No es el turismo el culpable de [todas] nuestras desdichas
Antonio Salazar
Al menos desde Lenin viene anunciándonos, cuando no amenazando, la extrema izquierda con el poder popular. Por eso es conveniente ser receloso con determinadas manifestaciones que, afirman, reflejan el malestar del pueblo y que busca ser capitalizado por los que hogaño se sienten ganadores cuando antaño, en unas recientes elecciones -tanto como once meses- perdieron estrepitosamente. ¿Hay motivos para el malestar? ¡Por supuesto! Pero difícilmente lo encontraremos en ese “hombre de paja” en que han querido convertir al turismo.
Vayamos, primero, con una opinión no demasiado compartida. Aun con sus defectos, si toda Canarias funcionase como lo hace la parte privada del sector, esto sería un lugar más apetecible en el que desarrollar nuestros particulares proyectos de vida. Y sí, no debemos olvidar las prácticas de algunos empresarios turísticos empeñados en su día en defenderse de nueva competencia impulsando, dado sus espurios lazos políticos, nada menos que una moratoria. U hoy, utilizando esos mismos contactos, la persecución de un sector tan prometedor como el turismo vacacional.
Pero lo que tiene de meritorio es su absoluta capacidad para adaptarse a las necesidades cambiantes de los turistas, ofreciendo un cada vez un mayor abanico de servicios que hace que millones de ellos sueñen con viajar a las islas. Un turista de hoy no se parece en nada al de hace unos años; el sector, tampoco.
Sería gracioso, de no ser risible, que algunos de esos manifestantes originariamente anticapitalistas y antiglobalización se empeñaran en defender que su posición no era turismofóbica, siéndolo. Añadamos que es un ejercicio lamentable y vergonzoso de aporofobia, pretendiendo que no seamos un destino de masas, ergo, solo los ricos deben venir a las islas. Lo que desconocen, en su infinita arrogancia, es que no hay tantos ricos en toda Europa como para convertirlos en la base de nuestra especialización.
Los turistas no son un problema. Son una bendición que cambió nuestra historia, pasando de ser un pueblo obligado a emigrar a uno en los que sus ciudadanos, aun no siendo ricos, acceden a servicios y beneficios que hace 60 años estaban reservados a los más pudientes. Ese es un triunfo colectivo.
Claro que hay problemas. Llevamos desde el año 2000 separándonos de la media de renta de la UE y del resto de España. Nuestra productividad decrece cada año, la inversión extranjera no encuentra motivos para venir a Canarias y solo parecen consolidarse los sectores más protegidos e intervenidos. No podemos vivir de las subvenciones ni podemos seguir postergando la toma de decisiones. No parece razonable que los jóvenes hoy tengan el mismo nivel de inglés que hace cuatro décadas o que las Universidades sigan formando emigrantes, sobrecualificados o parados porque no hay manera de que se entienda con la sociedad que las paga. Eso sí, sus profesores tienen opiniones muy ruidosas y gruesas contra el sector que paga sus salarios -4 de cada 10 euros que ingresan las administraciones proceden del turismo-.