Lecciones de Portugal
Por Francisco Pomares
Aquí al lado, Portugal volvió ayer a darnos una lección de sentido común: el parlamento del país vecino eligió presidente a José Aguiar-Branco, diputado de un partido socialdemócrata sólo de nombre, y de práctica conservadora, tras lograr -después de tres votaciones imposibles- un acuerdo entre las dos fuerzas políticas mayoritarias, la Alianza Democrática de centroderecha, ganadora por poco de las últimas elecciones, y los socialistas, que perdieron elecciones y Gobierno. El acuerdo suscrito implica que los dos grupos mayores –la Alianza y los socialistas- compartirán la presidencia de la Cámara durante la legislatura: Aguiar-Branco será presidente del parlamento unicameral portugués hasta 2026, con el apoyo de 160 diputados de los 228 que votaron, y después lo será un político socialista, con el apoyo de los votos conservadores. El aspirante ultraderechista a presidir la Cámara, Rui Paulo Sousa, de Chega –la sorpresa electoral de este año- sumó el único voto de sus 50 diputados de extrema derecha, mientras 18 parlamentarios, la mayoría izquierdistas, votaban en blanco.
El acuerdo alcanzado no vincula a los partidos en un pacto de legislatura, y eso lo han dejado claro sus artífices, el conservador Luís Montenegro y el socialista Pedro Nuno Santos. Los socialistas, después de fracasar tres veces intentando colocar a su candidato, aceptaron el ‘time-sharing’ aunque no compartan ni el programa, ni las políticas de la derecha. Lo han hecho porque no están dispuestos a “que se continúen degradando las instituciones de la República”, según dijo el presidente de su Grupo Parlamentario. Es obvio que la debilidad del futuro Gobierno conservador será extrema: aunque la Alianza ganó y la derecha es mayoritaria, Montenegro no quiere ministros de ultraderecha en su Gobierno, y eso ha provocado que la Chega no le apoye. Los socialistas podrían haber optado por un bloqueo continuado, pero no tenían más opción que pactar o ir a nuevas elecciones.
La lección de Portugal –el sentido común- no es necesariamente consecuencia de que los políticos portugueses sean mejores o más decentes que los nuestros. La lección de sentido común y respeto a las reglas e instancias democráticas, tiene que ver con el hecho de que la asamblea nacional lusa la integran partidos que responden a los intereses de toda la nación. La constitución de Portugal –surgida de la revolución de abril de 1973, un golpe de los militares contra la dictadura salazarista– no alienta, como hace la nuestra, la existencia de fuerzas políticas territoriales que puedan resultar destructivas para el Estado. Portugal es un país sin independentistas. Por supuesto que existen tensiones regionales. Son continuas las que se producen entre la región capital –Lisboa- y el Sur, pero se dirimen dentro de un fuerte respeto a la unidad nacional.
En España, todos los gobiernos de la democracia han jugado en mayor o menor medida a alimentar la fortaleza de los partidos territoriales. Tanto el PSOE como el PP –y antes UCD- han necesitado de forma recurrente del apoyo de fuerzas centrífugas, ante cuyo empuje disolvente se ha cedido siempre. La polarización y el sectarismo de los últimos años han llevado al PP y al PSOE a ceder ante la dependencia inevitable de sus socios secesionistas para poder gobernar, que ha provocado cesiones intolerables. El sanchismo y su obsesión por la resistencia al desalojo del poder, ha llevado la práctica política a extremos de ingeniería y tacticismo inéditos. Pactos para gobernar con los herederos ideológicos del terrorismo, indultos a los políticos condenados por violentar las leyes, amnistía a los malversadores, colaboración en Cataluña con políticas de acoso al español y a quienes lo hablan, concesiones presupuestarias a cambio de no romper el Estado, pactos fiscales con los más ricos, y al tiempo conversaciones para la independencia con verificadores internacionales… Sánchez ha entregado al independentismo –al catalán, pero también a todos los demás- la llave para que sigan ganando siempre en cualquier pulso al Estado. Consiste en ir cediendo siempre en todo lo que pidan, de tal forma que la lógica de las cosas les llevará a pedir cada vez más. A esa intención política se resumen los discursos apaciguadores de la pasada legislatura y lo que llevamos de esta. Para lograr el respaldo del único partido español que lleva el apellido español incorporado a su nombre, Sánchez ha destruido sin contemplaciones la mayor organización democrática del país, sustituyéndola por un sindicato cesarista y acobardado de dirigentes apesebrados o intelectualmente secuestrados, que aseguran que la lealtad al partido debe estar por encima de todo.
La lección de Portugal no es que la derecha y la izquierda pueden ponerse de acuerdo si es necesario. Es más bien que sólo lo harán si no queda otra. Y eso sólo ocurrirá si Sánchez logra hundir al PSOE. Y la derecha consigue reformar la Constitución para evitar que el país pueda seguir siendo manejado por quienes anhelan su destrucción.