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Un juego infame

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 


El Congreso rechazó ayer el techo de gasto y los nuevos objetivos de déficit para 2019. El Gobierno de Sánchez se quedó otra vez más sólo que la una, apoyado únicamente por 88 votos del PSOE y los vascos del PNV. El rechazo de la propuesta del Gobierno a la senda de consolidación fiscal no será debatida ni votada en el Senado. Sencillamente, ha decaído. El Gobierno, de acuerdo con lo establecido en la Ley de Estabilidad Presupuestaria, tiene un plazo máximo de un mes para presentar unos nuevos objetivos que deberán ser sometidos al mismo procedimiento. ¿Serán aprobados entonces? Es imposible saberlo, porque, al margen de las declaraciones pomposas y rimbombantes, de los sesudos análisis financieros de los portavoces y del rasgamiento de vestiduras por la "dureza de las intenciones fiscales del Ejecutivo", o por su "levedad e irresponsabilidad", lo que ocurra o deje de ocurrir con este asunto no tiene nada que ver ni con la ideología, ni con las necesidades del país, ni con nada. Es sólo un juego perverso. Un juego en el que la oposición y los socios del Gobierno se pelean entre sí por repartirse los réditos de abrasar a Sánchez en la parrilla de su propia incapacidad para gobernar.

 

Hay una foto terrible que explica hasta qué punto lo que está sucediendo es en realidad un puro juego: es una instantánea de Juan Carlos Hidalgo, un fotorreportero de Efe, que la agencia de noticias facilitó ayer a todos sus abonados. En ella se ve al diputado podemita Félix Alonso Cantorné señalar qué deben votar sus compañeros de Unidos-Podemos, Compromís y En Marea. El hombre levanta la mano derecha, con tres dedos bien extendidos -la señal de abstención- mientras se carcajea a mandíbula batiente junto a sus compañeros de escaño. Su imagen de diputado despendolado de risa representa perfectamente el estado de la cuestión.

 

Lo peor es que nadie ignoraba que esto precisamente era lo que iba a ocurrir: Pedro Sánchez no es un ingenuo que confió en que sus socios le dejarían gobernar. Él también juega un juego perverso: su Gobierno sólo dispone del apoyo de la cuarta parte del Congreso, mientras el PP cuenta con medio centenar de diputados más que el PSOE y además controla el Senado. Gobernar así es imposible. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que Sánchez ha construido su Gobierno en el aire. Más de la mitad de los diputados que alguna vez le apoyan se declaran al margen de la Constitución. Y 17 pertenecen a partidos que han proyectado y ejecutado un plan ilegal de rebelión institucional para destruir el Estado. Y siguen en eso.

 

Sánchez es un hombre ambicioso y muy seguro de sí mismo: logró convencer a los militantes del PSOE de que él era la mejor opción, pero lo que pretende ahora es imposible: no va a convencer a Podemos -que persigue 'liquidar' al PSOE y asaltar el Estado- ni a los independentistas -que buscan romperlo- de que le permitan gobernar. Coincidió con ellos -y con una parte importante de los españoles- en el deseo de acabar de una vez por todas con Rajoy, pero no tiene ninguna posibilidad -ninguna- de que le dejen gobernar. Es un juego en el que Sánchez no puede ganar, sólo resistir. Sánchez lo disimula con ese gigantesco artificio que es su Presidencia: un Gobierno mediático, una diarrea diaria de designaciones y nombramientos y un recurrente anuncio de proyectos, reformas y leyes que todos sabemos que no pueden hacerse.

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