La revisión imparable
Si se trata de elegir, me quedo sin duda con el tono y las formas en que se hace política aquí: la entrega de premios del Día de Canarias –el acto institucional central de la fiesta- suelen ser un cordial tostonazo -excepto cuando han premiado a algún amigo-, pero por lo menos los discursos no se usan para señalar la perversidad intrínseca del adversario. La radicalización frentista que se ha extendido por la política nacional, que todo lo contamina con su fango y sus bulos, no ha penetrado aún la sustancia de nuestras instituciones y el discurso de nuestros próceres. Quizá los datos sociales y económicos tiendan a ser siempre una catástrofe en las islas, pero al menos seguimos tratándonos con buena educación. Algo bueno debíamos tener.
Me quedo pues, con el tono y las formas, aunque a veces sospecho cierta inanidad en el contenido de nuestro palabreo público. A veces parece ser apenas la continuidad de las formas, una manifestación excesiva y poco realista del buen talante. Esto va del discurso de Fernando Clavijo el Día de Canarias, de su buen rollito formal y sus intenciones declaradas. Porque los discursos –todos- responden a un modelo literario, en que la enjundia de la redacción cede ante dos o tres frases fetiche, dos o tres ideas fuerza que es lo que se pretende transmitir al público. No todo el mundo escucha las mismas cosas en un discurso, de la misma forma que no todo el mundo recuerda lo mismo en relación con un acontecimiento. Nuestro cerebro tiende a escuchar lo que quiere oír, de la misma forma que nuestra memoria se adapta selectivamente a lo que prefiere recordar. Pero el jueves por la tarde, Clavijo no dejó mucho espacio a la interpretación: la idea clave de su propuesta es que Canarias precisa revisar su modelo de crecimiento, que estamos en el inicio de una nueva etapa de la historia isleña, en la que la revisión de eso modelo es ya imparable, porque esa es la demanda expresada por las nuevas generaciones. Vaya. Hay más ideas, desde luego, basadas en otras palabras y expresiones con carga simbólica y emocional, que definen como hacer las cosas: “reflexión, consenso, acuerdo, reto colectivo, decisión colectiva, esfuerzo, sueños, futuro…”.
Pero el punto de partida de toda esta construcción es un poco camelo: nadie va a discutir a estas alturas las insuficiencias y disfunciones de un modelo económico como el nuestro, basado fundamentalmente en el turismo, ni la necesidad de vigilar los límites del desarrollo de ese modelo, probablemente alcanzados. Pero no vivimos en una economía planificada, controlada por la política. En las economías abiertas los modelos económicos no se cambian ni por análisis ni por consenso ni por acuerdo de las partes, tomen cincuenta mil personas la calle o la tomen un millón. En las economías abiertas, y eso es lo que es la nuestra, la dirección política y el presupuesto público pueden influir en los acontecimientos, reducir tensiones, abrir caminos, pero no cambiar modelos.
Mientras las islas sigan geográficamente donde están, y es muy poco probable que eso llegue a cambiar por algún plan o discurso, el mejor instrumento posible para generar y distribuir riqueza en Canarias es el turismo, y esa es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Podemos hablar hasta la saciedad de construir la sociedad del talento, apostar por el conocimiento, la innovación y la tecnología, pero sólo serán más palabras si no se sacude la obsolescencia de nuestra academia, nuestros planes de formación profesional y nuestras empresas. Podemos plantear inversiones en economía verde o azul –o roja o amarilla, por tener el parchís completo- pero influir desde la inversión pública requiere una estructura de licitación eficaz y no el desastre de Administraciones como las nuestras, incapaces de gastarse siquiera el dinero del que disponen. Podemos hablar de control demográfico en las llegadas de extranjeros, de islas vaciadas y de equilibrio poblacional, pero no saldremos de las palabras si no conseguimos que nuestros jóvenes estén dispuestos a trabajar -y a vivir- donde hoy no quieren hacerlo. Podemos plantear incluso mermar el peso del sector turístico en la economía canaria, pero va a ser difícil que eso ocurra sin que caigan el PIB y la recaudación fiscal. No importa: podemos hablar –como hacen algunos pocos de los que salieron a las calles el 20 de abril- de frenar o incluso reducir el crecimiento. Sería estupenda una sociedad con menos emisiones, menos consumo, menos despilfarro y menos basura. Pero también con menos trabajo, menos impuestos, menos riqueza. Y menos movilidad, menos sanidad y menos educación. ¿Queremos eso? ¿De verdad los que salieron a la calle es eso lo que quieren? ¿Y los dos millones largos de canarios que se quedaron en su casa también quieren eso? Pues ese es el debate real al que nos enfrentamos. Explicarlo también cabía en el discurso de Clavijo. Pero lo de la “revisión imparable” suena mucho mejor.