Política para bobos
Después de marear la perdiz, el PP acabó por apartarse de propuesta de Vox que pide la ilegalización de los partidos que promuevan la secesión del país. Tanto el PP como Vox presentaron enmiendas a la totalidad de la Ley de Amnistía planteada por el PSOE y sus socios. Sánchez cumple con la palabra dada a los partidos independentistas que sostienen su Gobierno, presentando en un tiempo absolutamente récord una ley probablemente inconstitucional, que exculpa a Puigdemont y sus colegas de todos los delitos cometidos durante el procés (y es probable que de algunos más también).
En el texto alternativo presentado por Vox, se plantea la ilegalización de los partidos que amenacen la unidad del país o cuestionen el orden constitucional. El PP, sin embargo, parece haber optado no por ilegalizar a los partidos que pongan en riesgo la unidad del Estado, sino por disolverlos. Uno no tiene muy claro que significa eso ni como se hace, pero –en cualquier caso- la propuesta parece pretender lo mismo que pretende la de Vox, presentando las mismas intenciones camufladas bajo un término distinto. A la espera de que alguien explique la diferencia práctica que supone ilegalizar un partido o disolverlo (si es que hay alguna), a mi lo que realmente me preocupa es la deriva antidemocrática y boba que parece haberse instalado en nuestra clase política.
Pretender ilegalizar y/o disolver un partido porque sus intenciones quedan fuera del marco constitucional es una pretensión babieca y absurda. Una propuesta para que se la crean los tontos. En este país hay mucha gente que piensa de forma diferente a la que piensa esa mayoría constitucional que –por otro lado- no es tampoco capaz de ponerse de acuerdo en lo que es realmente importante. La existencia de partidos republicanos, confesionales, machistas, independentistas, ácratas o defensores de la dictadura (sea del proletariado, cubana, norcoreana o dictadura a secas), es precisamente una de las características que definen la democracia, un sistema político que se basa en reglas muy sencillas: la separación de poderes, el acatamiento de las leyes, la libertad de expresión, el gobierno de las mayorías y el respeto a las minorías.
La democracia es inclusión: incorpora en su funcionamiento a los disidentes, a los radicales, incluso a quienes quieren acabar con la democracia. Personalmente no me asusta nada que Puigdemont sea independentista, agente de los rusos o un tipo bastante marciano peinado estilo playmobil. En democracia le asiste el derecho a pensar lo que quiera, a actuar conforme a lo que piensa e incluso a trabajar por la independencia, siempre que cumpla la ley, convenciendo a la mayoría de que la independencia de Cataluña es necesaria o conveniente o glamurosa. Eso no incluye gastarse el dinero de todos para imponer su criterio, ni conspirar para anular las leyes –Constitución incluida- y sustituirlas por las que él y los suyos quieran.
Porque para evitar que la política sea un festín caníbal, están precisamente las leyes, que además tienen la ventaja de que pueden ser mejoradas, cambiadas o revocadas. La cuántica nos ha demostrado que ni la física se rige por leyes inmutables. Ya me dirán la política, que es un puro constructo… El problema no es que Puigdemont defienda la celebración de un referéndum, el problema es que lo imponga ilegalmente, porque tenga la mayoría en un territorio, o incluso porque convenza a la mayoría que sostiene el Gobierno del país. Si algún día Puigdemont, Rufián, Otegui o el PSOE navarro, logran que el Constitucional respalde la celebración de un referéndum separatista (no es imposible, es probable que acabe bendiciendo la Amnistía) yo seguiré pensando que es un disparate y un retroceso, pero que cuenta con el arbitraje legal que nos hemos dado.
Yo sostengo que mis ideas son mejores que las de esa ruidosa minoría que quiere segregarse. Y me preocupa el grado de entrega al que el voto de las minorías está sometiendo a un Gobierno que hasta ayer defendía las mismas ideas que yo, las que inspiran el consenso constitucional. Pero si los marcianos o los hijos de Putin logran sus objetivos sin conculcar las leyes, lo que pensaré es que han sido más listos, más hábiles o más laboriosos y constantes que yo y quienes piensan como yo. Ilegalizar o disolver un partido es sólo política para bobos. Ya se intentó con HB y el Tribunal Europeo nos sacó los colores. En Europa hay partidos independentistas en casi todos sus países, y también Constituciones fuertes –como la nuestra- que protegen la unidad. El único país de la Unión que sólo permite partidos nacionales (es una tradición histórica: tampoco existen partidos regionales) es Portugal, pero en Alemania, Francia, Italia, Bélgica y Reino Unido hay partidos independentistas. Son países con democracias sólidas que hacen cumplir la ley.