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Los extraños 'derechos' de la generación de cristal

Mar Arias Couce

 

“Deberían prohibir a esas mujeres que tienen un hijo y a los dos meses están divinas, subir fotos a las redes sociales porque luego, las normales, nos desanimamos”. El mensaje fue publicado por una usuaria de redes sociales en el muro de una despampanante modelo que, a las pocas semanas de haber tenido un hijo, ya estaba igual de bien que siempre. Hace unas décadas, es verdad que no había redes sociales y a nadie se le pasaba por la cabeza creerse juez de todo y de todos, y exigir cambios en la libertad de los demás, pero algo así habría sido impensable.

 

La palabra prohibir se ha vuelto demasiado frecuente en nuestros días. Toda una legión de “ofendiditos” exige que se prohíban los chistes, las fotos y hasta las personas que no les gustan o que les hacen sentir mal. Y la sociedad observa impertérrita como las redes están consiguiendo crear la mayor dictadura del mundo. Porque es así, llegar a pensar que se puede prohibir a alguien subir sus fotos a sus propias redes sociales por el simple hecho de que otra persona se puede deprimir al verlas, por creer que no es tan guapa (sin pensar siquiera, que igual es más inteligente, más feliz, mejor pintora, oradora o más hábil para otras muchas cosas), es de primero de Dictadura.

 

Estamos creando, o permitiendo que se cree, una generación de cristal, con egos muy frágiles e incapaz de asumir cualquier crítica, y eso no es lógico. Por mucho que nos empeñemos en ponernos filtros de todo tipo, la realidad es la que es, y a la hora de enfrentarla hay que asumir las limitaciones individuales. Yo no puedo ser ‘top mode’l de Victoria Secret, ni ahora, ni cuando tenía 18 años, por muchas razones evidentes. Entre otras, porque les llego a la cintura a todas ellas. ¿Se imaginan las risas si en los 90 hubiera puesto en marcha una campaña para que no pudieran desfilar esas impresionantes señoras porque muchas jóvenes nos sentíamos mal? Las risas se habrían escuchado en la Muralla China, pero ahora todo lo damos por válido. Ahora nos ofende la belleza ajena. Que pena que no ocurra lo mismo con la inteligencia.

 

Me pregunto, ¿en qué momento se nos olvidó eso de que mi libertad termina donde empieza la de los demás? Además, tampoco entiendo porque todo lo que nos afecta se debe prohibir. ¿No es más sencillo dejar de entrar en esas páginas y no obsesionarte con ellas?

 

Lo que antes nos parecía insoportable (la vecina mirando por la mirilla, las clásicas cotillas de todas las ciudades y pueblos), ahora es la norma. Todo el mundo opina de todo y se cree con derecho a ser escuchado. Nos hemos erigido en jueces y fiscales de estar por casa.

 

Y mucho cuidado, no se te ocurra decirles que pasen del tema, que no lo miren, que vayan a lo suyo, porque entonces están coartando su libertad de querer coartar la libertad de los demás. Si trato de hacer un trabalenguas no me sale tan bien.

 

Pues nada, voy a poner en mis redes sociales que me ofende muchísimo que los futbolistas ganen diez millones de veces más que los periodistas, a ver si el asunto funciona y para que no me disguste me igualan el sueldo. Me temo que va a ser que no, pero no descarten que en unos años nos encontremos peticiones parecidas.

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