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¿Quién teme al Alvise feroz?

 

Francisco Pomares

 

Los fenómenos electorales son una especialidad clásica de las europeas. A veces fructifican, como le ocurrió a Pablo Iglesias con su papeleta-DNI, y a veces se estallan como una pita, como le pasó a aquel señor enfadado que antes había sido dueño de Rumasa.

 

Es aún pronto para decir si el caso de Alvise, un personaje bastante estrafalario y muy pagado de sí mismo, llegará algún día a ser un fenómeno importante en la política española, o se evaporará como alcohol derramado bajo una solajera. Si tuviera que hacer un pronóstico, me declararía en rebeldía: porque Alvise no es tan diferente del primera Pablo Iglesias, aquel que hablaba de política viril, se llenaba la boca reclamando patriotismo, disfrutaba amedrentando burgueses y buscaba siempre quedar marcado en la actualidad como excéntrico de referencia. Lo que diferencia a este iconoclasta de la derecha del Pablo iconoclasta de la izquierda es que éste parece más burdo: alguien incapaz de regalarle cortés pero venenosamente al rey Felipe un pack con las cinco primeras temporadas de su serie favorita. Aquello ocurrió cuando aún Juego de Tronos se basaba en los textos de George R.R. Martín, y lo en el imaginario sometido a algoritmos de un par de showrunners ensoberbecidos por un éxito galáctico. A nadie se le pasaba por la cabeza que el bastardo Nieve acabara asesinando a su tía favorita, un guiño premonitorio del futuro de Iglesias y Montero: al final la monarquía tradicional ha demostrado ser más resistente que la monarquía de Galapagar. Pero no perdamos el tino, que estaba escribiendo de Alvise… sin muchas ganas.

 

Reconozco un cierto hastío: se trata de un personaje al que le pega más South Park o Shameless que las peripecias incestuosas de los Targaryen. Su indecoro me aburre, y su política me parece inútil para la democracia, y –desde luego- corrosiva para la derecha. Aun así, Alvise es sin duda un personaje de pantalla. De pantalla de móvil, pero con ambición 8K. Antes de colocarse como inesperado prócer en estas elecciones, sólo hablaban de él sus seguidores de Instagram. Hasta que le hizo de padrino el prescriptor principal de las ultraderechas nacionales, Pedro Sánchez. El presidente habló de él hasta 15 veces en sus mítines y coreografías de campaña. Y el CIS, que no da pie con bola cuando de hacer pronósticos se trata, detectó su rastro demoscópico con absoluta precisión y lo ofreció como opción a las barras de los bares. Un éxito.

 

Quizá ustedes no lo recuerden, pero algo parecido es lo que pasó en las primeras elecciones andaluzas que iba a ganar la derecha por aplastante mayoría, y el PSOE descubrió que existía un fascismo verde de Vox, y nos anunció el inminente fin del mundo. Eran los tiempos en los que Sánchez ya no se privaba de calificar a Rivera de ultraderechista, después de haber cumplido el deseo de los que le pidieron a gritos que con el de Ciudadanos no fuera a ningún sitio. En Andalucía, el CIS entronizó por vez primera a la ultraderecha española, con la misma enjundiosa dedicación con la que previamente había intentado ningunear las posibilidades del centro para hacer política. Son cosas que se olvidan fácilmente, porque en España las mentiras van mucho más rápido que los trenes de alta velocidad, pero a Vox le hizo un favor de mucho cuidado Sánchez, poniendo histérica a media nación ante la posibilidad fake de que barrieran en Andalucía. No fue para tanto, y a la siguiente, el presidente Moreno ya se encargó de ordenar el cotarro, pero el daño estaba hecho, la ultraderecha presentada y el fascismo redescubierto. Tengo para mí que si desenterraron a Franco fue por si acaso no había quedado suficientemente claro.

 

Con lo de Alvise lo han intentado de nuevo, a lo mejor porque a este Vox tan ranciamente apesebrado y constitucional, sólo le temen de encargo los que viven vendiendo género o marroquinería. Es verdad que segundas partes nunca fueron buenas (excepto si las firma Coppola), y la presentación de Alvise pilló a la derecha prevenida: mientras la izquierda se dedicaba a pelearse y/o a presentar como gloriosamente progresistas los acuerdos con Bildu, regalar privilegios fiscales a las regiones más ricas o amnistiar a malversadores; a la derecha le dio por revisarse los cordones, y en las última regionales, el entendimiento con Vox dejó de ser el gran problema para sus votantes.

 

Había que inventar algo a la derecha de Vox para que la derecha no llegue a gobernar nunca, y eso es lo que hemos visto en esta primorosa campaña: una alianza interesada entre el populismo guaperas y la caspa ultramontana servida en red.

 

¿Quién teme al feroz Alvise?  El sanchismo no, desde luego. Alvise es su mejor aliado para que nada sume y nada cambie y seguir prescribiendo recetas para el miedo. Si Alvise no existiera, Tezanos lo habría inventado, y la caravana del PSOE lo habría llevado a recorrer todos los pueblos de España. Bueno, de hecho, eso fue lo que hicieron.

 

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