“Me engendré en soledad”
Guillermo Uruñuela
Para entender esta historia tendríamos que remontarnos al año 2013. Un servidor, aún estudiante de periodismo (si no recuerdo mal estaba en el último curso de la universidad) se sentó una buena mañana y se dijo, voy a escribir una novela. Creo que estuve un buen rato para escribir la primera palabra sentado en una silla de hierro incómoda. La mesa era redonda, de cristal; meses más tarde ese vidrio se rompió generando un desastre que tuvimos que pagar. Parece que fue ayer pero han pasado muchos hijos entremedias.
Con el transcurrir de los años y con la novela ya comenzada empecé a interesarme por las técnica de la escritura profesional y pronto comprendí que de las cuatro o cinco reglas básicas no había cumplido ninguna. Aquellos cursos explicaban la importancia de contar con un esquema general antes de arrancar, que era necesario tener una rutina en la que se respetasen los horarios. También resultaba aconsejable trabajar siempre en el mismo lugar además de poseer un argumento central para ir desarrollándolo, añadiendo para ello, tramas y personajes secundarios.
Nada de eso ocurría en mi mundo ya que en cuestión de años cambié de residencia tres o cuatro veces. A los pocos meses nació mi primer hijo mientras alternaba las clases con mi trabajo enriquecedor de cajero de Decathlon además de los entrenamientos diarios a los que estaba obligado a asistir. En esos momentos diría que mi vida trascurría en un caos organizativo absoluto.
La novela que acabo de publicar -“El Ocaso de Raimundo García”- después de un arranque vigoroso se detuvo completamente. El ordenador en el que la comencé a escribir pasó a mejor vida, e incluso de mi mente se borró por completo. Llegó mi segundo hijo, tres años después, ya asentado en Lanzarote y recordé que alguna vez había iniciado una novela. Sin pretenderlo, esa treintena de páginas de Word aparecieron en un correo que le había enviado a mi padre y descargué el archivo sin saber qué me encontraría. Lo revisé y recuerdo que pensé que no era del todo malo. Consumible. Así que me puse con ella de nuevo. Hasta que volvió a un cajón virtual.
Coincidiendo con el nacimiento de mi tercer hijo, hija en este caso, y con el parón pandémico le metí la tercera carga al asunto. Y una década después verá la luz con mucha ilusión y pocas pretensiones.
Necesitaba dejar marchar a Raimundo García al cual sólo yo conozco, de momento, pero el tipo lleva una década a mi lado sin darme cuenta. Supongo que habrá envejecido también en este tiempo y quién sabe hacia dónde se dirigirá. Él, al igual que yo, estará agradecido a mis retoños porque por casualidad o no, cada chispazo escritor ha llegado con ellos. Por eso los dos, Rai y yo, decidimos dedicarles esta humilde historia y quisimos plasmarlo en la primera página. “Me engendré en soledad y vi la luz acompañado de vuestras sonrisas”