Un juego sin reglas
Por Guillermo Uruñuela
Escuche aquí el artículo leído por su autor.
El juego de política.
Así definen muchos el asunto, así nos lo venden y todos contentos; o por lo menos con esa sencilla oración se liberan de una carga moral que no parece afectar a nadie en esta infame encrucijada.
Quizá Peter “El implacable” represente a la perfección esto que les cuento y se ha esforzado durante años en ser al alumno más aventajado de un circo en el que los humoristas hacen reír sin tener que colocarse una espuma rojiza en la nariz o maquillarse, blanquecino, el rostro. La pantomima que estamos viviendo en estos tiempos en la política nacional es tan ofensiva, tan insultante para la inteligencia de cualquiera que sepa sumar dos más dos, que vale más tomarla a choteo. Si no uno se enfermaría. Qué despropósito. Qué manera de normalizar los comportamientos deshonestos, infantiles, absurdos, malvados, inquisidores, deleznables… de unos y otros. Los que aplauden y los que miran sentados desde el otro bando del Hemiciclo. Qué discurso paupérrimo, plagado de trivialidades, mentiras y argumentos rancios que no tienen encaje a día de hoy.
El juego de la política.
Los representantes legalizados de los que tiraban bombas y mataban a sangre fría, dignamente exigen porque se saben fuertes. Los que cuatro que quieren irse de casa, obligan al dueño a decorar el inmueble a su antojo antes de coger las maletas, o por lo menos de volver a intentarlo. El dueño de la vivienda, sumiso y cobarde, asiente y baja la mirada todo por mantenerse bajo un techo mientras todos asisten incrédulos. Ni los suyos dan crédito, a excepción de los palmeros de primera fila que saben que fuera del hogar hace más frío y prefieren vivir miserablemente cerca de la chimenea.
El juego de la política.
Uno sale en un maletero insultando a millones de personas con desfachatez y regresará envalentonado para erigirse como representante de esos mismos a los que despreció con una soberbia egoísta sin parangón. Entretanto, muchos, miles, salen a la calle para nada y mañana a trabajar.
El juego de la política.
Todo ello enmarcado en un sistema democrático que nada tiene que ver con el pueblo y su influencia en la soberanía nacional. Porque todos estamos maniatados. Porque los mensajes están plagados de engaños, porque una vez que cuentan con tu voto hacen lo que les beneficia a ellos. Porque se protegen y se colocan. Porque si detectan un atisbo de honradez cercana la hacen desaparecer para que nadie pueda dejarles en evidencia. Porque hacen negocio y viven de él toda su vida sin dar palo al agua.
El juego de la política.
Un juego que me afecta directamente, pero un juego sin reglas en el que no quiero participar.