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Otoño a fuego

Francisco Pomares

 

Ayer concluyó la primera sesión del Parlamento, tras las vacaciones de verano, con una nueva muestra del otoño a fuego que viene. Uno esperaba que las cosas fueran de otro cariz: tras perder Podemos sus cuatro escaños, en un castigo que no se recuerda desde la época de la debacle de UCD, las cosas debían haberse relajado algo en una Cámara que en la pasada legislatura se caracterizó por el histrionismo e irresponsabilidad de los populistas de izquierda. Pero el mapa político canario no va a prescindir fácilmente del populismo: los cuatro de Podemos fueron sustituidos por los cuatro de Vox, en uno de esos sorprendentes pendulazos que a veces se producen en política.

 

La ultraderecha se estrenó parlamentariamente con un discurso racista, vinculando la avalancha de migración irregular que vive Canarias con la violencia de género. La diputada Paula Jover trajo al parlamento regional una de las obsesiones de Abascal, la de que la mayoría de los asesinatos de mujeres los protagonizan emigrantes, recordando que el 45 por ciento de las mujeres que han sido asesinadas en España en lo que va de este año han muerto a manos de extranjeros. Jover usó las cifras facilitadas hace unos días por el Ministerio de Igualdad de Irene Montero, en las que se asegura que son extranjeros el 45,2 por ciento de los presuntos asesinos.

 

Los porcentajes no casan con la población extranjera, algo más de seis millones a 1 de julio de 2023, 14 extranjeros por cada cien personas que viven en España. La diferencia entre los porcentajes -45,2 frente a 14- permitió a Jover explayarse en uno de los relatos más queridos de la ultraderecha –que la emigración incrementa la violencia machista-, pero la diputada fue reprendida por la vicepresidenta de la Cámara, Ana Oramas, que le exigió matizar las cifras. Porque es verdad que el 45 por ciento de los agresores nacieron fuera de España, pero eso no significa que no sean españoles. De hecho, la última memoria de la Fiscalía General del Estado, la de 2022, que registra medio centenar de asesinatos a mujeres por parte de sus parejas, señala que 32 fueron cometidos por españoles y 18 por extranjeros.  

 

Habrá quien crea que el radicalismo de Vox logrará que echemos de menos a Podemos. Pero no, qué va. Asumir el rol de Podemos durante la pasada legislatura parece seducir a la izquierda socialista en la oposición: el martes, primer día de la reentré, el ex presidente Torres protagonizó una de las intervenciones más duras que se le recuerden, rompiendo con ese papel de hombre tranquilo y bondadoso con el que nos lo presentaron durante cuatro años desde la televisión pública. Este Torres descompuesto y agresivo de ahora, empeñado en responsabilizar a un Gobierno que acaba de llegar de todos los males de la región –como si los últimos cuatro años de Gobierno no hubieran existido-  se parece poco al Torres de hace unos meses, feliz, seguro de sí mismo y confiado en el triunfo y su continuidad como presidente.

 

El PSOE parece deslizarse –también en Canarias- hacia el hueco dejado por Podemos, en un discurso radical y populista, en una pelea cuyo objetivo es el desgaste. En general, ese tipo de peleas suelen favorecer a los gobiernos: entre la opción de un repertorio opositor moderado y pedagógico, comprometido con el Gobierno donde eso sea conveniente y posible, el PSOE ha optado por la belicosidad y el alboroto parlamentario. Hasta la sabia tradición de conceder a los que llegan cien días de plazo antes de extremar la bronca, saltó el martes por los aires, provocando un inútil boxeo de salón entre Torres y su sucesor, que Clavijo saldó recordando a un adversario crispado que su Gobierno de las flores aumentó más que ningún otro la brecha social en las islas, la diferencia regional entre ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres.

 

Torres no parece haber entendido el cambio de guion que supone pasar del Gobierno a la oposición. Puede poner cara de ministro a la espera, pero no parecer un hombre muy enfadado, confundido, casi noqueado. Y es que no es lo mismo cerrar los debates de una sesión plenaria, que tener que aguantar que sea el adversario quien los cierre, sin la ventaja que puede dar la réplica. Ni es lo mismo manejar desde el poder y los recursos que ofrece la presidencia, un gigantesco equipo de ilustrados asesores y tiralevitas, capaces de construir cualquier discurso a la velocidad del rayo. Ni es lo mismo tampoco tener apoyo que no tenerlo. En este Parlamento, Torres no cuenta con los apoyos que tenía antes: ni con el apoyo entregado de Casimiro Curbelo, ni con el cínico de Román, ni con el apoyo histriónico de Noemí. Ya no basta con sonreír. Tiene que defenderse él solo, estudiar los asuntos, prepararse las intervenciones. Y eso exige trabajar más.

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