PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Dos gatos y un árbol de Navidad

 

Mar Arias Couce

 

Escuche aquí el audio leído por su autora

 

 

 

Lo de poner un árbol de Navidad cuando tienes un gato en casa, solo lo pueden entender quienes lo han vivido. Si tienes dos, el asunto ya es de tener mucha más fe que algunos santos eremitas de la historia antigua.

 

Todos los amantes de los gatos saben que durante todo el año el mejor momento del día para los felinos es la primera hora de la mañana, cuando te dispones a hacer la cama. Ese acto cotidiano se convierte en una auténtica fiesta de saltos vertiginosos, ataques inesperados y escondites momentáneos. Ya se sabe, pones una sábana, quitas a los gatos; la alisas, quitas a los gatos; pones la sábana superior, quitas a los gatos; pones la almohada y el edredón y quitas a los gatos… y así. Ese momento, auténtico ritual entre humanos y felinos, se convierte en secundario cuando llega la Navidad y… sacas el árbol (música de tensión).

 

Se puede sentir la emoción en los ojos de un gato cuando ve esa cosa verde que sale de una caja (¡Una caja! ¡Una caja!... Eso es tema aparte, que merece una columna de por sí), sacas los espumillones, las bolas de colores… y el Belén…

 

Imagino que es un momento mágico. Tú montas cuidadosamente con tu familia el arbolito, decorándolo bola a bola (probablemente acabas de ir a comprar las bolas porque no quedó ni una del año anterior, pero aún así, insistes). Tienes derecho a tener tu Navidad como todo el mundo, claro que sí. Y el árbol te queda fantástico. Está bonito, está alegre y… sobre todo, está recto. Esa sensación de que ha llegado a casa la Navidad te dura, más o menos, un día si hay suerte. Lo más normal es que por la noche comience el primer ataque preventivo.

 

Por la mañana te levantas y el árbol comienza a estar ligeramente inclinado, hay alguna bola por el suelo y alguno de los gatos tiene sospechosos restos de espumillón por las orejas. En mitad del salón yace boca abajo una pastorcita estampada contra el suelo en algún aciago momento y cuando la levantas ya no tiene cara. Te resignas y colocas la pastorcita en su sitio en un Portalito que cada vez se parece más a un episodio de The Walking Dead, y donde San José, la Virgen y el Niño, que tienen la suerte de estar pegados al suelo del portal, miran con resignación como sus acompañantes van perdiendo miembros.

 

Al segundo día, el árbol está visiblemente torcido como una sabina de El Hierro, las bolas están dispuestas en el suelo para jugar a la Bola Canaria, y los espumillones raídos. Hay más pastores y ovejas en el suelo que en el Portal, y el ángel está tumbado junto al niño, probablemente agotado de soportar zarpazos.

 

El delincuente.

 

 

Así las cosas, este año me he comprado un Belén de los Clips de Playmobil que son indestructibles y aguantan lo que haga falta. He jubilado al árbol, que se ha ganado su retiro, y he comprado unos conos que se iluminan y no les hacen ninguna gracia…

 

Eso sí, lo del día de Reyes no tiene solución. Si hay paquetes y cajas, son suyas, por más zapatos y calcetines identificativos que pongas... Por ahí, ya lo advierto, ellos no transigen.

Comentarios (0)