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Pocos hechos y mucho parloteo

 

  • Lancelot Digital
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    Hace años, en un despacho municipal, asistí a la siguiente conversación entre el entonces alcalde y un responsable municipal de mantenimiento:

     

    “Fulanito, - le dijo el regidor-, te he llamado porque desde hace cuatro meses en la calle X, hay un socavón de metro y medio de ancho en la acera. Hay muchas quejas de los vecinos. No paran de llamar. Además, eso está muy peligroso, cualquier día se cae alguien y ocurre una desgracia. Eso hay que arreglarlo”. 

     

    “Sí, sí- le contestó el empleado al alcalde- eso está muy peligroso; además está cerca de la escuela, y por allí pasan los chinijos corriendo. Y el agujero es profundo ¡eh! Que vamos, te caes ahí y hasta te puedes romper una pierna; de ancho, más o menos tendrá un metro, una cosa así” –le explicó haciendo un gesto con los brazos para darle cuenta del tamaño del boquete.-

     

    “Pues eso Menganito, que hay que arreglarlo, que lleva muchos meses…”, le insistía el alcalde.

     

    “Si sí… Si eso se hace enseguida. Creo que aún queda cemento en el almacén además. Voy a mirar y, si no, se hace una propuesta de gastos y se compra y ya está, que eso es rápido, eso no es nada. Y después, en cualquier momento que los chicos estén por allí cerca, les digo que se pasen y que eso lo arreglen con un poco de cemento y un par de baldosas, eso está muy mal no puede continuar así porque es un peligro. Pero eso no se tarda nada, se hace en cualquier momento”.

     

    Ni qué decir tiene que por supuesto el socavón permaneció otros cuatro meses más sin arreglar. Con el paso de tiempo recordé aquella conversación porque entendí uno de los males endémicos que afecta a la gestión pública local, donde la falta de acción es sustituida por una descripción detallada y reiterativa del problema y de sus posibles soluciones. Pocos hechos y mucho parloteo.

     

    De hecho, es la misma estrategia que usan muchos cargos públicos ante las preguntas de la prensa sobre problemas que no se resuelven: el entrevistado realiza todo un alegato envolvente, relatando lo mal que está la cosa y detallando los pormenores históricos del problema a resolver, en un intento de despistar del meollo de la cuestión (que no es otro que ahora le corresponde a él solucionarlo). Todo un arte, hay que reconocerlo, del disimulo de la incompetencia del político. Así, el entrevistado articula un relato repetitivo de la situación, envolviendo al periodista y mareando el discurso en un callejón sin salida, a fin de aparentar que se está haciendo algo, cuando en realidad no se está haciendo nada.

     

    Lo desesperante es que a este tipo de político, por mucho que le insistas para que te hable de lo que verdaderamente está haciendo o se va a hacer, no le vas a sacar de ahí porque hablar y hablar, sin decir nada sustancial, es su forma de defenderse ante su manifiesta falta de acción y eficacia en la gestión. O como decía Platón: “El sabio habla porque tiene algo que decir, el necio porque tiene que decir algo”. Y el problema en Lanzarote es que nos hemos terminando resignando con la clase política que tenemos, a la que consideramos inevitable. Y eso es lo peor que nos puede pasar, que nos acostumbramos a la mediocridad y la terminamos viendo como si fuera normal, por habitual.

     

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