Una rifa a ciegas
Por Guillermo Uruñuela
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Cuando uno camina por esta vida va construyendo un futuro que casi nunca se asemeja al que visualizamos en nuestra mente. En ocasiones la realidad supera a lo imaginado y otras veces se queda muy lejos de lo que pensábamos alcanzar. Va adquiriendo papeletas de una rifa donde se desconocen los premios.
Con este comentario, desde luego, no he inventado la pólvora pero de vez en cuando conviene recordarlo.
Quizá en otros tiempos, el esquema instaurado más o menos funcionaba, o por lo menos la cosa resultaba más sencilla. Desde hace un par de décadas todo se ha acelerado y lo que ocurrirá mañana es tan volátil e incierto que podemos llegar a colapsar si intentamos intuirlo. Estas incógnitas constantes que se abren ante nosotros pueden enfocarse desde un prisma optimista o por contra como un elemento de ansiedad que puede limitar nuestra capacidad de decisión.
Hoy cambiamos de trabajo, de lugar de residencia y nos movilizamos por territorios hostiles y desconocidos. La familia tal y como se concebía hace no mucho ha saltado por los aires y el matrimonio que se mantenga erguido ante los azotes vitales, llega a llamar la atención. Las noticias nos indican que la tierra se está yendo al traste por el cambio climático, los conflictos bélicos van más allá de las balas; ya se orquestan desde salas motorizadas y te matan sin enterarte. Todo se ha polarizado y no existen términos medios en la política internacional ni tampoco en el discurso social. Las crisis económicas parecen que se suceden y da la sensación de que el tejido laboral se diluye en pro de una tecnología que poco a poco nos gana la partida.
Con todo ello, repito, realizar un ejercicio de supervivencia intentando adivinar cómo será nuestro mañana, no sé si será provechoso o no pero lo cierto es que contamos con un porcentaje alto de errar en nuestro diagnóstico.
Por ese motivo, lo más sensato es intentar sobrevivir, que no vivir, día a día. Ir tirando millas, dejar que el tiovivo continúe girando e intentar no caernos de él. Y en tal caso, en la medida de nuestras posibilidades, volver a engancharnos a su rotación.
Supongo que una cualidad muy importante a desarrollar en este presente es la capacidad de adaptación. Saber acoplarse a lo que sea, cuando sea y como venga. Todo lo demás nos paralizará y generalmente ninguno contaremos con la suerte de poder sentarnos en la orilla a esperar que pase la tormenta.
Al final de todo, aquel que sepa improvisar, que resista las acometidas, que no se venga abajo en los momentos jodidos y sea capaz de mantener el tipo cuando el agua comience a llegar al cuello será un triunfador, porque el éxito hoy no se rige por los galardones que uno consiga, sino por saber asumir esta incertidumbre y afrontarla con cierto decoro.
De esta manera, simplemente, estará comprando más papeletas para conseguir un buen obsequio cuando la tómbola reparta suertes.