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La ‘sanación’ del turismo

Francisco Pomares

 

Más de 300 empresas y casi 800 profesionales del mundo turístico (incluyendo la habitual pléyade de políticos, asesores y acompañantes de oportunidad) han aterrizado en el IFEMA de Madrid para participar en la que es -junto a las de Berlín y Londres- una de las mayores ferias turísticas de Europa. FITUR abre sus puertas a la normalidad postpandemia en las mismas instalaciones donde hace tan solo dos años se hacinaban miles de personas infectadas por Covid, luchando por salvar sus vidas en improvisados hospitales de campaña.

 

Lo más probable es que la mayoría de los que hoy se desparraman por las estratosféricas instalaciones montadas por las administraciones canarias en casi dos mil metros cuadrados de espacio de exhibición, no sean conscientes de la pequeña paradoja que supone el uso de los mismos espacios para promocionar viajes a distintos destinos y a preparar el último viaje de miles de ciudadanos enfermos. La nuestra es una sociedad afortunadamente olvidadiza: después de que el Covid se llevara casi 120.000 personas (eso según las cifras oficiales) la principal preocupación de todo el mundo es recuperar el tiempo perdido: hacer que la economía vuelva al punto de partida, cerrar el círculo y volver a hacer caja.

 

Para el turismo canario, un sector denostado como responsable directo de todos los males económicos y sociales que padecen las islas, especialmente cuando el Covid lo paró en seco, las estadísticas nos dan ahora excelentes noticias. 2022 se cerró con una facturación turística mayor que la que Canarias hizo en todo 2019, antes de que la peste hiciera su aparición: 19.000 millones de euros, más del 40 por ciento de los 43.000 millones del PIB canario. Y a eso hay que unir una recuperación del 96 por ciento de los visitantes que llegaban a las islas antes de la gran crisis, un dato solo igualado por Baleares. El resto de las regiones españolas donde el turismo es muy importante -Cataluña, Madrid, Andalucía- quedaron este año bastante lejos de esas cifras. Es cierto que la recuperación global de la economía ha sido más rápida y contundente en el resto del país, donde el turismo no es una actividad tan determinante de la economía, pero también es verdad que aunque el turismo ha tardado más en recuperarse que otros sectores, el retorno a las cifras del pasado -o su mejoría- es firme.

 

Para 2023, se espera superar los 20.000 millones de facturación -un segundo récord histórico consecutivo- y situar las llegadas a Canarias por encima del número global de visitantes en 2019. Solo la creciente inflación, o el temor a la continuidad en el tiempo de los efectos económicos de la guerra de Ucrania, apuntan algún nubarrón en el horizonte. Los agoreros que consideran el turismo una maldición para las islas tendrán probablemente que revisar su discurso.

 

Porque esta región no puede cambiar su modelo económico prescindiendo de su actividad principal, plantear eso es un auténtico disparate, una fantasía polpotiana que solo conduce a la melancolía. Pero eso no significa que el sector, a pesar de su madurez y consolidación, no adolezca de defectos importantes, como su recurrente incapacidad para formar a mano de obra local, su escaso interés por interactuar como motor de otros sectores locales, como la agricultura, y -sobre todo- la desigualdad en el reparto de riqueza que caracteriza no solo a la economía turística canaria, sino a todas las economías terciarizadas: el turismo trae importantes beneficios para las islas, pero esos beneficios se reparten muy mal, concentrándose en pocas manos, y muchas veces en empresas de capital foráneo que funcionan con mentalidad extractiva, dejando en las islas (al menos en las nuestras) solo una parte pequeña de sus beneficios.

 

El problema de la desigualdad en el reparto de las ganancias es el problema principal que deberían intentar solucionar nuestras administraciones, demasiado pendientes de majaderías ideológicas. Y solo hay dos mecanismos para afrontar esa tarea: o con nuevos impuestos sobre la actividad que solo servirán para redistribuir si se gestionan bien (algo que no es demasiado frecuente); o con mejores salarios para los trabajadores del sector. Personalmente, me inclino por soluciones que hagan que la gente encuentre más incentivos a la hora de trabajar y menos a vivir de la caridad pública.

 

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