Viejos abandonados
Francisco Pomares
De las 4.500 camas hospitalarias públicas que hay en Canarias, cerca de 600 -casi el 15 por ciento- están ocupadas por ancianos con alta médica. La falta de centros sociosanitarios, con un déficit estimado en más de 8.000 plazas, y la ausencia de familiares dispuestos a ocuparse de sus viejos, les impide abandonar el hospital, colocándolos en una situación de absoluto limbo jurídico y social.
El personal sanitario lleva años denunciando la situación, que provoca malestar entre los profesionales sanitarios, hartos de soportar la saturación de los hospitales, muy especialmente, de los servicios de urgencias. El sindicato Asamblea7islas ha pedido a Sanidad que incremente la plantilla volante durante los fines de semana y puentes, y que adecúe las urgencias para reducir la saturación y que se pueda atender a los pacientes de una forma digna. Denuncian el caos que existe en los hospitales por la ocupación de 600 camas por pacientes ya dados de alta, a los que sus familiares se niegan a recoger y atender y acaban provisionalmente instalados en camas cuyo uso previsto no es el sanitario sino el hospitalario.
No es un problema nuevo. La primera vez que fue denunciado -por el propio Paulino Rivera siendo presidente- las camas ocupadas eran alrededor de 300. En noviembre del año pasado, cuando el Gobierno recién incorporado anunció su intención de buscar una solución al problema, se calculó en 700 el número de pacientes okupas. Sanidad prometió crear protocolos de urgencia para dar salida a los pacientes, con los cuidados necesarios, en dirección a centros sociosanitarios o a sus domicilios, incluso recurriendo a medidas legales contra los familiares por abandono de sus mayores, cuando se pueda demostrar que los parientes disponen de medios para ocuparse de los ancianos. Es cierto que no siempre es así: la casuística es muy variada. Entre los ancianos declarados en situación de desamparo que contribuyen a la masificación de las plantas de hospitalización y colapsan los servicios de urgencias, existen casos en los que no puede hablarse de abandono: la familia carece de medios para poder acoger a un anciano dependiente en su casa, pero acude regularmente a los centros a visitar y acompañarlo. En esos casos, es de esperar que sea la Administración la que haga cargo del internamiento en centros adecuados, pero -ya se dijo-, hay una lista de espera de 8.000 pacientes que requieren atención sociosanitaria.
La situación se agrava, además, con la llegada de la gripe. Los sindicatos advierten del desastre que supondrá no disponer de esas camas ante la alerta sanitaria sobre picos de gripe y covid-19. Creen que la situación se volverá muy comprometida, ralentizando las listas de espera y colapsando las Urgencias. La solución que aportan los sindicatos es recurrente: pedir a Sanidad que incremente la plantilla los fines de semana y puentes, y amplíe las zonas de Urgencias. Lo cierto es que del 31 de diciembre de 2021 a la misma fecha dos años después, la plantilla ha aumentado de forma vertiginosa: ha pasado de 36.000 empleados reales a 40.000. El gasto en Sanidad no para de crecer, y más lo hará en la medida que la población siga envejeciendo.
Quizá la primera reflexión que habría de hacerse es lo que ha ocurrido con nuestra sociedad para que se den cada vez con más frecuencia situaciones de personas mayores abandonadas a su suerte en manos de la administración. Sin duda, vivimos una situación de creciente pérdida de valores tradicionalmente atribuidos a la familia. La desaparición de la solidaridad entre generaciones, el desprecio por la ancianidad –se percibe también en el creciente número de mayores que mueren solos en sus viviendas-, la tendencia a quitar valor al compromiso con los cercanos y la responsabilidad hacia los más débiles y necesitados, todos son factores que apuntan a una deshumanización de la que no debemos responsabilizar al sistema o la sociedad en su conjunto (el sistema mantiene a esos 600 ancianos en camas hospitalarias) sino a las personas, con nombres y apellidos, que se instalan en la insolidaridad.
El egoísmo es una enfermedad social muy contagiosa que corroe a individuos de las sociedades urbanas y desarrolladas, las más sometidas al dictado del consumo y los supuestos valores asociados al éxito. Una prueba de ello es que la práctica totalidad de los abandonos de ancianos se concentran en los grandes hospitales de Canarias, especialmente en los de Tenerife. El factor poblacional influye sin duda en que sea así, pero sobre todo es el contexto social el que condiciona los comportamientos. En las islas menos ricas y desarrolladas, en los pueblos más pequeños de las islas grandes, en el mundo rural, perviven tradiciones de apego: la gente cuida y atiende a sus mayores.