Sin dar la cara
Francisco Pomares
Mal día hoy para el parlamentarismo, la política y el país: con Pedro Sánchez de oportuno viaje oficial por Estrasburgo y los ministros acudiendo en bloque a la sesión de control del Senado, la amnistía parecía ayer un asunto de calado menor, ajeno a las prioridades y preocupaciones de un Gobierno ausente y un presidente viajero. En tal ambiente de meliflua irrealidad, el PP estaba ayer más pendiente de desmarcarse de los exabruptos de Abascal que de elaborar un discurso sobre la amnistía comprensible para quienes ni entienden que es lo que está pasando con este Gobierno, ni creen que la solución a los problemas del país pase por romper definitivamente todos los puentes.
Al final, a Núñez Feijóo no le ha quedado otra que salir a la palestra a defender, sin posibilidad de ganar, el rechazo de su partido a tramitar la amnistía del Gobierno, contra cuya aprobación ha anunciado pondrá en juego todos los recursos con los que pueda contar el PP. ¿Y cuáles son esos recursos? Feijóo no ha insistido mucho en ello, pero hoy por hoy, tal y como está el mapa político español, la matemática parlamentaria no permite a la oposición frenar la amnistía. Y no se trata de quedar cruzado de brazos, alegando rechazo… Para bloquear la aprobación de la amnistía, o más bien para contribuir a que ocurra, Feijóo sólo puede jalear el derecho de los jueces a movilizarse en defensa del Estado de Derecho y gestionar el rechazo de Europa a una ley que fuera de España no cuenta siquiera con el apoyo de la izquierda más radical.
La batalla contra la amnistía ya no puede darse en el Congreso, donde Sánchez ha optado por reventar todas las cautelas, para conformar una mayoría que le permita seguir en ‘Tierra firme’. Para la mayor parte de las cancillerías europeas, la decisión del presidente de salvar su nueva legislatura pactando dejar la seguridad jurídica a los pies de los caballos, es algo incomprensible, es algo que no sólo rompe con la tradición nacionalista del socialismo español, sino con los ideales históricos de la socialdemocracia continental, preocupada por la igualdad económica y de oportunidades, pero también por la igualdad ante la ley. Jamás, antes de que lo hiciera Sánchez, un primer ministro socialista europeo, presidente de turno de Europa y de la Internacional Socialista, había llegado tan lejos en el desprecio a las normas, cuya única explicación está en la férrea voluntad de mantenerse en el poder a cualquier precio.
Feijóo cuenta con simpatías en Europa para hacer política contra la amnistía no sólo entre las filas del Grupo Popular, mayoritario en Estrasburgo, también entre algunos de los pocos líderes que le quedan a la izquierda moderada de la Unión. Otra cosa es que Europa quiera meterse en esta guerra. Sólo lo hará si los jueces llevan el asunto a las instancias de Bruselas. Aquí ya casi nadie actúa de oficio.
La intervención de Feijóo ayer, apartándose del discurso de Abascal -y acusándole de paso de darle fuelle a Sánchez-, pero reiterando con una calculada elipsis que con la imposición de la amnistía, España vive un día tan triste como el 23-F, va en ese sentido, en el de recodar a los ciudadanos que lo que está ocurriendo en el Congreso no es otro asunto baladí más.
Ayer Feijóo contó con la inestimable ayuda de los indepes catalanes para alertar sobre lo que está por venir al personal, poco dado a dejarse sorprender por aspavientos políticos: el portavoz de Junts aprovechó que la amnistía pasaba por allí, para insistir en la negociación “de tú a tú” entre Cataluña y el Estado, para decidir sobre el futuro, un futuro que “solo puede ser el de una Catalunya libre”. Rufián, en representación de Esquerra, fue más lejos aún. Se enchuló al preguntar directamente a los socialistas si están preparados para enfrentarse a una consulta sobre la independencia catalana. Para atrás, ni para coger impulso.
Penosa la intervención del portavoz socialista, Patxi López, abandonado en el hemiciclo por la deserción cobardica de su Gobierno, y limitado a repetir el sonsonete de la esperanza: encajar, compartir, avanzar en un proyecto común, asumir que la pluralidad es riqueza y bla-bla-bla-bla. Unos meses antes, López habría hecho un discurso completamente diferente, incluso contrario a este, pero a eso uno casi que se acostumbra. Lo que resulta realmente patético es mantener contra viento y marea la especie de que la amnistía es la única forma de hacer política para el entendimiento, que busca ganar a los que no quieren el diálogo desde la diferencia, y decir todo eso mientras tus socios te preparan para nuevas y humillantes capitulaciones.