Por Francisco Pomares
Para sorpresa de muchos desconocedores de la realidad militar, y del esfuerzo realizado en los últimos años por las Fuerzas Armadas, algunos sondeos, tanto del CIS –cuando los sondeos del CIS eran fiables, antes de que Tezanos desembarcara con su tropa y sus exóticas recetas de cocina-, como de empresas consultoras privadas, han fijado la percepción de que el Ejército es hoy la institución mejor valorada de España. Puede argumentarse que en estos tiempos de pérdida de valores en las principales instituciones y jerarquías del país, no es de extrañar que sea así. Desde el cinismo podría argumentarse que a lo peor no es que la imagen y valoración social del Ejército haya mejorado mucho, sino que la imagen de la monarquía, la Presidencia del Gobierno, los partidos, la judicatura, las organizaciones patronales y sindicales, el periodismo o la Iglesia, se ha deteriorado sustancialmente.
De hecho, lo que los estudios demoscópicos demuestran es que han ocurrido ambas cosas. Mejor valoración del Ejército, peor de todo lo demás. Por un lado, ocurre que la sociedad española está cada vez más cansada y crispada: la crisis nos aturde, los impuestos nos arruinan, los partidos nos prometen una cosa y hacen justo la contraria, unos dirigentes compiten en el insulto y la mentira, otros se ponen las botas, los medios de comunicación alientan la bronca, y la nación parece cada día más instalada en una polarizante voluntad de conflicto, renunciando al entendimiento, el orden y la decencia. Quizá parezca un diagnóstico excesivo, pero basta con escuchar el ruidoso silencio de seis millones de personas sin trabajo para entender el porqué del descrédito institucional. Y frente a ese descrédito por desgracia generalizado, la imagen y valoración social del Ejército no parece sufrir desgaste alguno. Todo lo contrario.
¿Por qué ocurre tal cosa? ¿Es tan distinto hoy el Ejército español de la sociedad que defiende? ¿Es mejor, más sano, más puro o más decente? La máxima clásica asegura que el Ejército es el pueblo en armas, pero si eso es así, las virtudes y defectos del Ejercito deberían ser también las virtudes y defectos de la sociedad. De hecho, el Ejército español de hoy, el Ejército de la España democrática del siglo XXI no es ni mejor ni peor que el resto del país. Adolece de algunas de nuestras frustraciones históricas y de muchos de nuestros defectos como pueblo, pero en los últimos años ha realizado bastante bien el trabajo que le fue encomendado por la nación en la Constitución de 1978, manteniéndose básicamente alejado de grandes polémicas o escándalos. Y además lo ha hecho manteniendo la coherencia de una tradición que hace que los mejores valores cívicos, aparejados al trabajo eficiente, el sentido del deber, el sacrificio, la disciplina interna y la unidad de acción, sean precisamente valores esenciales del ser militar. Como lo es la neutralidad política.
España necesita de esos valores cívicos, liberales y solidarios que encarnan nuestra mejor tradición castrense. La sociedad precisa recuperar la confianza en el liderazgo, el sentido del honor, el valor ante la dificultad, y el trabajo bien hecho. Los ciudadanos perciben en el Ejército la existencia de cualidades y estilos que se echan de menos en lo cotidiano. Habría que preguntarse porque antes –hace veinte o treinta años- esa percepción de lo militar era menos favorable que ahora. A la explicación clásica sobre el impacto en la percepción de lo militar de la Guerra Civil y el franquismo, habría que añadir –también- un cierto oscurantismo de cuartel, un rechazo a abrir la milicia a la sociedad, fruto de temores atávicos e impropios de un Ejército moderno.
La preocupación del Ejército español por la comunicación de su imagen pública arranca prácticamente con la Democracia, pero hasta mediados de los 90 estaba centrada en un concepto más cercano a la propaganda que a la visión actual de la información como servicio público. Hay que esperar al ingreso en la OTAN y a los profundos cambios que origina la decisión del Gobierno Aznar de abolir el servicio militar obligatorio y profesionalizar las Fuerzas Armadas, y también a la reestructuración del Ejército que supuso el llamado ‘Plan Norte’, para que la comunicación social se convirtiera en uno de los intereses del mando. El Ejército se ha abierto a la sociedad española, sin duda.
Sigue siendo la nuestra una sociedad aún ajena a las cuestiones militares, pero cada día más satisfecha con sus militares. El segundo paso, es explicar a los ciudadanos la crucial importancia de las políticas de seguridad en un mundo cada día más peligroso y violento, con conflictos armados en todos sus costados: la Europa ex soviética, el oriente cercano, el Sahel, y con la amenaza de otros por abrir en el Pacífico…
Unas Fuerzas Armadas respetadas por la población –sobre todo conocidas, cercanas y apreciadas- son la clave de que la conciencia de defensa y seguridad sea aceptada por los ciudadanos.