Pensando en las musarañas
Vivo en Santa Cruz de Tenerife, por la zona del Hotel Mencey, territorio eulipotiflo de erizos morunos y de musarañas sin pedigrí, que pululan y procrean a sus anchas, escapando como pueden de los perros los erizos y de los gatos las musarañas. Tengo dos gatas, y una de ellas, criada en la calle y bastante más salvaje que la otra, tiene por costumbre obsequiarme frecuentemente -cada ocho o diez días- con una musaraña muerta. Suele dejar ese triste botín de menos de siete gramos en la alfombrilla de la puerta de la cocina, aunque alguna vez la gata ha entrado por sorpresa por la ventana frente a la tele, y me ha soltado al pobre bicho en el cogote. Sé que suena asqueroso, pero es bastante menos de lo que suena. Las musarañas que me obsequia mi gata (también lagartos y perenquenes) son minúsculas. Tanto que dan más pena que repelús. Yo suelo recogerlas con una servilleta y llevarlas a la parte de detrás de la cocina, donde hay un parterre de unos cuantos metros cuadrados, en el que sobrevive una platanera borde. Allí hago un agujero poco profundo y las entierro. Calculo haber sepultado allí un par de cientos de musarañas, un roedor minúsculo y simpático como el ratón de Ratatouille, al que mi gata malvada y salvaje se ha aficionado en los últimos años. Creo que proceden de un solar cercano, estercolero de hojas cortadas de palmeras, en el que algún día, al caer de la tarde, he visto alguna musaraña pasear con un par de crías sonrosadas y sin pelo anudadas al rabo. Supongo que el salvajismo de mi gata me protege de no tener la casa infestada de narigudos. Pero a pesar de ser un propietario realista, siento simpatía por mis musarañas, y quienes me conocen dicen que me paso más tiempo del que debiera pensando en ellas. Será.
A lo mejor por eso me pareció tan sorprendente tropezarme el otro día, repasando el Boletín Oficial (una extraña afición mía a la cacería, copiada de mi gata), con una resolución de la Dirección General de Lucha contra el Cambio Climático y Medio Ambiente, adjudicando al ‘Grupo de rehabilitación de la fauna autóctona y su hábitat’, la contratación de lo que me pareció un servicio un poco alucinatorio: un ensayo para la obtención de ADN de musaraña canaria (la Crocidura Canariensis, una especie aún en discusión –algunos opinan que es sólo una subespecie- que vive exclusivamente en Lanzarote y Fuerteventura y en los islotes de Montaña Clara y Lobos), para poder proceder a su caracterización genética. A ver, no es que la adjudicación del ensayo –por justo 6.000 euros, IGIC incluido- sea especialmente sospechosa, es que es chocante: el objeto del contrato consiste en llevar a cabo ensayos de extracción y secuenciación de ADN de nuestra musaraña endémica, cuyo objetivo es “determinar la viabilidad de utilizar muestras de pelo y de otro tipo para la caracterización genética de esta especie”.
Confieso que soy neófito y no tengo idea ninguna de cómo se hace eso. Pero afortunadamente las prescripciones técnicas del contrato lo explican: se realizarán ensayos de extracción a partir de distintos tipos de muestras: tejido de musarañas (canarias y otras) encontradas muertas, conservadas por congelación o en alcohol puro (al menos tres muestras); maxilas y cráneos de musarañas procedentes de egagrópilas, o sea bolas de restos regurgitados por las aves (en torno a 15 muestras); y restos óseos o momificados de musarañas canarias procedentes de individuos encontrados muertos en recipientes abandonados (al menos una muestra); además de –esto es lo que parece más difícil- pelos procedentes de musarañas canarias vivas (al menos 35 muestras). Luego se obtienen secuencias de ADN mitocondrial de cada muestra y se procede a compararlas con secuencias publicadas en bases de datos para determinar la especie de cada muestra analizada. El ensayo no pretende saber si la musaraña canaria es una especie o no, sólo demostrar si eso se puede averiguar arrancando pelos a las musarañas vivas, pobres bichos, que además de estar en peligro de extinción, van a estar los biólogos madrileños del grupo ese de rehabilitación, dándoles tirones de mil demonios en los pelos de moño hasta que cobren los 6.000 cochinos euros.
Lo mejor de la resolución es que es del 7 de julio de este año, y no es en absoluto la única curiosa, hay un montón. El 7 de julio, cuando “los dioses del pasado no se habían ido y los del presente no había llegado”, ya saben, lo dijo el apostata Juliano, según Gore Vidal: “el tiempo en que los hombres fueron libres”. A costa de despelujar un montón de pobres musarañas. Desde luego, no se lo perdono yo esto al consejero Valbuena…