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Segunda epístola del hombre enamorado

Francisco Pomares

 

 

Ocurra lo que ocurra este domingo, lo menos vistoso que podría pasar (probablemente ocurra) es que no pase nada, que sean los que sean los resultados, todo siga como está. Y lo más dramático e improbable: que caiga un Gobierno mediocre y se monte otro más o menos parecido. Lo que está en juego no es aún la democracia a el futuro del país, sino la continuidad o el cambio de la gente que nos gobierna. Toda la histeria desatada es consecuencia de lo que algunos se juegan, no de lo que se juega el país. Aquí de lo que se trata es de mentir para crispar, enfrentar, dividir. Y cuanto más mejor.

 

Pedro Sánchez ha decidido aumentar más aún la apuesta de dividir y enfrentar a los españoles, para menguar el impacto de que su mujer haya sido citada por corrupción. Su segunda encíclica a los ciudadanos es la respuesta de Sánchez a un acontecimiento que en cualquier otro país habría provocado –cuando menos- una reflexión privada sobre la conveniencia de dejarlo. Eso es lo que el Sánchez de hace siete años le habría pedido al Sánchez de ahora: que dimita.

 

Pero el Sánchez de ahora prefiere señalar al resto como conspiradores culpables de ensañarse con una pobre mujer decente y trabajadora, que con el sudor de su frente, su capacidad para la captación de fondos y su tendencia a recomendar a los amigos, ha logrado que media docena de empresas y entidades relacionadas con el Gobierno de su marido (y con otros) la favorezcan de distintas maneras. Esa mujer de la que Sánchez se siente tan orgullosamente enamorado ha conseguido sin duda hitos sorprendentes: el milagro de que se produzca el rescate multimillonario de la aerolínea de un amigo, lograr que se adjudiquen contratos públicos a sus recomendados, que se modifique la política exterior española, o –ya en un terreno más pedestre- registrar a su propio nombre activos cedidos a su ONG. Y más cosas que probablemente se irán sabiendo en los próximos días, semanas y meses. No es preciso presuponer hechos delictivos para comprender que hay asuntos que resultan lo suficientemente sospechosos como para dejarlo estar.

 

Pero el inquebrable Sánchez es un hombre poco dado a dejarse llevar por la mesura o los límites. Tras la citación de su mujer, ha optado por aumentar la tensión de esta campaña, con una descalificación particular a todos y cada uno de los que se le han colocado enfrente: probablemente lo más grave sean las insinuaciones contra el juez que instruye la causa contra su mujer, absolutamente inaceptable viniendo del presidente de Gobierno. La calificación del procedimiento judicial como montaje de la ultraderecha, la acusación contra los medios de comunicación que no le han hecho la ola, la miseria que supone señalar a los dirigentes de los partidos de la oposición como urdidores de una trama para que él renuncie. Y todo para pedir –como ya hizo en su primera epístola, cuando llamó a la movilización de los suyos- que los votantes acudan a las urnas para condenar y rechazar a todos los que no le apoyan.

 

Pero lo más estrambótico y surrealista, lo que demuestra el narcisismo cesarista de este hombre, es que seis años después de convertirse en presidente gracias una moción de censura apoyada por el PDeCat de Puigdemont, y cuando aún no ha pasado un año desde que aceptó amnistiarle para poder seguir en el Gobierno, Sánchez acuse a Feijóo de intentar un pacto antinatura para hacer lo mismo. Sánchez tergiversa una respuesta de Feijóo a Susanna Griso. La periodista le preguntó a Feijóo si censuraría a Sánchez con el apoyo de Junts, convirtiendo lo que el jefe del PP no respondió, en prueba inapelable de su intención. Aseguran Sánchez y su coro que el PP está dispuesto a un entendimiento con Puigdemont para tumbar el Gobierno progresista, el Gobierno que permitió y que sostiene Puigdemont. Sánchez usa el rechazo social ante algo que él mismo hizo –la indecencia de ceder ante Puigdemont para poder gobernar-, y califica como antinatural que Feijóo busque el apoyo de Junts. Y eso, más que antinatural, es sencillamente falso: el PP no podría jamás juntar a Vox con ningún partido independentista, ni hay partido indepe que respalde una moción de censura apoyada por Vox. Pero incluso si ese disparate llegara a ocurrir en este país de políticos golfos y demenciados, cualquier acuerdo parlamentario sería constitucional y legal, tanto si lo hace Feijóo, como si lo hace el mismo Sánchez que ahora se rasga las vestiduras ante la posibilidad (falsa) de que alguien haga lo que él ya ha hecho en dos ocasiones. Para seguir en el poder, engañando además a sus votantes.

 

No es el futuro del país lo que está en juego: es la verdad, es discernir quien usa la mentira. Quien maneja la máquina del fango.

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