Mareas
Francisco Pomares
Entre los dos millones de manifestantes repartidos por la piel de toro (según los convocantes) y el “muchísimos menos de los esperados” que burbujean en voz muy baja los portavoces de la izquierda en el Gobierno, como temiendo reconocer la profunda grieta que esta amnistía, otorgada como contraprestación a que haya Gobierno, ha provocado entre españoles… entre esas dos visiones, yo me quedo con la expresión de un vecino que vio pasar a la gente por la calle Méndez Núñez en dirección a Robayna, donde está la sede chicharrera del PSOE: “es mucho enfado el que había ahí”, me dijo.
Y es probablemente eso, el enfado, el cansancio ante la reiteración de la mentira, el hastío ante el agotamiento de los argumentos y relatos, lo que ha sacado a las calles de todas las capitales españolas a miles de personas. Una respuesta que las delegaciones del Gobierno podrán transmitir a Moncloa con su trampantojo marca CIS, con una lupa reductora, o con las cuentas trucadas, pero que esconde la certeza de una marea movilizadora que no se veía en este país desde hace muchos años. Y lo peor es que en esta ocasión no hay acuerdo: la que se moviliza es gente enfadada que representa hoy a la mitad del país, contra otra gente que aguanta el embate de este sinsentido. Nada que ver con las grandes movilizaciones que han sacudido este país desde el inicio de la democracia.
Una joven y brillante periodista, casi una niña aún, comentaba el otro día en uno de los nuevos programas de la tele canaria, que las movilizaciones de mujeres de finales de la década pasada habían sido las mayores de la historia de la democracia. Pero la democracia española es más antigua. Y las gentes manifestaron su enfado en mareas mucho mayores sin sentir que tenían enfrente a la otra mitad del país: nada que ver lo de ayer con la unanimidad española frente el golpe de Tejero, o las mayorías que se manifestaron contra la guerra o contra los atentados del 11-M, nada que ver tampoco con las movilizaciones de rechazo a la sentencia de la manada… todo aquello era fruto de un sentir colectivo y mayoritario. Esto de ahora es una respuesta que mueve sólo a la mitad, que enarbola entre orgullosa y desafiante la bandera del país, mientras la otra mitad guarda silencio. Y sorprende ese silencio, frente a la reiteración de argumentos y relatos que van cayendo sobre sí mismos unos tras otros: la reiteración del interés de la nación frente al propio interés –una falsedad tan evidente que enarbolarla avergüenza-, la insistencia en que la amnistía traerá paz a Cataluña y eso será bueno para este país, cuando lo que ha traído la amnistía es el enfado sereno de centenares de miles, quizá millones, y el enfado airado y violento de unos cuantos, nada de paz, ni por asomo. O la explicación cínica e increíble de que esta claudicación ha logrado meter a los indepes en la Constitución, algo así como lo que hizo Fraga cuando empaquetó a la fuerza a los nostálgicos del franquismo en una Constitución que ni siquiera él llegó a votar. Cuentos chinos: aquí los indepes no han renunciado a nada, ni siquiera a lograr imponer su relato embustero en la introducción del pacto con el PSOE. Menos aún a la unilateralidad. ¿Y por qué habrían de hacerlo? Un partido que logró el voto de apenas 400.000 personas tiene al candidato Sánchez bien agarrado por donde más duele. Junts cuenta con apenas tres veces y media los votos que logró Coalición en las últimas elecciones generales, y sólo el doble de lo que Clavijo sumó en las regionales de este año. Sólo con eso, ha impuesto su voluntad a un país que apenas un par de días antes de las últimas elecciones escuchaba al presidente y a sus ministros decir a coro que la amnistía era inconstitucional. Vaya: es mucho poder para un partido gobernado desde Waterloo por un hombrecillo que hoy se cree la reencarnación victoriosa de Napoleón. Y luego, lo que probablemente es peor: la astracanada del lawfare, la trágala necesaria para que el relato indepe se sostenga, y la culpa no sea de los partidos que votaron el 155 –el PSOE el primero- sino de los jueces, a los que Sánchez pidió nada más llegar al poder que resolvieran el conflicto. Lo que Sánchez hizo con el Código Penal liquidando el delito de sedición, lo hace ahora con el sistema judicial, dejando en manos de la mayoría franquestein el juicio último, es como un juego de piedra, papel y tijera, contra la separación de poderes. Malhadado país que ha cedido ante políticos semejantes…
Claro que somos muchos los que estamos enfadados. Sánchez nos ha mentido, nos ha alejado del ideal de Europa, nos ha contado que es un pacificador y lo único que ha hecho es comprar 8 votos a cambio de todo todo todo lo que le han pedido.
Vendrán más mareas. Y la próxima vez, vendrán de Cataluña…