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Octubre al sol

Mar Arias Couce

 

Escuche aquí el audio de la autora

 

 

 

Nos estamos plantando en la mitad de octubre, como quien no quiere la cosa, y los termómetros no nos dan tregua. Más de diez días a 34 grados, con la calima implantada en la isla por derecho propio y las playas a reventar. Octubre, a un paso del día de todos los difuntos, de la fiesta de Halloween, y sí, no se lleven las manos a la cabeza, de las Navidades. De seguir así, pasaremos las fiestas en la playa de Famara, tomando el sol con protección 50.

 

Y todavía hay quien dice que no existe el cambio climático. Que todo eso son pamplinas. Y lo dirán, digo yo, mientras se abanican con lo que tengan más a mano y se limpian los chorros de sudor. ¡Señores, el cambio climático no va a llegar… ya está aquí!

 

Lo peor no es este caso concreto, este anómalo episodio otoñal de un veranillo de San Miguel que se extiende como si de agosto se tratara (con más calor aún). Lo peor es que estos episodios extraños, ya no lo son tanto. Cada vez es más habitual que se produzcan anomalías térmicas. Tormentas inesperadas, nevadas en lugares donde nunca había nevado antes y ausencia de lluvias generalizada. Y calima, mucha calima cada dos por tres.

 

Y dicen los del Corte Inglés que ya ha llegado el otoño. ¿A dónde?, me pregunto yo. Aquí aún no le hemos visto el pelo.

 

Da un poco de miedo pensar en las consecuencias a largo plazo, o no tan largo, que nos esperan y que, cada cierto tiempo, nos recuerda algún cineasta en una película de catástrofes en la que alguna inclemencia amenaza con acabar con el planeta. Se cae la luna como si fuera una pelota, el sol arrasa con todo, o un tsunami inunda la tierra. Todo precioso y muy tranquilizador.

 

En esas cosas pienso, tal vez por que el calor me tiene medio frito el cerebro y el pensarlo me genera un temor inevitable. Te vienen a la cabeza, además, todas las cosas que pudimos hacer para haber evitado llegar a este punto, las que pudieron hacer nuestros padres y abuelos y, más importante aún, las que aún podemos hacer para evitar que empeore.

 

Quiero pensar que aún está en nuestra mano frenar en la medida de lo posible está transición hasta el infierno en la tierra. De no conseguirlo, nos espera un futuro muy poco esperanzador. Y aún peor a nuestros hijos y futuros nietos o bisnietos.

 

De momento, tengan a mano el abanico y la crema solar, que nos queda una buena semanita por delante.

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