Viudas blancas
Myriam Ybot
Ha querido la constelación de azares que es la vida, que coincidieran en la abarrotada agenda cultural isleña los actos del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres —cuando este artículo vea la luz se habrá celebrado el 25 de noviembre— y la XI edición de la Muestra de Cine de Lanzarote, dedicada este año a la emigración y que continúa con sus proyecciones hasta el 3 de diciembre.
De partida, poca relación parecen tener ambas actividades, pues aunque cada vez son más las mujeres que lían el petate en busca de sustento o esperanza, la solución migratoria ha estado tradicionalmente ligada al hombre, por presunción de mayor capacidad física y psicológica para soportar la dureza del desplazamiento, el desarraigo y las dificultades para el asentamiento y la búsqueda de trabajo.
El imaginario cambia cuando el foco transita desde quienes subieron al barco a quienes se quedaron custodiando la memoria y el deseo; de ellos, que enfrentaban la heroica peripecia del viaje, a ellas, que se limitarían a esperar una carta o una estampa borrosa al final del camino, mientras trataban de sobrevivir, protegiendo sus hogares descabezados y guareciendo el sueño de prosperidad que originó la fractura emocional y familiar.
Ambas realidades, la despreocupación patriarcal por cuanto atañe a lo femenino y el fenómeno migratorio, convergen en Canarias en la construcción de un sujeto histórico que se dio en llamar “viuda blanca”: la esposa abandonada y olvidada por el marido emigrante.
Magistralmente visibilizada por la investigadora de la Universidad de La Laguna y docente, María Eugenia Monzón, en el curso “Emigraciones: perspectivas sobre el momento inicial del proceso migratorio” organizado al alimón por Tenique Cultural y la UNED, la viuda blanca era casada ante Dios y ante la comunidad, y por tanto, rehén del juicio ajeno y el estricto decoro moral de la época. Nada de vida social fuera de las reuniones familiares, nada de coqueterías ni ánimo festivo, solo el silencio en la alcoba, solo la espera interminable.
De las fuentes documentales rastreadas por la historiadora tinerfeña, fotos, cartas y protocolos notariales, se desvela un panorama apenas intuido de desamparo femenino y falta de capacidad legal para la toma de decisiones. Remesas económicas de América menguantes hasta su desaparición, noticias de vidas rehechas, de otras parejas, de nuevos hogares… y la paulatina volatilización de las ilusiones de prosperidad con casa alta, comida en la mesa y fértiles fincas de cultivo.
Los caminos de mi mapa de valor (gracias, Bernardo Atxaga, por el feliz concepto) me llevarán un día, estoy segura, a los Llanos de Aridane, en La Palma, donde estas mujeres valientes, víctimas de la soledad y de los tiempos, que rompieron moldes y desafiaron al machismo, tienen una calle.
Mientras, revisaré el documental de Ana Pérez, Dailo Barco y Estrella Monterrey, que guarda la memoria de las vivencias de aquellas esposas olvidadas. Está en la Muestra, está en youtube. Búsquenlo.