Otro triste récord
Francisco Pomares
Uno de cada cuatro adultos canarios consume ansiolíticos o antidepresivos, según la última encuesta de Salud publicada por el Instituto Canario de Estadística. En números redondos, podría decirse que esta región es una región adicta a las pastillas: más de 350 mil isleños toman tranquilizantes, relajantes y pastillas para dormir y otros 147.000 antidepresivos y estimulantes. El consumo se ha disparado casi un 30 por ciento en los últimos años. Se trata de una auténtica epidemia de adicción contra la que ya han advertido los farmacéuticos, que conocen bien la situación. La administración sanitaria es responsable de parte del problema, al prescribir recetas que superan el tiempo razonable de medicación. Consideran los boticarios, con toda razón, que los tratamientos deberían ser más cortos, evitando recetas anuales para estos medicamentos.
Sólo con ese dato de consumo de ansiolíticos y antidepresivos, Canarias duplica ya las cifras que la OMS atribuye a la extensión de las dolencias y padecimientos mentales. Cree la organización encargada de vigilar el estado de salud de la humanidad, que una de cada ocho personas del planeta sufre algún tipo de trastorno mental, una alteración clínicamente significativa de la cognición, la regulación de las emociones o el comportamiento, frecuentemente asociado a crisis de angustia o discapacidad funcional en otras áreas importantes.
Sin duda, existen muchos tipos de problemas de salud mental, que abarcan los trastornos mentales, las discapacidades psicosociales y otros estados asociados a una angustia considerable o riesgo de conducta autolesiva, que se materializa en el suicidio, la manifestación más peligrosa de la enfermedad mental. Y en eso –como en tantísimas otras cosas- Canarias también encabeza la lista de récords negativos. Con casi 3.000 suicidios en los últimos 15 años, desde 2007 a 2022, Canarias es la tercera región española con más porcentaje de personas que se quitan la vida, según los datos del INE. Desde el año 2019, la Sanidad regional cuenta con un programa para la prevención de la conducta suicida, pero no parece estar funcionando demasiado bien, o quizá cada vez haya más gente cansada de vivir, porque los suicidios no han disminuido desde entonces, sino que aumentan considerablemente. Sin duda, algo tiene que ver con esto el triste impacto de la pandemia, el confinamiento y la percepción instalada durante el encierro, en la consciencia de miles de personas, sobre la fragilidad de la existencia. El desastre vital, emocional y económico que supuso el confinamiento para decenas de miles de canarios puede explicar el crecimiento de los suicidios. En 2020 se suicidaron en las islas 208 personas, y el año siguiente 230 muertes. En 2022, el número de suicidios bajó un poco, hasta 223 personas, y veinte de ellas tenían menos de 30 años. Cada tres días, hay dos personas de Canarias que deciden quitarse la vida…
Vidina Espino presentó estos y otros datos sobre la gravedad y la extensión del problema de la salud mental en las islas. Fue durante la reunión de la comisión de Sanidad del Parlamento celebrada el pasado martes, y pidió que la administración regional contemple recursos para combatir una situación que nos convierte en la tercera comunidad con mayor porcentaje de personas que optan por acabar con su vida, y en una de las primeras en el consumo de medicamentos contra la ansiedad o la depresión.
No quiero resultar pesimista, pero me temo que se trata de una petición con escaso recorrido. No digo que no haya entre nuestras elites y dirigencias personas preocupadas por aportar a los demás, gente que crea que es posible hacer las cosas de otra forma mejor. Pero el hecho es que la política abandonó hace tiempo la preocupación por los más desfavorecidos: los marginados, las personas con padecimientos mentales, los ancianos que viven en soledad, los enfermos con enfermedades raras, la gente que sufre discapacidades inhabilitantes, no forman parte de la tropa que la política quiere seducir y contentar. Y los que se suicidan no votan.
Tres mil casos de suicidio en quince años es una cifra espantosa, horrenda, inaguantable, sobrecogedora. Refleja la profundidad de la miseria y la amargura en la vida cotidiana de nuestras sociedades. Obsesionados con el éxito, el consumo y la satisfacción inmediata de nuestras necesidades de todo tipo, el mundo desarrollado se ha convertido en una suerte de cocina donde se guisan la frustración y el miedo con la ansiedad, las adicciones y la desesperanza. Y nada indica que vayamos en la dirección correcta: más allá de la salud mental privada hay otros síntomas: agresividad sexual, violencia y odio identitarios, psicopatías de las que se presume, aceptación de la mentira, celebración de la aculturización… vivimos aceptando cada día la manifestación creciente de nuevas formas de locura.