Supersubmarina
Mar Arias Couce
No soy muy llorona. O no lo era. Este verano me leí el libro de Fernando Navarro “Algo que sirva como luz”, en el que el periodista reconstruía todo lo que les había pasado a los componentes del grupo Supersubmarina, uno de mis favoritos, al margen claro de los inigualables Vetusta Morla, desde el accidente que les truncó la carrera. Los dejó con vida, pero con un futuro incierto. A sus seguidores ese accidente que pudo ser mortal nos dejó en silencio. Durante ocho años no supimos nada. Se rumoreaba, se decía, que había sido bastante grave el golpe, pero nada se sabía a ciencia cierta. Los cuatro chicos de Baeza y sus familias supieron imponer un muro de silencio que salvaguardara la traumática situación en que habían quedado.
La lectura del libro me impactó. Luego fuimos al Sonorama, el festival por antonomasia de la música Indie, y nos encontramos con una edición de homenajes constantes al grupo. Los subieron a la mítica Plaza del Trigo y vimos la carita de José, El Chino, que no entendía bien qué estaba pasando allí porque él no recuerda gran parte de su vida antes del accidente. Concretamente gran parte de sus años de fama. Esos en los que se convirtieron en una banda imprescindible del indie español. En Aranda del Duero lloré. Lloré cuando los vi en el escenario y lloré cuando Jaime, el guitarra que confesaba en el libro que llegó a plantearse el suicidio, se subió con Dani Fernández al escenario y tocó con él una de las míticas canciones de la banda.
Este domingo el programa Salvados de La Sexta se dedicó al grupo para desentrañar todo lo que les había ocurrido a quienes aún no lo sabían. Es decir, quienes no habían leído ni el libro, ni visto ningún reportaje. Incluso para los que no sabían ni quien era el grupo, pero podían entender toda una lección de vida de unos chicos muy jóvenes.
Hablamos de un grupo de amigos de toda la vida a los que con apenas 17 años la industria musical, y su evidente talento, les cambió la vida, y a los que, en agosto de 2016, un desgraciado accidente de carretera se la volvió a cambiar. Hablamos de un grupo de treintañeros que quedó desorientado, perdido, asustado e incapaz de enfrentarse al mundo.
Si algo me puso la carne de gallina fue escuchar a José Marín, el cantante y compositor del grupo, su alma, y el más perjudicado de todos en el accidente ya que sufrió daño neuronal, asegurar con una sonrisa que todas las noches da gracias por estar vivo.
Cuando han superado su miedo y se han atrevido a contar a sus seguidores todo lo que han vivido en estos años, lo malo, se han convertido, a mi juicio, en mucho más que un buen grupo de música. Se han convertido en la prueba viviente de que la vida nos vapulea, nos da y nos quita, pero siempre hay que seguir porque no sabemos cuál será el siguiente capítulo. Y como dijo mirando a cámara ‘El Chino’, “Hay que mirar para delante”. Siempre.
A nosotros nos quedan sus temas porque mientras sigamos escuchándolos, ellos no habrán dejado de tocar.