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Sostiene Santana…

Francisco Pomares

 

Noemi Santana ha dicho que las encuestas que pronostican dificultades para reeditar el ‘pacto de las flores’ tras las próximas elecciones se equivocan. Ella pasea por la calle y sus percepciones le aseguran “otra cosa”. O sea, que sostiene Santana otra cosa, y hasta ahora siempre ha sido así. Siempre sosteniendo algo distinto al resto del mundo.

 

También sostiene Santana que el partido de Alberto Rodríguez (el proyecto Drago) no es un partido de obediencia canaria. Lo dice y se ríe, cono quien no quiere la cosa.

 

Sostiene Santana, que Unidas Podemos repetirá sus resultados electorales en estas elecciones y que ella presidiría la candidatura y seguirá siendo consejera del Gobierno regional por el cuarto podemita, cuando todo llegue y todo pase.

 

Santana no está preocupada -como si parecen estarlo sus compañeros Echenique y Vestringe- de que Alberto Rodríguez llegue y sustituya con sus rastas su peinado modelo Valentina rubia. Y probablemente acierte con eso, probablemente sea lo único con lo que realmente dé en el clavo. Y es que Alberto Rodríguez lo tiene muy complicado para colarse en el Parlamento, presentándose por Drago, por mucho adorno de mayo que le cuelgue a su arbolito.

 

La división de la izquierda a la izquierda del PSOE en al menos dos candidaturas que antes sumaban en Podemos, supone un destrozo considerable para las dos. Alberto es más popular que Santana, no está quemado por una gestión desastrosa en Dependencia, políticas migratorias de menores, residencias y Derechos Sociales. Cierto. Pero no es esa gestión la que podría hacer huir de las urnas a los votantes fieles y contumaces de Podemos. Que los hay. Es la división de la izquierda la que va a pasar factura.

 

Alberto Rodríguez no se cayó de un guindo ayer: ha sido responsable de organización del partido del que ahora despotrica, ha ejecutado sin que le temblara el pulso las órdenes de Madrid contra los díscolos de por aquí y por allá, y sabe de votos y de cómo contarlos más que la mayoría. Cuando la presidenta del Congreso le quitó el acta, en una decisión al menos discutible, el hombre se sintió abandonado por su partido, y por eso fundó otro. En la izquierda a la izquierda pasan esas cosas: entran cuatro militantes en un despacho, discuten y se pelean y salen los cuatro con cinco partidos: desde que Lenin se bajó del tren en la estación de Finlandia de San Petersburgo, no hay variación alguna en ese proceder. Alberto no es ni el sacristán ni el Rasputín de Podemos: ha hecho exactamente lo que habría hecho en su lugar cualquier afiliado maltratado por la dirección (o que creyera haber sido maltratado). La historia de todas las escisiones de la izquierda comienza con una percepción de maltrato que luego se pone de largo con la construcción de un discurso ideológico. El modelo se repite como un dogma religioso: una percepción de maltrato por haber sido apartado de la candidatura presidencial que esperaba por derecho suya, fue lo que llevó al izquierdista Román Rodríguez a abandonar Coalición Canaria y fundar Nueva Canarias.  Luego Román inventó el discurso del poder tinerfeño, que ha ido adaptando a las circunstancias según se lo piden el paisanaje o el paisaje.

 

Noemi Santana debería saberlo, porque durante años jugó en el campo de Román, hasta que se cayó del tren camino de Damasco y cambió el nacionalismo de izquierda por la izquierda circular y la escribanía color caoba tapizada en verde. Vive instalada en aquella transformación de secretaria a consejera, sin darse cuenta de que ya han pasado casi los cuatro años. Por eso sostiene que la calle la acompaña. Porque es probable que no pise la calle desde que empezó a pisar moqueta, y por eso sostenga peregrinamente que la ruptura de Podemos no va a pasarle factura. Vaya que sí. A ella personalmente, y a Alberto Rodríguez, que se quedará fuera con su Drago, y a la izquierda canaria y a su gobierno floral, que dejará de serlo.

 

Se admiten apuestas. Alberto Rodríguez ha hecho su jugada (no sé si de forma intencionada) en dos tiempos. El primer tiempo es de derribo.

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