La voladura de todos los límites
Francisco Pomares
Pedro Sánchez ha cerrado su mandato europeo con un órdago, similar al que le llevó a presentarse en Israel para liarla. Personalmente, creo que este hombre que lo mismo se carcajea en el Congreso del líder de su oposición, o aparece en un programa de telebasura con un equipo completo de lacayos y cortesanos para presentar otro libro que él no ha escrito… este hombre, digo, está perdiendo las referencias que deben enmarcar las acciones de un político europeo. No creo que sea un problema de cansancio, agotamiento o incluso estrés. Creo sencillamente que es imposible para una persona centrada y con cabeza mantener durante mucho tiempo un discurso que uno sabe equivocado, aunque de ello dependa la propia supervivencia política.
Lo que tiene a Sánchez desquiciado es que empieza a ser consciente de que el camino que ha emprendido no conduce a ninguna parte: la amnistía no va a pacificar Cataluña, lo que ha hecho es encender España. La concesión de quitas y otras prebendas fiscales a los dirigentes indepes no va a servir para que renuncien al discurso de que España les ha robado durante años, sino para reforzar su exigencia de que se les devuelva con intereses hasta el último euro robado. Las concesiones a Puigdemont no han convertido al ex president en alguien proclive a renunciar a la vía unilateral a la independencia, todo lo contrario. Le han confirmado que la debilidad del poder central español, representado hoy por Sánchez, es una oportunidad histórica para la secesión, que no puede desperdiciarse.
El camino emprendido por Sánchez es –por desgracia para el país- un camino de muy difícil retorno. Incluso considerando la absurda hipótesis de que él quisiera dar marcha atrás y volver con los suyos a la senda constitucional y a la cordura, el daño ya está hecho y será casi imposible repararlo durante media generación, por lo menos.
En cinco años, Sánchez ha destruido al PSOE y lo ha convertido en un instrumento inútil para la construcción del entendimiento y la cohesión social, un partido que reniega de su propia tradición y su pasado, de sus antiguos líderes, e incluso de la etapa más brillante y transformadora vivida desde la Restauración, el tiempo que inicia la Transición y culmina con la dulce derrota del felipismo, después de cuatro legislaturas construyendo un país moderno. Este PSOE de ahora no tiene ya nada que ver con el PSOE que pactó a regañadientes y por sentido de la responsabilidad, su abstención en la elección de Rajoy, para evitar someter a los españoles de nuevo al escrutinio de las urnas. Desde entonces ha llovido tanto, y tan intensamente, que se ha enterrado la voluntad de entendimiento, se ha sustituido la democracia por cesarismo, y se ha montado un sistema clientelar de premios a los que te sirven y castigos a quienes disienten.
En este contexto terminal, con un Gobierno que más que Frankestein, parece un zombi al que se le desprende el cuerpo pedazo a pedazo, Bildu –el partido de Otegui- ha manifestado su incredulidad ante la declaración del líder de los socialistas vascos asegurando que mantendrá “hasta el final” su decisión de no pactar con los abertzales. ¿Qué querrá decir hasta el final? Otegui tiene razón cuando niega credibilidad a esa intención. ¿Por qué habría de pactar el PSOE con Bildu en Pamplona y no hacerlo en Guernica si eso le conviene?
Este PSOE de ahora, en el que a Sánchez no le rechista nadie, en el que se hace lo que Sánchez quiere, y con el que Sánchez pretende reescribir una y otra vez la Historia, ha sobrepasado el último límite, al pactar con un partido que desde 2011 ha incorporado en sus candidaturas a un centenar largo de condenados por terrorismo, algunos de ellos -como el etarra Asier Altuna- sospechosos de colaborar en la preparación del asesinato de socialistas.
El reparto de poder en Navarra entre María Chivite y el bilduita Joseba Asirón, inminente alcalde de Pamplona gracias a los votos del sanchismo, demuestra hasta donde pueden ceder los socialistas por mantener a su jefe en Moncloa.
Hace unos meses, cuando empezó a hablarse de la posibilidad de este acuerdo infame, el hoy flamante ministro de Transportes y Broncas, Oscar Puente, fue categórico al negar cualquier posibilidad de acuerdo con los bilduitas: “¿Qué tengo yo que ver con Bildu y los etarras?”, dijo. Ahora, Puente defiende mansamente el acuerdo, y aplaude cínicamente con las orejas que haya una alcaldía más, que regresa a manos de un “partido progresista democrático”.