figuras…”
Pero lo cierto es que según le dijo Vázquez al crítico tinerfeño, su manera de elaborar guiones era absolutamente espontánea, nada premeditada y desde luego con mucha menos disciplina. La diferencia fundamental es que Ibáñez era un creador concienzudo mientras que Vázquez fue un “tarambana que incluso te contaba sin problemas que había estado en la cárcel por estafa. Pero era un genio, todo en él era humorístico”.
No era raro que Vázquez se dirigiera al creador de Rue del 13 Percebe comparándolo con “un funerario” por su carácter y vida austera y su incapacidad para estar continuamente creando chistes.Desde el punto de vista de su estilo, Darías subraya que la principal característica del creador de Mortadelo y Filemón es la constancia y una capacidad casi inhumana de trabajo.
No es raro que a los sesenta años su columna vertebral ya estuviera más que resentida e incluso en un momento dado planeó la posibilidad de que no pudiera seguir dibujando. Hay que tener en cuenta que su jornada de trabajo se alargaba durante 14 horas diarias en las que permanecía sentado en una butaca con la que humorísticamente, como no podía ser menos, llegó a decir que había establecido un romance perfecto.
El proceso creativo se dividía en la elaboración del guión por un lado, al que daba más importancia y le costaba muchísimo más trabajo y luego la fase de los dibujos que le resultaba más sencillo. Cuando escribía la historia permanecía aislado durante al menos dos días encerrado en una habitación en los que llevaba a cabo un trabajo minucioso más bien propio de un monje dedicado a escribir incunables. Darias fue testigo de la evolución y continua perfección de sus personajes y cree que por suerte así fue reconocido en vida, pese a que en dos ocasiones rechazaron concederle el Premio Princesa de Asturias.
Ibáñez no se considera un coleccionista casi compulsivo como Areces, pero cuando Ibáñez visitó su casa se quedó asombrado y le dijo debía ser la persona que tenía más ejemplares suyos. Una montaña ordenada de alrededor de cuatro metros de largo y otros tantos de alto formada por álbumes de este autor resultado de décadas de continuas compras. Está seguro de que posee la totalidad de los números de Pulgarcito pero es imposible decir lo mismo sobre la obra del dibujante catalán, básicamente porque se considera un coleccionistas “light” y más bien casual.
El lenguaje particular de este dibujante que ha sido objeto de estudio, lo atribuye Darias a una manera de sortear la censura y otro tanto ocurría con la crueldad que pasaba muchas veces desapercibida bajo una capa del humor. En ambos casos era la vía que tenían los creadores de aquellos años para retratar lo que ocurría en una sociedad marcada por la miseria, las chapuzas, el cutrerío y el estancamiento social y político.
Especialmente dura fue la época en la que Ibáñez se enfrentó a su editorial al no estar contento con los pagos que recibía por sus derechos, lo que desembocó en su marcha y estar obligado a permanecer durante varios años sin poder dibujar sus propios personajes. Una triste ironía es que en ese tiempo fueran otros los dibujantes que se encargaron de elaborar sus historietas, lo que lógicamente le causó un nada mal disimulado malestar.
El autor le confesó que sus personajes preferidos eran los individuales, con una sola historia, como Sacarino y Rompetechos, con los que además se identificaba. El primero porque en su momento trabajó como botones en un banco y en el segundo por que también tenía los mismos problemas de despiste y de vista. En sentido contrario el que más trabajo le daba eran las múltiples historias de Rue del 13 Percebe, dado que le obligaba a inventarse una diferente para cada piso.
Otra característica suya es que le gustaba dibujarse a si mismo y meterse en su propio universo de papel. En alguna entrevista llegó a confesar que sentía envidia por sus personajes y en una ocasión se llegó a pintar en su propio entierro, acompañado de otros compañeros de profesión. Una curiosidad añadida es que Ibáñez odiada a los superhéroes de las franquicias americanas y no dudaba en ridiculizarlos siempre que podía, lo que tampoco se diferencia mucho de lo que hacía con el resto de la realidad en la que vivía.