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Tourist go home

Francisco Pomares

 

 

Andamos enredados en el análisis de las cifras de ayer, si diez o quince mil personas son muchas o son pocas comparadas con los miles que se movilizaron en todas las islas en abril, y si hay que fiarse de los datos que dan los manifestantes o los de la Delegación del Gobierno. Sinceramente, creo que se trata de una discusión inútil, un entretenimiento frívolo que no lleva a ningún lado. Salgan los que salgan a la calle o a la playas a protestar contra el turismo, esta región no puede cambiar su modelo económico prescindiendo de su actividad principal. Plantear ese objetivo es un disparate, una fantasía propia de polpotianos que solo nos conducirá a la melancolía. Se trata de una propuesta estéril y sin sentido.

 

Pero que el turismo sea el principal motor de nuestro desarrollo económico, y no existan ni puedan existir alternativas realistas a esa situación, no implica que el sector, a pesar de su madurez y consolidación, no adolezca de defectos importantes, como su recurrente incapacidad para formar a mano de obra local, su escaso interés por interactuar como acelerador de otros sectores, como la agricultura, y -sobre todo- la desigualdad en el reparto de riqueza que caracteriza a las economías terciarizadas: el turismo implica importantes beneficios para las islas, pero esos beneficios se reparten mal, concentrándose en pocas manos, y muchas veces en empresas de capital foráneo que funcionan con mentalidad extractiva, dejando en las islas (en las nuestras, a Baleares si llegan las rentas) solo una parte de los beneficios.

 

Esa cuestión concreta, la desigualdad en el reparto de las ganancias, es el primer problema que deben intentar solucionar nuestras administraciones. Y solo existen dos mecanismos para afrontar la tarea: o aprobar nuevos impuestos sobre la actividad que solo servirán para redistribuir si se gestionan bien (algo que no es demasiado frecuente en estas latitudes); o con mejores salarios para los trabajadores del sector. Yo me inclino por soluciones que incentiven a la gente a trabajar y no vivir de la caridad pública.

 

Pero hay más problemas: a finales del año 20222, el Gobierno regional –entonces del Pacto de las flores-, se felicitaba al anunciar que la aplicación de las políticas turísticas planteadas por el propio ejecutivo, conducirían a un aumento de la ocupación de las islas, que podría crecer del medio millón de plazas que hay en la actualidad a doscientas mil más, un incremento que implicaría también que Canarias pasaría de acoger los 15-16 millones de turistas a más de 22 millones. Son cifras que aturden, y de las que no estamos tan lejos.

 

Porque no está nada claro que nuestro desarrollo puede seguir creciendo indefinidamente sobre la base de la expansión del turismo, sin afectar de forma sustancial a la necesidad de dedicar una parte muy importante del presupuesto de las administraciones canarias a mejorar servicios e infraestructuras imprescindibles. ¿Puede Canarias dedicar más recursos propios a atender las crecientes exigencias de más gasto en sanidad turística o en infraestructuras turísticas? Yo creo que no. Los recursos son limitados y las necesidades muchas. Y es iluso pensar que la implantación de tasas turísticas resolverá el problema.

 

Otro problema es que el turismo emplea muchísimo personal en las islas, pero se trata en su mayoría –ya se dijo- de empleos de baja cualificación, mal pagados. Además, por consideraciones que tienen que ver no solo con las dinámicas del sector, el empleo turístico ha dejado de ser atractivo para los jóvenes canarios, tiende a atraer a personas de otras nacionalidades, provocando un aumento de la población, pero no la desaparición de las altísimas tasas de desempleo en las islas. La influencia creciente de la llegada de trabajadores de fuera incide en el que es hoy uno de nuestros mayores problemas -la escasez de viviendas disponibles-, que soplo se afronta de boquilla por las administraciones cuando se acercan las elecciones. Canarias se enfrenta ahora mismo a una situación de colapso habitacional, que afecta a miles de familias. Se trata de un asunto que tiene bastante que ver con el crecimiento de empleo en el sector, y con tendencias difíciles de modificar de un día para otro, como la sustitución del alquiler tradicional por el modelo vacacional, o los procesos de gentrificación urbana que afectan a algunas de nuestras ciudades.

 

Ninguno de los gobiernos de esta región se ha ocupado de intentar resolver estos problemas. A todos les ha bastado con que el turismo cuadre los ingresos del presupuesto regional. Y ese es el drama. A los que creen que el modelo turístico dejará de ser el centro de nuestra economía amedrentando a los turistas en las playas, hay que responderles mejorando el reparto de la riqueza, ordenando la actividad y planteando límites razonables al crecimiento. Porque se puede morir de éxito.

 

 

 

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