Nada más práctico que una buena teoría
Por Antonio salazar
Las ideas viven tiempos complicados, particularmente en política. Así no debe extrañar los muchos comentarios que ha suscitado la reciente elección de Pablo Casado como presidente del PP y lo rápido que la prensa (y otros políticos) pudieron etiquetarlo de extremista, unos y otros más partidarios de quien no ha presentado idea distinta a la de ocupar el poder y repetir hasta la náusea que era ella quien podía ganar elecciones. ¿Para qué? Para Soraya Sáenz de Santamaría es lo de menos en estos tiempos de prisas y declaraciones en 280 caracteres. Es cierto que no vale solo tener ideas, también deben ser buenas y tendremos de esperar por las de Casado. Quien no tiene ese problema es nuestra consejera de Hacienda, Rosa Dávila. Forma parte de esa legión de políticos absolutamente burocratizados que manejan las asuntos públicos con la rutina de un funcionario. Desde el punto de vista humano es comprensible, cuando uno lleva 23 años viviendo de un cargo pagado por todos las cosas deben verse de forma distinta, que no mejor. Máxime si uno siguió tan ricamente cobrando del erario público en estos largos 10 años que se cumplen ahora de crisis, en la que nada volvió a ser como era… excepto nuestra burocracia.
Llamativo resulta que, teniendo la minoría actual el gobierno del que forma parte, no se vea en la obligación de contar con una hoja de ruta y un plan estratégico que no pase por esquilmar a los ciudadanos. Ítem más, considera que la sangría fiscal es insuficiente y por eso continúa remoloneando rebajas fiscales comprometidas desde el año 2012, básicamente del IGIC, devolviéndolo a los tipos en que se encontraba entonces. Un impuesto cuya recaudación sigue creciendo a un ritmo del 10% pese a que este año parece que están viniendo menos turistas. Algo que compadece mal con esa idea de que no lo rebajarán porque lo pagan los que nos visitan, como si usted o yo, paciente lector, no consumiésemos nada en absoluto o si, por el hecho de ser de fuera, otros merecen ser asaeteados a impuestos. Por tanto, lo primero que hizo en el arranque de la legislatura fue prometer una reforma fiscal, con lo que ganó tiempo para que todo siguiese igual. Viendo el tiempo que queda y los apoyos que tiene, no se considera comprometida por la promesa y nos quedamos sin rebaja aunque cabe conjeturar que jamás tuvo esa intención, se trataba de mero maquillaje donde rebajar algunos impuestos y elevar otro sin comprometer los ingresos de la Administración. Si se le objeta, no se siente cómoda y desvaría. Porque es desvariar defender que aunque el Gobierno haya subido como nunca los recursos a su disposición -distinto es el resultado de esa rapiña fiscal- todavía estamos lejos de los más de 11 mil millones que maneja el Gobierno vasco. El PIB de aquella comunidad autónoma es de 71.743 millones, muy superior a los 44.206 millones de euros canarios. Lo peor no es que pase por alto que, incluso sobre PIB, el presupuesto vasco es del 16% frente al 18% de Canarias, lo realmente preocupante es que crea de verdad que a un presupuesto elevado le sigue una riqueza mayor de los ciudadanos, lo que constituye un disparate solo al alcance de aquellos que tienen una visión inquietante del papel de los gobiernos en sociedad. Los países no son ricos porque tengan un gran sector público, al contrario, son ricos y es entonces cuando desarrollan onerosos estados del bienestar. Ejemplo paradigmático de lo anterior es Suecia, donde primero prosperó, luego hizo crecer mucho al estado y cuando se dieron cuenta de los costes inasumibles en los que incurrían, se vieron en la tesitura de desmantelar y/o reformar buena parte de sus servicios públicos.
Es frecuente que quienes reniegan del debate de las ideas recurran a la tesis de que ellos son más de práctica que de teoría pero cada vez está más claro que no hay nada más práctico que una buena teoría.