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Un paseíllo condenado al fracaso

Francisco Pomares

 

Anda Pedro Sánchez instalado en un trabajo de alquimia, que consiste más o menos en transmutar enfado y basura en votos. Cree Sánchez que el mejor servicio que puede prestarse a sí mismo es recorrer las capitales del continente, visitar a próceres y proceresas, saludar a sus colegas en un inglés perfecto y preparar su propia presidencia Europea, con la que espera redimir al partido de los males de este desastroso arranque de año. Se equivoca: Sánchez está obsesionado con esa agenda suya de reuniones internacionales, pero no van a cambiar ni un voto. Sólo sirven para alejarse él de la peste y del ruido, y no siempre. En Copenhague, los periodistas daneses le cayeron encima con el caso Mediador, y no pudo zafarse. aunque ya tenía bien preparado el ataque a Ferrovial y su principal accionista, convencido de que las acusaciones de falso patriotismo y el anuncio a coro de sus ministros económicos de que la multinacional española tendrá que “devolver el dinero”, servirían de revulsivo al votante español de izquierdas. Pero hasta eso parece haberse vuelto en contra: ni los propios votantes de izquierda entienden que un presidente cargue contra los empresarios. Lo de pedir a Ferrovial que devuelva el dinero suena a indigestión de galleta de Alicia en el País de las Maravillas. Es como esas declaraciones sobre el diputado Berni, al que el PSOE –nos dice Sánchez- habría obligado a dimitir y expulsado del partido.

 

En realidad, sólo el Supremo puede obligar a dimitir a un diputado. Lo que puede hacer un partido es convencerle de que renuncie al acta. Y eso es lo que ha hecho el diputado Berni, que después ha tenido la extraordinaria fortuna de que la fiscalía anticorrupción no pidiera su encarcelamiento, y que la misma fiscalía se niegue a que su despacho en el Congreso sea registrado, porque el Parlamento parece ser que no puede ser hollado por la Policía (excepto en caso de Golpe de Estado). Tampoco puede el PSOE expulsar en dos días a un diputado: puede suspender sus derechos como militante de forma provisional, e iniciare un procedimiento –con sus plazos regulados- para determinar la expulsión. Hasta los partidos tienen la obligación de cumplir formalmente con el precepto constitucional de presunción de inocencia. Lo que ha hecho el PSOE con Berni es lo que podía hacerse: convencerle de que fuera corre menos peligro que dentro, y suspenderle de militancia mientras se tramita su expediente de expulsión. Lo de “lo hemos echado del Congreso y del partido” es una exageración de argumentario, que desde el presidente del Gobierno hasta el último mono repiten todos en el partido sin que sea exactamente verdad. Como no lo es que el Gobierno pueda actuar contra Rafael del Pino, presidente de Ferrovial por cumplir con la decisión de los socios y accionistas de trasladar su sede a los Países Bajos. La soberbia de Sánchez intenta derivar con ese cuento las preguntas sobre el mediador en Copenhague y Helsinki, y la desmesura de la vicepresidenta Yolanda Díaz -en su recurso al populismo más casposo-, adelantan que el estilo podemita que hoy es marca de la casa en el Gobierno de España, no va a desaparecer sólo porque Sánchez haga el paseillo europeo y caliente motores ante la cercanía de la Presidencia española de la Unión.

 

En realidad, da igual: estamos viviendo los últimos soplidos de un viento a favor que se agota. Nada de lo que Sánchez pueda hacer ya va a hacer desaparecer las más de 700 rebajas de condena y excarcelaciones de violadores alegremente provocadas por la inconsistencia legal del sólo sí es sí. Nada va a lograr que la gente olvide el indulto que jamás se concedería, las reformas express y a medida del Código Penal, para rehabilitar a los condenados del procés. Nada que hagan o digan Sánchez y su agotada tropa va a amortiguar el cabreo de miles de personas –no sólo en medios rurales y ganaderos- por esa disparatada ley de Bienestar Animal que convierte a los animales en lo que no son. No hay palabras que puedan acallar el enfado de los policías por un tratamiento de la Ley Mordaza que quiere convertirles en potenciales culpables. Nadie va a creerse las mentiras sobre la inflación, mientras sube el precio de la cesta de la compra. Ni a perdonar que el Gobierno se gaste el dinero en trenes que no pasan por los túneles que el propio Gobierno construye. Ni que un día se cuele en España por la puerta falsa al jefe de la RASD y el Polisario, y al día siguiente se entregue –gratis total y sin explicaciones- el Sahara a Marruecos. Y sobre todo, por mucho que le cuelguen a Del Pino que quiere evadir impuestos, no hay un solo español que vaya a olvidarse el próximo 28 de mayo de Tito Berni, de sus cenas con diputados y empresarios en busca de favores, y de sus noches de juerga putera después de haber defendido por la mañana la abolición de la prostitución.

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