La virtud de la sencillez
Por Guillermo Uruñuela
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Todo lo que nos rodea es complejo. El mundo es difícil afrontar, de comprenderlo. Va todo muy rápido, plagado de colores, de impactos, de cambios. Tantas piezas que a uno a veces se le complica poder, no ya terminarlo, sino comenzar el rompecabezas.
Por ese motivo, cuando aparecen personas que simplifican la realidad y le otorgan sentido común a sus actuaciones desde la sencillez, suelen ser objeto de admiración.
El otro día recordé esto cuando intenté explicarles a mis dos hijos mayores, ante un conflicto propio de la edad, que entre ellos no tiene que existir ni tirantez ni envidia. Les hablé de la parábola del hijo pródigo porque me pareció acertada para ilustrar lo que les quería transmitir. Uno que ha contado con una educación cristiana, más allá de que en su desarrollo vital se haya despegado de la Iglesia por ser una institución terrenal con la que no casa del todo, se da cuenta de que muchas de estas historias contadas en la Biblia son sensacionales. Y por qué. Porque estaban desarrolladas en una época donde era imprescindible simplificar las cosas.
Siempre comento en el colegio de mis hijos, al resto de padres, que tengo ganas de montar un colegio alternativo que se salga del sistema educativo de España. Hasta los 10 años mis alumnos se limitarían a leer, a debatir en clase, a escribir, a escuchar a alguien hablando inglés, a realizar cuatro sumas y cuatro restas, y poco más. Con eso van a estar mucho más capacitados que todos los niños de hoy en día que tienen que realizar tantas tareas a través de plataformas digitales que al final la cabeza les explota y desconectan.
Cuando escucho a cursis hablando en una terminología que no hay quien la entienda pienso en el absurdo que supone. También leo en periódicos artículos de opinión, de las grandes firmas emergentes de nuestro país, y a veces me quedo perplejo. He acabado alguna columna y no tengo ni idea de lo que he leído. La cocina o la vestimenta se han vuelto complicadas. Las modas ridículas y estrafalarias, la música absurda y la manera de relacionarnos se ha enfriado y diluido en una pantalla. Complicamos cada actuación del día a día. Después, te das cuenta de que todo era más fácil y menos engorroso.
Para comprender que nada es tan transcendental y dificultoso como pensamos en el presente, simplemente basta con escuchar a las personas mayores. Si les preguntas a esos hombres y mujeres, con la lucidez que les ha aportado el paso de tiempo, te dirán que las cosas más importantes de la vida son precisamente las que desechamos o tachamos de poco relevantes. Hagamos caso a la experiencia y desarrollemos una vida más sencilla; iremos a buen seguro por el buen camino.