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Lecciones de populismo

    

Por Álex Solar

 

La victoria de Donald Trump ha obligado a todo el mundo a tomar un curso acelerado de Ciencias Políticas. Se disparan los términos relacionados con el populismo y el fascismo en las tertulias diarias de la televisión, en los análisis de los periódicos, que suponen que los lectores, los ciudadanos, estamos dispuestos a aprender de nuevo lo que la experiencia ya nos ha enseñado de sobra.

 

En Sudamérica andamos bien enseñados en lo que se refiere al populismo o al fascismo. A veces confunden sus caminos, se entrelazan o se disfrazan, como en el caso del peronismo. O se tiñen de rojo, como en Chile y Nicaragua o, últimamente, Venezuela. 

 

Mi padre me contaba una anécdota sobre el gran populista que fue Arturo Alessandri Palma, presidente de Chile en los años 20 del siglo pasado. El carismático descendiente de italianos era conocido como “el León” por sus facciones felinas y su oratoria incendiaria en la que apelaba constantemente al pueblo, al que llamaba “mi querida chusma”. En una ocasión, arengando a las masas desde la tribuna,  sobreactuó de manera explosiva cuando, tras decir que el frío de los desheredados era también el suyo, lanzó un caro abrigo al populacho. Pero se vio en el gesto contrariado de su asistente que la prenda no era suya.

 

Velasco Ibarra, presidente casi vitalicio de Ecuador, solía decir: “Dadme un balcón y seré Presidente para siempre”. Lo consiguió en cinco ocasiones.


Juan Domingo Perón, considerado el paradigma del populismo sudamericano, gobernó en Argentina con el apoyo de sindicatos y fuerzas armadas. El pueblo, sus queridos descamisados, adoraban a su mujer, Evita, que fue realmente la musa del populismo argentino.

 

Se puede simplificar y mucho el concepto de populismo, que para algunos es el gobierno donde el pueblo es el principal protagonista. Siempre hay un líder carismático y su retórica culpa a los partidos políticos, al establishment , las clases dominantes,  de los males del país.

 

Los modernos analistas  como Jan-Werner Muller, profesor de la Universidad de Princeton y autor de “What is populism” (2016) y Paulina Ochoa Espejo  (Universidad de Yale), sostienen que lo que distingue a los políticos demócratas de los populistas es que los primeros entienden su representatividad como hipótesis que pueden ser refutadas a través de procedimientos legales, tales como las elecciones. Por lo tanto, al contrario de los populistas, no se consideran infalibles e imbuidos de una representatividad absoluta, que al ser simbólica sencillamente es irrefutable, pase lo que pase.

    
 

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